El paso del tiempo es implacable. La memoria es un salvoconducto de resistencia, de dignidad humana frente a las inclemencias del destino. La humildad es el instinto primario y sano que nos achica, nos retrotrae ante la gran voluntad que decreta a modo de viento y calima los azares a soportar. Llamo a una librería de segunda mano, con vocación de obra social, es El Rincón del Lector en San Juan (Telde), en búsqueda de los títulos de un autor que haga merecer la pena rendir la visita. Me dicen que sí. Y respondo que ya pasaré.
El local recoge miles de libros, novelas y ensayos, que operan como un modesto tributo a los egos derretidos de antemano. Amanece, avanzan los días y cae la tarde con el apetito del afán de vivir de cada uno. Y allí persevera este testigo libresco de la pequeñez incluso de los laureados. Escritores y pensadores reconocidos con medallas de toda laya cuyos libros están a dos, tres o cuatro euros. Y gracias por venir. Los que escribieron por gusto, por vocación, permanecerán vivos. Los que lo hicieron en búsqueda de fama y huero esplendor entran en la decepción anticipada. Esto últimos, a buen seguro, ni lograron las condecoraciones; solo unos pocos. Como aquellos periodistas que reciben premios institucionales cuando, en el fondo, saben que no los merecen y que han sido pechados como recompensa política. Se convierten como ese alumno que aprobó el examen solo porque se copió o estudió la postrera noche aceleradamente pero que son conscientes de que nada saben. Tienen el aprobado o el título pero, en puridad, cargan con la hipoteca de saberse aprobados o reconocidos sin mérito real. Otra sanción del ego no disuelto, del ego reconcomido que domina sus existencias pacatas y sujetas a los terceros.
Recorro la calle León y Castillo desde la plaza de San Juan hasta la zona de Arnao. Una ruta muy teldense y, en mi caso, con cuño familiar. Y descarga en mí memorias anteriores a la mía que cincelo por uno mismo y por los otros, por los ausentes. Un eslabón en la cadena. Paseo. San Francisco arropa la emoción contenida en el callejear de su canariedad. Viajo mentalmente la vía urbana. Las fachadas se remozan. La historia sigue indemne.
Es sábado por la mañana cuando escribo esta columna que usted lee hoy o cuando le plazca. El móvil no ha sonado o no lo quiere hacer ahora, justo ahora. El silencio gana. Toca salir a la calle. O eso creo. Amar a la vida. El tiempo desde el comienzo del texto ha prosperado. Minutos que no retornarán. Aunque fuera siguen pasando cosas. De muchas ni nos enteramos. Es el ajetreo diario, los puestos del mercado, la sirena de la Policía Local presta al auxilio de una urgencia invocada. La muerte acecha.
El ánimo isleño domina, nos agranda el alma. Nos aboca a vivir la vida, saborearla al gusto propio. Romance de calima sahariana. Vientos de ocasiones y molestias contrariadas. Sol canario que ordena y disipa. Un vino o una cerveza. Una mirada. Una sonrisa. Gratitud de una columna acabada. Telde sigue intacta.
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