No habrá ‘cordón sanitario’ a la extrema derecha en España. Si este pasado domingo por la noche la generalidad de las fuerzas políticas en Francia instaban a no votar a Marine Le Pen como un propósito de defensa republicana sistémica, al día siguiente, es decir ayer, acontecíamos en Castilla y León al matrimonio institucional entre el PP y Vox. Es la primera vez que la ultraderecha obtiene poder en una comunidad autónoma, tendrá acceso a un boletín oficial; y todo apunta a que no será la última ocasión sino, por el contrario, el comienzo de una nueva andadura fruto de que (sondeos en mano) los populares sin Vox no son ni podrán ser algo en términos gubernamentales.
Como en España no se producirá reacción sistémica propia de una democracia constitucional europea que interioriza el legado del siglo XX, sino que en la actualidad seguimos acarreando la hipoteca de la Transición, que fue un éxito en muchas cosas pero que endosó lagunas aún pendientes de subsanar, es relevante calibrar los efectos en el sistema de partidos y en las alianzas futuras que potencialmente se darán a partir de los comicios andaluces y del gran ciclo electoral de 2023. Con independencia de que las generales sean antes o después de las locales y autonómicas, Pedro Sánchez decidirá.
Demos un paso más en el horizonte de pactos. Pongámonos en el escenario de que pronto Santiago Abascal fuese vicepresidente (o presidente) del Gobierno estatal. ¿Entonces los partidos tradicionales del ala izquierda están preparados para una etapa de intensa movilización social y sindical? Porque si esto ocurre, en Catalunya se reforzará la marea independentista que trastocará aún más los parámetros de la agenda en los que se desenvuelven el PSOE, la plataforma futura de Yolanda Díaz y demás ofertas electorales. Dicho de otra manera, si me apuran, el peligro al que tenemos que estar atentos no es al revolcón histórico y la regresión democrática que supone que Vox llegue a La Moncloa (que también, faltaría más) sino al escenario que vendrá después y que obligará a resituarse a las distintas siglas cuyas estructuras actuales no son operativas, en términos generales, para combatir ideológicamente a la extrema derecha.
Porque si no hay cordón sanitario como en Francia, y por descontado que no lo habrá, ¿qué le queda a la sociedad? Si el PP y el PSOE se acurrucan mutuamente (no seamos ingenuos, solo sucedería a favor del PP y nunca del PSOE) supondría un enorme lastre para los socialistas que, viendo el ejemplo del galo, prácticamente amortizado, no es la mejor senda a atravesar. Alberto Núñez Feijóo y el poder mediático que le rodea usará esa baza ante el PSOE llegado el momento procesal oportuno: o me respaldan como jefe del Ejecutivo, por acción u omisión, o no me dejan otra que pactar con Abascal. Desde luego, lo revestirán de alguna forma pues ya mismo se está blanqueando a Vox desde diversos medios de comunicación. Isabel Díaz Ayuso hará el resto desde Madrid para perpetrar la jugada. Vamos, que en el conjunto del Estado las derivadas que tiene la ‘normalización’ de Vox y que sea aupado al gran poder, son considerables. No cabe relajarse. El tiempo apremia.
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