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Martes, 14 de Octubre de 2025

Actualizada Martes, 14 de Octubre de 2025 a las 20:06:23 horas

Rafael Álvarez Gil Rafael Álvarez Gil

Escalada bélica

TA ofrece la columna diaria de Rafael Álvarez Gil

direojed Sábado, 05 de Marzo de 2022 Tiempo de lectura:

No tengo claro que enviar armas ofensivas a Ucrania sea positivo. Y, aún más, que sea la solución. Pasan las horas y por mucho que lo reflexiono sigo sin verlo. Me desgarra el sufrimiento del pueblo ucraniano, me duele la invasión rusa a Ucrania y, por ende, su ensañamiento. Lo condeno. Todos tenemos mal cuerpo desde que se inició esta barbarie. Deseo que finalice esta pesadilla cuanto antes y, sin embargo, cada vez tiene más visos de que se va a enquistar. Entiendo la ola social y política en la que todos se suman enseguida a mandar el armamento que el lunes Pedro Sánchez negó y que el miércoles en sede parlamentaria reconoció. Cambió de criterio. ¿Qué habrá pasado en medio?

 

Pero volvamos a la reflexión: ¿acaso la entrega de las armas de marras van a darle la vuelta al conflicto bélico? Y, sobre todo, el dilema principal que me temo que la sociedad en su conjunto todavía no ha mascullado: ¿estamos dispuestos a pagar las consecuencias de semejantes medidas? ¿Realmente aspiramos a llegar hasta el final contra Moscú aunque suponga coquetear o inmiscuirnos en una Tercera Guerra Mundial? Aventuro que, de cumplirse ese horizonte, y empiecen a llegar los cadáveres a España, no permanecerá intacta la querencia militarista que mucho antes ya cabalgaba la ministra de Defensa Margarita Robles. No nos engañemos: mantener la línea de entrega de armamento a Ucrania conllevará que, antes o después, hagamos frente a la disyuntiva sobrevenida de mandatar al ejército a una intervención exterior. ¿O es que acaso si se impone la superioridad rusa y los soldados ucranianos se baten en retirada hacia Polonia vamos a estar, metidos ya en esta espiral, de brazos cruzados? O lo más inquietante: ¿damos las armas a Ucrania sin más aunque aceptemos que pierda la guerra contra Rusia? Si es así, ¿para qué lo hacemos?

 

En política es tan importante lo real como la apariencia de realidad. Máxime, en las relaciones internacionales donde se intensifica la labor de los servicios de inteligencia, se sopesa qué hará el otro desde la distancia kilométrica y, encima, las tropas y los tanques están desplegados sobre el terreno. Y esto vale tanto para Madrid como para Moscú. En 2004 el 11M nos sacudió con los atentados de Atocha. Enseguida lo conectamos como repercusión directa fruto de haber intervenido en Irak José María Aznar con la Administración Bush. Rusia es una potencia nuclear. Y tiene submarinos nucleares que Vladímir Putin ya ha puesto a realizar maniobras en Siberia y el Ártico. Pero ocurre que asimismo la guerra moderna puede emplearse a través de acciones de comandos terroristas. Es decir, que no se reduce la cuestión a batallas de infantería con bayoneta en ristre a campo abierto…

 

Valga lo expuesto como desahogo intelectual. Hasta, si me apuran, me apuntaría a esa certeza frenética que a muchos invade de dar ese armamento ofensivo a Ucrania desde la buena fe y la aspiración de finiquitar la saña de Putin, me resultaría más sencillo; aunque la expansión al este de la cobertura de la OTAN tras la caída del Muro de Berlín ha soliviantado temores en Moscú cuando justo entonces le prometieron lo contrario. Por supuesto, no justifica lo que hace Rusia. Pero la duda persiste y conviene tener todos los elementos a mano para diseccionar mejor los acontecimientos. Después de todo, lo único claro es que la guerra se retroalimenta y que las armas de naturaleza ofensiva que mandamos nos meten en una aventura cuyo desenlace es incierto.

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