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Jueves, 30 de Octubre de 2025

Actualizada Jueves, 30 de Octubre de 2025 a las 21:25:34 horas

Rafael Álvarez Gil Rafael Álvarez Gil

Conciencia de clase

TA ofrece la columna diaria de Rafael Álvarez Gil

direojed Sábado, 12 de Marzo de 2022 Tiempo de lectura:

Hay disputas parlamentarias hoy que recuerdan a la Segunda República. O, mejor dicho, demuestran que aún las grandes problemáticas sociales persisten o, si acaso, se endurecen al calor de la desigualdad y la globalización galopante.

 

Esta semana acontecimos en el Congreso de los Diputados a la embestida de Vox contra los sindicatos de clase al dirigir la pregunta a la vicepresidenta y ministra de Trabajo y Economía Social. La gallega fue tajante al recordar la importancia de las centrales sindicales (consagrado en el artículo 7 de la Constitución por decisión del poder constituyente) y, de paso, evocar por qué a la ultraderecha no le interesa que existan. Esto es, sin sindicatos el patrón permanece sereno y los intereses colectivos se disipan en la resignación o, todavía peor, en la frustración e impotencia. Existe una premisa muy sencilla: ¿quiénes son los que más necesitan sindicarse y ejercer el derecho fundamental a la huelga? Los trabajadores manuales, los que no disponen de la mayor formación y los que saben que juntos, y solo juntos, lograrán las metas socioeconómicas y la dignidad buscada. Dicho de otra manera, lo que siempre se ha llamado conciencia de clase.

 

Fue justo Yolanda Díaz la que en su intervención el otoño pasado en el congreso de CC OO rescató de la memoria a la escritora Luisa Carnés (1905-1964) y su novela ‘Tea Rooms. Mujeres obreras’ (Hoja de lata, 2016) que retrata el drama de las mujeres trabajadoras durante los años treinta del siglo pasado en los que el conflicto social estaba a la orden del día y la Segunda República supuso entonces un horizonte esperanzador a pesar de las contrariedades concurrentes. Una lectura conmovedora de enorme actualidad. Ser mujer y ser trabajadora era (y es) una doble discriminación. Por eso el feminismo y la conciencia de clase van de la mano.

 

Sin sindicatos no hay democracia. Y al margen del debate sobre la convalidación del decreto ley de la reforma laboral, y si pudo ser más ambicioso como se aguardaba, que sin duda era posible y había mayoría parlamentaria para ello, lo cierto es que ha sido un paso en la recuperación de derechos y en fomentar el modelo de estabilidad (la contratación indefinida) frente a la precariedad que ha dominado al mercado de trabajo en España.

 

Lo que hace Vox no es nada nuevo. Al alimón de la Gran Recesión de 2008 se desató una oleada de críticas contra el sindicalismo que, en el fondo, perseguía finiquitarlo. No fue una invitación a la autocrítica sino jalear ideológicamente el rosario del neoliberalismo en el que la clase trabajadora (que existe, y vaya que existe) no pueda organizarse y no disponga de mecanismos para representar sus intereses. Fueron años en los que las centrales sindicales eran la diana de los voceros de la derecha y sus plataformas mediáticas. De repente, tenían la culpa de todos los males… Por supuesto, no era casualidad ni era neutro. Vox codicia tomar el poder político para desmantelar los derechos de los trabajadores, de los que no tienen de todo, y así calmar el frenesí patronal que no entiende que el mercado tiene sus límites, que sus ambiciones ‘per se’ no caben siempre y que, en todo caso, hay un interés superior (la igualdad, el reparto de la prosperidad) que debe preservarse si deseamos que la democracia siga siendo eso: una democracia cargada de conciencia social.

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