Es la primera vez que en Europa seguimos una guerra en el propio continente al instante. No fue el caso de Yugoslavia al calor de su desintegración, aún no había internet. Vladímir Putin va contra el Gobierno legítimo de Ucrania; lo que recuerda al asedio de Madrid en 1936 cuando el golpe de Estado comandado por Francisco Franco y sus conmilitones trataron de derribar a una democracia, entonces Gran Bretaña y Francia no intervinieron aunque, a diferencia de la actualidad, sus opiniones públicas respectivas se enteraban de lo que ocurría en España con retraso.
Sin embargo, vemos qué acontece en Kiev segundo por segundo gracias a las cámaras fijas que reproducen las calles vacías con algún coche y transeúnte despistado que deambula y las declaraciones de los políticos se reproducen sobre la marcha en las redes sociales. Tenemos más información (y desinformación) pero asimismo la invocación al compromiso es mayor. De lograr sus objetivos Rusia, antes o después se castigará Centroeuropa sobre cómo dejamos que una democracia se destartalara por la invasión de un tercero. Pero como Ucrania no está en la OTAN…
El castigo mediante las medidas económicas por parte de Estados Unidos y la Unión Europea a Rusia tardarán en verse sus efectos pero abren el dilema de si realmente son garantía. La guerra en el Viejo Continente rescata un dilema de antaño: ¿queremos guerrear o aceptamos la paz pase lo que pase? Precisamente en Europa que, tras la Segunda Guerra Mundial, fue construyéndose un proyecto comunitario sobre la premisa de no reproducir los dos conflictos bélicos del siglo XX. Dormitábamos en una paz autosatisfactoria o ilusa y Putin nos obliga ahora a replantearnos qué deseamos.
La intervención militar de España en Ucrania no es conveniente en cuanto que Rusia es una potencia nuclear. Pero amén de internet y la instantaneidad, el dilema de ver cómo cae una democracia se torna más duro y menos llevadero para la ciudadanía. La gravedad es igual a la de Madrid en 1936, los ucranianos ocupan el metro como otrora los madrileños por temor a los bombardeos, aunque el minuto a minuto que vemos en Kiev acelera la indignación y nos dejará una hipoteca onerosa como demócratas.
¿La democracia es irreversible? Pensábamos que sí, al menos, desde la caída del Muro de Berlín y la hegemonía del discurso de Francis Fukuyama de que las ideologías se habían extinguido y la democracia liberal junto al libre mercado ya serían eternamente el tablero de juego. No ha sido así y Putin ejecuta un ataque que carcome los cimientos de la convivencia y la civilización en el Viejo Continente. A fin de cuentas, después de Ucrania puede venir otro frente militar. Ucrania no estará en la OTAN pero es una democracia violentada por Rusia que no ha respetado su soberanía e integridad; entonces la duda es pertinente: ¿habrá más ‘Ucranias’? Ese es el temor colectivo que despliega Putin, bombas atómicas en ristre, en la opinión pública occidental. Putin sienta precedente al estilo hitleriano. Y, guste o no, la realidad es la que es: asistimos al derrumbe democrático en la misma Europa.
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