Suele decirse que la gestión municipal es la más reconfortante para el político. Puede ser. Al verse los efectos inmediatos de sus acciones, se siente con más fuerza la satisfacción del ciudadano que se tercie. Acción y reacción, y en términos relativamente ágiles. Si algo distingue precisamente a un consistorio es la gestión, la gestión de lo cotidiano que pasa, en gran medida, por los servicios públicos. Ahora bien, esto no lo explica todo.
A saber, hay alcaldes y alcaldesas que son magníficos gestores. Serios, rigurosos y cumplidores. Y ahí quedan. No van más allá. Ocurre, por tanto, que la política (su tablero) es, en realidad, más complejo. Cuántas alcaldías se han perdido a pesar de haberlo hecho muy bien porque el partido de marras llega desgastado o no se ha regenerado a tiempo. El peso de las siglas, el malestar económico, claves que escapan al municipio son, entre otros, factores que ningún alcalde controla ‘per se’. Se les va de las manos y, en ocasiones, es la causa de la derrota en las urnas por muy bien que hubieran gestionado.
Una alcaldía sin relato ideológico es una gestoría. Y las gestorías nunca provocan emociones. Pueden ser muy eficaces pero no contagian ilusión. Y el voto, muchas veces, es precisamente ilusión. El municipalismo puede ser una trinchera para un alcalde para sortear la ola electoral en contra o el derrumbe de su organización, pero si fuera así también es el techo de cristal que le impide ir más allá en su trayectoria personal.
El municipalismo iniciada la democracia obtuvo un empuje enorme. Entonces había una multitud de tareas aún por ejecutar, servicios elementales de los que numerosos municipios carecían. Pensemos, por ejemplo, en el extrarradio de las grandes ciudades, en los barrios de aluvión forjados en Madrid o Barcelona al compás del desarrollismo. Allí la izquierda barrió en las urnas un largo tiempo. O en el corredor sureste de Gran Canaria que permitió consolidar partidos locales que luego se mancomunaron. Pero ese contrato social debe regenerarse o, por el contrario, muere. La cita con las urnas, cada cuatro años, resitúan el puzle. Es el examen al que los dirigentes políticos se someten. La ciudadanía es la que juzga. Y en esa jornada queda despachada la suerte de unos y otros. Las urnas relanzan a figuras públicas pero también las sepulta políticamente. Tomarse la alcaldía como una gestoría da para lo que da. Si acaso para repetir. Pero no te proyecta. Si en el municipalismo no has sabido dar luz a tus valores, a tu visión de la sociedad, a tu ideología, es que no la tienes o te estás equivocando. Así de categórico, así de natural. Es política. Por eso hay alcaldes y alcaldesas que pueden prolongarse en el poder o dar el salto a otras instituciones, pero estos no son los abonados a la gestoría. Al contrario, son los que disponen de carisma, de criterio, de fuste. Y eso se desprende en el día a día. Y no hay fotografías que lo reemplace.
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