Comienzan las piezas a moverse de cara a la batalla electoral en Telde. Apenas queda un año mal contado y, transcurrido gran parte del mandato, hay una clave que persiste: habrá rebumbio de cara a la gobernanza. Por un lado, fruto de la elevada fragmentación (no es la época de Francisco Santiago) y, por el otro, porque este municipio se antoja vital para los intereses de Nueva Canarias (sus competidores lo saben) y en la pugna por el cabildo. Dicho en plata, si en 2019 hubo maniobras variopintas (algunas ciertamente disparatadas) por hacerse con la alcaldía y que motivó un arreglo de urgencia para Nueva Canarias, sucederá otro tanto en 2023 desde que los competidores puedan.
Por tanto, Carmen Hernández debe crecer electoralmente. Lo hizo en 2019 con respecto a 2015: subió de 7 a 8 concejales, de 10.208 (20,68%) a 10.841 (24,28%). Ahora bien, ¿cuánto tiene que aumentar en esta ocasión la regidora para mantener el bastón de mando? Cuanto más se acerque a la mayoría absoluta (14 ediles) más fácil lo tendrá, evidentemente. Cuanto menos socios de alianza precise, teóricamente, podrá reeditar su periplo en las dependencias oficiales ubicadas en El Cubillo.
Con todo, y más allá de lo cuantitativo, lo importante estriba en lo cualitativo que es, a fin de cuentas, lo que nutre el consabido relato político. Dicho de otra forma, por muy bien que pueda hacerse en la gestión municipal, todo ello hay que acompañarlo de un proyecto. Por ejemplo, Antonio Morales como primer edil en Agüimes pudo dar el salto al Cabildo de Gran Canaria en 2015 no solo por estar avalado por lo que hizo como alcalde sino también porque su gestión fue aderezada con un pensamiento político que superaba lo estrictamente municipalista. Es en los consistorios donde, políticas públicas mediantes, puede forjarse y plasmarse los programas ideológicos.
Hernández atesora el logro de la reducción de la deuda pública, la aminoración de los pleitos judiciales que atenazaban al ayuntamiento y la defensa de las escuelas infantiles. Esto (más otras cosas) permitió que fuese la más votada en los comicios. Sin embargo, ¿es suficiente? ¿Lo es tanto para seguir creciendo y aproximarse a los 14 ediles todo lo que pueda para evitar que no la acorralen políticamente en cuanto que es un feudo de Nueva Canarias y ella es igualmente diputada? Esta es la cuestión de fondo y que entronca con el legado de Francisco Santiago y el abanico ideológico de la formación. Sobrevienen tiempos convulsos donde lo municipal poco supondrá, o nada despuntará, si no va acompasado de un credo político personificado en lo individual y en el colectivo. Es lo que tiene la crisis sistémica del 78. Difuminar la ideología antes o después es contraproducente. Nueva Canarias ha sido siempre contemplada por la opinión pública desde dos ejes caracterizadores: nacionalismo canario e izquierda canaria. Este ha sido su ADN. Lo demás, lo descoloca. Y aquí, justo aquí, es donde asoma el componente pendiente por desarrollar con más ahínco para que Hernández no solo pueda seguir siendo alcaldesa después de 2023, donde habrá una intensa pugna entre las distintas siglas a la hora de los pactos, sino también para que ejerza responsabilidades públicas en otras instituciones. En fin, el ideario que desgrane y distinga a su gestión, será lo que determine los posibles que le aguardan en el horizonte electoral que ya se barrunta.
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