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El desgarro político es enorme. No solo porque Argelia haya retirado su embajador en Madrid, se daba por descontado, sino por el resquemor que deja en la política interna. El pueblo saharaui ha recibido una puñalada fruto de un giro diplomático del que Pedro Sánchez (desde luego) no avisó a su socio de Gobierno. Tampoco ha explicado las ventajas de semejante bandazo. Pero lo cierto es que se ha roto la posición de España de (aparente) neutralidad durante 47 años.

Es la segunda traición a los saharauis. La primera fue con la agonía del dictador Franco y la retirada chapucera. La segunda ahora, ya en democracia, al aceptar el marco de juego impuesto por Rabat. Lejos quedan los tiempos en los que Felipe González, en la oposición, aceptaba el referéndum en la causa saharaui. En realidad, tanto el PSOE como el PP han tratado de calmar las pretensiones del Frente Polisario y granjearse la amistad de Marruecos.

A todas luces, es un papelón para el Pacto de las Flores. Especialmente, para el PSOE pues tanto Nueva Canarias como Unidas Podemos reprochan el giro de Sánchez en el que se obvia la vulneración de los derechos humanos en los territorios ocupados y la legalidad internacional. Aunque, todo sea dicho, en el Derecho Internacional los formalismos son los que son y todo queda reducido a un tablero de superpotencias donde el grande se come al chico.

Ángel Víctor Torres intenta contemporizar. Es su talante y hace bien pues sabe que en Canarias el conflicto saharaui toca muy cerca. La simpatía del pueblo canario es mayúscula hacia el drama de los campos de refugiados en Tinduf (Argelia). Además, no es un buen escenario que la costa próxima a las islas sea totalmente de Marruecos, dibuja un siglo XXI venidero de naturaleza incierta para el archipiélago. Dicho esto, la inercia imperante es a favor de Rabat. Invocar un acuerdo mutuo (cuando la ONU ha preservado el derecho al referéndum de autodeterminación) es simplemente confundir, dejar que avance el calendario y, por tanto, otra vez, que los hechos consumados rubricados por Marruecos acaben por triunfar. La reanudación de la guerra, desde finales de 2020, entre Rabat y el Frente Polisario sigue su curso.

Ahora bien, más allá de los comunicados al uso de Unidas Podemos y el resto de siglas y de las manifestaciones y actos de protesta que en breve seguramente se celebrarán, ¿qué consecuencias políticas acontecerán? Al final, estamos hablando de realidades de poder. Sánchez ha hecho lo que ha querido. No es la primera vez. Ya pasó con la huida de Juan Carlos I en el que la izquierda no fue informada. Por el contrario, Yolanda Díaz hizo una reforma laboral que no desatara los nervios de Nadia Calviño. ¿Hay reciprocidad? Negativo. Pero todos siguen ocupando sus responsabilidades gubernamentales y, a la postre, la ciudadanía se queda con que el palabrerío es tan solo eso, que está muy bien pero que no modifica nada. Entonces, ¿quién pagará en las urnas?, ¿quién recibirá mayor castigo electoral? Esa es la cuestión: ¿Sánchez por los referidos hechos consumados y su particular sentencia hacia el pueblo saharaui?, ¿Unidas Podemos y Díaz como candidata porque han tragado con lo que fuera? Se puede digerir uno, dos y tres reveses. Pero estar por estar en el Ejecutivo tampoco es plan. Entre otras cosas, porque permite que antes o después (con la materia que sea) se repitan esos dichosos hechos consumados.