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Rafael Álvarez Gil Rafael Álvarez Gil

La Laguna, 1936

TA ofrece la columna diaria de Rafael Álvarez Gil

direojed Viernes, 11 de Febrero de 2022 Tiempo de lectura:

Reconozco que cuando recientemente me nombraron por primera vez a Nivaria Tejera (1929-2016) y ‘El barranco’ quedé sorprendido pues no conocía ni a la escritora ni a la obra. En parte, esa laguna era responsabilidad propia. Pero también, y sin ánimo de descargo, enseguida pensé cómo el largo silencio se ha apoderado de la memoria isleña frente a la barbarie del franquismo en Canarias durante el siglo XX y que aún hoy no solo sobrevuela sino que resurge a través de algunos partidos políticos.

 

Nivaria Tejera era cubana e hija de un tinerfeño. Con apenas dos años se mudó con sus progenitores a La Laguna desde el otro lado del Atlántico. Rezuma insularidad por los cuatro costados y esto lo experimentó durante toda su vida, hasta la muerte, en condiciones económicas precarias, en París. Porque sus andanzas por medio mundo, primero defendió la revolución cubana y luego se distanció del castrismo, la convirtieron en un islote andante de emociones y reminiscencia por sí misma. Es la atracción y el poderío de la isla. Lo que Domingo Pérez Minik describió como ese poderoso y místico revulsivo que le hacía salir de la isla pero, poco después, esté en Moscú o Nueva York, sentía que la isla le llamaba desde la distancia y le impelía a retornar cuanto antes para sentirse razonablemente feliz y en consonancia consigo mismo. Los canarios sabemos perfectamente lo que es esto.

 

En ‘El barranco’ Nivaria Tejera describe el estallido del golpe de Estado en La Laguna en el verano de 1936. Recordemos que en el archipiélago no hubo Guerra Civil como tal, quedamos sin batallas ni trincheras, con la salvedad de las balaceras de rigor de primera hora de resistencia, pero sí que hubo (y tanto) represión y muerte por el franquismo a dirigentes de izquierdas, sindicalistas, maestros, líderes vecinales, pueblo llano de ideas avanzadas… Ahí siguen la sima de Jinámar y los pozos de Arucas.

 

Su padre era periodista y fue detenido al comienzo, contando la obra con una vocación de resarcirse de su propio pasado y de ajustar cuentas ante la fatalidad del destino en su niñez. Porque esa niña que corretea por La Laguna es, al tiempo, la que se aferra con tremenda angustia a las faldas de su madre desolada o al cariño de un abuelo que trata, a su modo, de mantener el tipo para que el ánimo del hogar no decaiga.

 

Malditas sean las guerras. Malditos los que en 1936 derribaron puertas a culatazos llevándose al ajusticiado de turno para darle el ‘paseo’. Familias que quedaron rotas. Hijos que cargaron por el resto de sus años con la pesada losa de la cicatriz temprana, de la pena de una memoria truncada. Esa niña, Nivaria Tejera, nos retrotrae a las miserias y ruindades en una Canarias que fue desde el primer instante plataforma militarista del levantamiento que derrocó una democracia ante la pasividad europea temerosa del fascismo y el nazismo. Al leer la novela, te viene a la mente el relato del gallego Manuel Rivas ‘La lengua de las mariposas’ que fue llevado al cine por José Luis Cuerda (1999). Aquí, en las islas, teníamos nuestro propio testimonio desde hace décadas, el de Nivaria Tejera, y, sin embargo, ha quedado postergado para el gran público y obviado en las escuelas canarias. Esa niña nos invoca a todos.

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