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Rafael Álvarez Gil Rafael Álvarez Gil

No a la guerra

TA ofrece la columna diaria de Rafael Álvarez Gil

direojed Miércoles, 26 de Enero de 2022 Tiempo de lectura:

Asombró la arrancadilla hace unos días de la titular de Defensa propagando que, si se tercia, el auxilio militar de España, por mar y aire, iría raudo para respaldar a la OTAN y a Ucrania.

 

Ahora, en frío, recula y le quita hierro. No se puede mantener una guerra con una potencia nuclear. Más que nada porque, para entendernos, un submarino de misiles balísticos puede desgarrar Madrid, Cádiz o Lanzarote. Margarita Robles se lanzó en un patrioterismo que más bien desprende el aroma del ‘establishment’ que rodea a los negocios armamentísticos aderezado de asunto de Estado, y que recuerda a la escena de ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’ (1964) en la que el militar al modo de un vaquero cabalga sobre el misil dirigido a impactar sobre la tierra y provocar el caos.

 

La opinión pública en España no está a favor de la guerra en Ucrania. Y a poco que la situación se agrave y Pedro Sánchez no se desmarque del discurso ortodoxo de la OTAN, volverán las protestas como aconteció con la intervención en Irak de la Administración Bush. Esperemos que Sánchez no cometa el mismo error que José María Aznar y que sepa sortear las presiones entrecruzadas en un conflicto geopolítico en el que el peso de Bruselas brilla por su ausencia. La posible expansión de la OTAN a las cercanías de la frontera rusa inquieta, como es lógico, a Moscú. Pero este tipo de razones, por desgracia, no se explican con la frecuencia deseada en los medios de comunicación donde es fácil que impere el argumentario de la Casa Blanca.

 

Ni con unos ni con otros. Sencillamente, la guerra es un absurdo. Todas lo son. Pero encima en el presente podría ocurrir que la respuesta a una intervención militar de España viniese a través de acciones terroristas. La guerra convencional ha desaparecido. Y los atentados de Atocha el 11M de 2004 fueron una consecuencia de la implicación del Gobierno de Aznar en Irak que, recordemos, no contó con el beneplácito del Consejo de Seguridad de la ONU.

 

No sería la primera vez que las pasiones desatadas, los egos y la ignorancia en la toma de decisiones precipitasen una guerra. La Historia está repleta de esos instantes previos en los que cualquier incidencia, por mínima que sea, provoca que se inicie un conflicto bélico que ha ido anticipadamente gestándose. En esas estamos. La tensión crece. Y si la Unión Europea en vez de mediar y buscar posturas de conciliación se une a Estados Unidos sin más, no será precisamente la mejor opción. Que la diplomacia cumpla con su labor. Pero las adhesiones de furor militarista que tuvo la ministra en las primeras horas no ayudan sino que confunden a una sociedad que, por lo general, no conocen el detalle de lo que ocurre en Ucrania pero que desea paz. Después de una pandemia justo lo menos que necesitamos es que estalle una guerra. Ojalá impere el raciocinio. Pero estamos ante una pugna de intereses internacionales, por eso irrumpe un fundado temor ciudadano. Para Sánchez tendría un coste electoral importante si reedita el fervor de intervención en el exterior al estilo Aznar.

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