El mismo día que Pablo Montesinos (periodista) anunció que deja su acta como diputado y la política tras el cónclave del PP, una retirada elegante, Vidina Espino proclamó que se pasa a CC y se abona a tránsfuga. Uno y otro obrar se retratan por sí mismos. Que la exdirigente de Ciudadanos escogiera ayer para hacerlo público no es casualidad: el rebumbio informativo a toda intensidad motivado por el conflicto bélico en Ucrania y la caída de Pablo Casado para ser reemplazado por Alberto Núñez Feijóo le auguraba a Espino que su noticia transcurriese disimuladamente y, no siendo menos, adquiriese bajo perfil en las próximas jornadas. Hace mucho se barruntaba que acabaría por recalar en CC.
Esta decisión de Espino, sin dejar el acta, es una actitud que degrada la política. Puro chalaneo. Mancilla el parlamentarismo. Pero también la responsabilidad recae en CC por permitir un tránsito de este modo, un puentear que la desacredita como representante en cuanto que constituye una traición a su electorado que, renunciando al escaño, le hubiera situado en otra posición. Porque una cosa es haber dejado la militancia y mantener el acta (que le pertenece), y con eso ya hay polémica de por sí, y otra bien distinta es enrolarse en otro partido a la par que permanece en el escaño que, para más inri, obtuvo como candidata a la presidencia de Canarias por parte de Ciudadanos en 2019. No fue una integrante más de la lista.
Espino aprovechó el pretexto de la defensa del Régimen Económico y Fiscal (REF) para notificar en sede parlamentaria que se iba de Ciudadanos al socaire de una defensa del fuero isleño cuando ella, siendo Ciudadanos contrario a los nacionalismos periféricos y amante de la recentralización, en 2019 se refirió al cupo vasco como el ‘cuponazo’. Con estos antecedentes, se fragua lo que se sospechaba hace tiempo y solo faltaba buscar el momento procesal oportuno para que Espino lo consumara. Y esta semana le brindaba la ocasión mediática por excelencia.
Espino, con este proceder, pierde credibilidad ante sus votantes. Una manera que daña a la democracia representativa. Incluso, creo que no hay precedente en el autogobierno canario desde los primeros comicios en 1983 de una candidata presidencial que se pasa a otro partido en la misma legislatura y sin entregar del acta; por mucho que lo disfrace de ‘colaboradora’, porque llamar por su parte a las cosas por su nombre no tiene un pase, y lo sabe. Y eso que el Parlamento tiene pendiente reformar su reglamento, desde la potestad autoorganizativa que atesora, para que (como es congruente) los que ya estaban en el grupo mixto reciban el mismo trato en asignación presupuestaria que los restantes diputados que abandonan sus grupos parlamentarios de origen. ¿Con qué credibilidad va a controlar a la Radio Televisión Canaria (RTVC) que ha concentrado sus energías sobremanera desde 2019? ¿Cómo piensa mediar palabra con el Gobierno al fiscalizarlo desde la bancada de la oposición tras este viraje que protagoniza? Fue elegida por la ciudadanía que la votó y depositó en ella su confianza, que queda ahora laminada. Aunque con semejante despropósito deja tirada a la sociedad en su conjunto pues, a fin de cuentas, en los setenta diputados que conforman la Cámara descansa la soberanía popular, la misma que ha burlado.
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