Ayer

Si los políticos no tuvieran ego, el periodismo no sería negocio. El columnismo, como género periodístico, requiere de dos cosas esenciales: libertad al escribir y leer a mansalva. Y, después de todo, seguir leyendo. ¿Se me olvida algo? Sí, aún más lecturas. El director David Trueba plasmó en ‘Madrid, 1987’ (2011) el intento más exitoso de las andanzas de un columnista en España. Se piensa que el protagonista se inspira en Francisco Umbral. O alguno de los de aquella época. Umbral pasó por las páginas de ‘El País’, ‘Abc’ y ‘El Mundo’; en esta última cabecera fue donde estaba al morir en 2007, con su espacio apuntalado con disciplina monacal ubicada en la contraportada. Aquello fue en el periodismo industrial, con la digitalización en pañales.

La película de marras la vi, en su momento, en los Multicines Monopol, hoy cerrados. Como lo están a cal y canto los de Telde, una experiencia fallida fruto de la crisis de 2008 e internet, siendo pasto el entorno del aparcamiento errante y las feas pintadas en las fachadas, reclamando arreglo a la mayor urgencia. Añoro el cine como lugar de socialización y encuentro. Apenas voy, cada vez menos. Nos quedan las salas de las grandes superficies de la periferia urbana. Pero están abonadas a los largometrajes comerciales e infantil en periodo navideño, en ocasiones algún título español escapa. Lo peor de todo esto es la disfunción cuando, al llegar el viernes, hallas las críticas de rigor en los medios de comunicación editados en Madrid y te encuentras que esa cartelera no existe en Canarias. O cuando lees, con motivo del estreno, una amplia entrevista al cineasta Nanni Moretti en ‘El País’ y te topas con la cruda realidad de que, ni por asomo, llega a visualizarse en Gran Canaria. Eso no pasaba antes. Y genera frustración o, en el mejor de los casos, desgana. Desconectas.

El actor que da vida al columnista en el largometraje de Trueba es José Sacristán. Un grande que encarna a la perfección el papel pues pocos como él simbolizan a la generación que se hizo adulta al calor de la Transición. Lo llamativo es que de un tiempo a esta parte se propagan declaraciones de Sacristán y otros de su quinta con reconocimiento social, poniendo en entredicho el relato actual de los jóvenes a son de la Transición heredada, con sus luces y sus sombras. Más allá del debate, lo significativo es cómo ellos están a la defensiva ante un hecho sociopolítico al que se asiste. La decadencia de la Segunda Restauración tiene diversos motivos. Pero se resisten a aceptar que se desvanece el mundo de ayer. Incluso, en algunos, asombra la vehemencia con la que tachan a aquellos que cuestionan este modelo agotado que es irreversible.

En los setenta la izquierda sociológica tenía miedo, mucho miedo. No solo a un cuartelazo sino que se habían educado en unos hogares sometidos al temor impuesto por la dictadura franquista. Luego estaba el golpe de Estado de los militares en Chile en 1973, lapidando la democracia. Es como si no solo tuvieran repelús a la convulsión en la sociedad, que ya se atisba, sino que se lo toman, por alguna extraña razón, como algo personal. Y se produce entonces una ruptura generacional, de padres e hijos. Un universo descolocado que invoca sustanciales acontecimientos todavía por venir. Nadie puede detener el curso del río de la pasión política, los meandros de la vida.