Es tiempo de reflexión. De pausar el ritmo y desconectar. Luego, en el otoño, renacen otros planes en nuestras vidas y se emprende lo que sea con un nuevo empuje. Hubo una época en la que ese mismo verano era una detención auténtica en el calendario. La gente quedaba al comienzo para despedirse, desearse lo mejor y quedar con verse a la vuelta. Incluso, cuando reinaba la fotografía analógica, aquellos que se iban de viaje tenían por costumbre al regreso de organizar una sesión de fotografía en casa con la familia y amigos para que estos pudiesen hacerse una ligera idea de ese viaje. Se compartía de otra manera, más lenta, esa experiencia que fue en otra isla, en la península o en el extranjero.
Eso, tanto entonces como ahora, era meta para los que pudiesen costearse el viaje. En la actualidad los billetes son más baratos y, sin embargo, impera la precariedad. Ahora bien, no hay mejor viaje que el que reporta un libro, sea novela o ensayo. Así que, si me permiten la licencia, no dejen de leer. En mi caso, confieso que la lectura ha sido el trampolín de disfrute, mejoras y superación de las adversidades que arroja el recorrido de la vida. El placer de la lectura, una vez adquirido el hábito, es casi insuperable. Y cuando digo leer, me refiero al soporte papel. Porque si bien en el periodismo las tiradas se han reducido drásticamente, no ocurre lo mismo con los libros en sí. Las librerías siguen siendo lugar de encuentro donde ojeas y emergen conversaciones alrededor de las nuevas publicaciones.
Por otro lado, nos quedan también los paseos. Y pasear por Telde es un lujo. No solo por lo llano que resulta, para bendición del paseante, sino por el valor que tiene. Adentrarse por San Juan y San Francisco es una auténtica delicia, una conexión intimista de canariedad y abrazo a la vida que marca el alma. Por lo que, al caer la tarde, no dejen de hacerlo. Que para algo Telde es, como decía aquella canción de Heriberto Zerpa, ‘Testigo de mi crecer’, cuna de la Gran Canaria.
En septiembre comenzará un curso político que nos llevará a la cita con las urnas. A poco que el otoño se haga presente, volverán las pugnas internas por ir en las listas y la competición entre las siglas. La preocupación irá en aumento pues, en función de lo que acontezca el cuarto domingo de mayo, quedará determinado los siguientes cuatro años. No es lo mismo gobernar que estar en la oposición. Mientras tanto la ciudadanía prosigue en la desafección política. La pandemia y el confinamiento marcó un antes y un después. Muchas cosas han cambiado por completo. Numerosos dirigentes públicos aún no se han percatado, o simplemente no les interesa. Será el veredicto popular el que reparta los roles en el próximo mandato. Claro que preocupa para la democracia semejante descrédito. El nivel de pasotismo es asombroso. Y de eso se aprovecha la ultraderecha para propalar su populismo y seguir carcomiendo la democracia representativa y la justicia social. De hecho, a la extrema derecha ya la han blanqueado. Pero disfruten del verano. Y lean. Y sean leales a sus afectos.





















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