Comienza la recta final de la campaña electoral en Castilla y León y crecen los nervios en el cuartel general de Génova. Las últimas encuestas apuntan una clave generalizada: el PP necesitará a Vox. Y Pablo Casado quedaría, desde este momento, hipotecado al neofascismo. De hecho, en Andalucía temerán tener que afrontar comicios este año e incluso no haberlos convocado mucho antes, al alimón de la cita electoral en la Comunidad de Madrid. El PP gobernando con la ultraderecha no es el PP de antaño. No es la derecha que se siente, en parte, culpable de la ausencia de justicia social y reivindica unos mínimos servicios públicos como democratacristianos se tratase. Es otra cosa. Casado realiza mítines. El silencio de Santiago Abascal es clamoroso; es sabedor de que la tendencia le favorece y mantiene una discreción que evite estropearla.
Si Alfonso Fernández Mañueco el próximo domingo por la noche, durante el recuento, certifica lo que ahora dicen los sondeos, le habrá salido el tiro por la culata. Una cosa es Ciudadanos que por neoliberales que sean son, a fin de cuentas, demócratas y otra bien distinta es la ultraderecha que mientras aúpa a Felipe VI lanza bravatas en aras de ilegalizaciones futuras de las organizaciones que no les gustan. Dinamita en contra del PP. Casado, como Pedro Sánchez, no acaba de digerir que asistimos al ocaso de la Segunda Restauración y ambos son protagonistas esenciales del ritmo de la decadencia. Casado cree que aún está en el esplendor del bipartidismo dinástico, como si de José María Aznar o Mariano Rajoy se tratase, y, en realidad, padece la crisis sistémica que, encima, puede personificarse el 13F en una comunidad autónoma que es feudo conservador.
Si Castilla y León, primero, y Andalucía, después, atestiguan que el PP para gobernar requiere del neofascismo, eso tendrá repercusión en la agenda política y en las variables electorales. La ultraderecha con el BOE a mano no es ningún disparate pues Casado, sin Abascal, no llegará a ningún lado. Esa es la paradoja: para que Casado tenga algo similar a un futuro político personal precisa del neofascismo. Sin Vox no es nada, está acabado.
El estilo posmoderno de los vídeos de Vox, bandera rojigualda en ristre, neoespañolismo mesetario de mesita de noche, es la reproducción en la actualidad de los falangistas de primera hora que ensombrecieron la Segunda República. Fanfarronadas militaristas, musculitos a relucir, desenfado en la vestimenta con aroma autoritario, ruego de la masculinización que disfraza concepciones machistas, franquismo sociológico de sacristía… retornan con el neofascismo. Si el PP el 13F queda ligado a la ultraderecha, si Casado sin Vox nunca llegará a La Moncloa, el resto de partidos debe articular frentes antifascistas. Este PP no tendrá nada que ver con Angela Merkel. Será cómplice de la regresión democrática, acompañante del ataque a la democracia representativa, perpetrador de injusticias contra las nacionalidades que alberga el Estado español. Mientras tanto, este cóctel deja preso a Felipe VI, un rey que no contará con su bipartidismo dinástico. Y, lo que es peor, venerado apasionadamente por Vox, por el neofascismo puro y duro.
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