El resultado de la votación para la constitución de la Junta de Control de Radio Televisión Canaria (RTVC) dejó, ante todo, en evidencia una clave: hubo fuga de votos. El resto es sobradamente conocido: volvió a naufragar, y era el cuarto intento. Hay diputados que no están dispuestos a quedar sujetos en la disciplina del grupo parlamentario de turno; y eso, por lo general, requiere coraje. Sea en la votación que sea, y en Madrid hemos asistido a la polémica del nombramiento de los magistrados del Tribunal Constitucional que ha descompuesto a la izquierda. ¿Votar por votar tiene sentido? ¿Y el criterio del individuo dónde queda?
En época de Santiago Negrín al mando de RTVC, presenciamos otro episodio similar, a son del Consejo Rector, al de esta semana en el Parlamento. Entonces la que fue señalada, por no estar dispuesta a tragar con lo que fuera, fue Patricia Hernández. En realidad, nunca se supo (ni ahora sabremos) la orientación del voto. Faltaría más. Por mucho que a algunos les venga la ocurrencia de las trapisondas por marcar con colores las papeletas y cosas por el estilo que es un síntoma de sectarismo y degradación de la política concebida en las instituciones. Qué pena de parlamentarismo… Pero aquella vez fue la tinerfeña la señalada y el resultado, en última instancia, fue que el Consejo Rector quedó anulado.
Ahora, a cuenta de la Junta de Control, le ha tocado resistir presiones sobrevenidas a Juan Manuel García Ramos. Esperemos que no le pase factura en 2023, por eso de las rencillas guardadas y le impidan ir en la plancha, si ese fuese su deseo. Como con Hernández, tampoco sabremos en el fondo qué fue lo que hizo. Bendito voto secreto en democracia. Pero lo cierto es que García Ramos hace años que padece escarnios, inmerecidos, que pululan por los ámbitos literarios estilados en círculos muy cerrados. Cuando a alguien no le gusta la producción literaria de otra persona o los ensayos que publica, que no es el caso, lo razonable es optar por la elegancia del silencio y poco más. Pero la trayectoria en esta materia del presidente del PNC es que ha concitado una serie de ataques, tan numerosos, que inmediatamente irrumpe la sospecha de si más bien son motivados por las bajas pasiones que anidan, con especial virulencia, en la ínsula.
Recordando etapas anteriores, la del Consejo Rector pretendido en RTVC, desde el ‘clavijismo’ le endosaron a Ángel Víctor Torres la supuesta responsabilidad de no controlar a sus diputados en el redil. Gobernaba CC en el archipiélago y lo hacía Mariano Rajoy en Madrid. Enseguida, Fernando Clavijo (que expresó que no hablaba con los “medianeros”) soltó que el PSOE no era un socio de fiar; cerrándole así las puertas al aruquense de convertirse en su socio en el Ejecutivo a partir de 2019. Que prosperase inesperadamente la moción de censura de Pedro Sánchez a Rajoy, descolocó por completo a Clavijo. En la actualidad la línea argumental que empleó otrora podría aplicársela el propio grupo parlamentario de CC: ¿dónde queda el peso político del lagunero, su ‘auctoritas’, entre sus correligionarios? Que ni García Ramos ni terceros sirvan de chivo expiatorio. Sería una insolencia.
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