PSOE y Podemos se necesitan mutuamente. Las tensiones existen y van a más. Pero ambos saben que de producirse ahora mismo elecciones generales, las derechas alcanzarían La Moncloa. Por tanto, el dilema (especialmente para Podemos) no es a corto plazo sino calibrar hasta qué punto Yolanda Díaz llega en buena forma demoscópica como candidata con dos años por delante similares a los días últimos vividos a cuenta del debate sobre la derogación de la reforma laboral. Normalmente, en las coaliciones el pez grande se come al chico. Es la norma.
Lo asombroso, a tenor de los sondeos, es que en el presente caso tanto los socialistas como Podemos descienden en escaños: alrededor de veinte diputados el PSOE, en torno a diez actas Podemos. Según el barómetro de octubre de Key Data para ‘Público’, Pedro Sánchez pierde casi un millón de votos con respecto a la última cita electoral en 2019; eso, con las características de nuestro sistema electoral, hace que la prima del ganador en numerosas provincias de tamaño medio en el reparto de escaños recale, en esta ocasión, en Pablo Casado. Ese es el balance demoscópico.
Dicho de otra forma, la posición de Podemos es, en el fondo, cuestionarse qué relación desea con el centroizquierda. Esto es, ser socio accesorio o disputarle realmente al PSOE la hegemonía de la bancada de la izquierda que, por los pelos, no logró arrebatarle en los comicios generales de 2015 y 2016. Pedro Sánchez está apuntándose públicamente algunas de las propuestas de los correligionarios de Pablo Iglesias. La razón es sencilla: teme a la ministra de Trabajo y Economía Social y su ansiado frente de izquierdas a articular en 2023.
Ahora bien, tampoco es solución para Podemos seguir así. Es decir, vale que el miedo inmediato a un gobierno de derechas paralice cualquier potencial jugada pero, a la par, continuar carcomiéndose a favor de no se sabe qué (Sánchez no aumenta en respaldo popular) no le servirá de nada ni a Podemos ni a su electorado. Lo peculiar de todo esto, en función de las encuestas, es que un socio no crece a costa del otro, sino que ambos retroceden.
Así las cosas, Sánchez trata de ganar tiempo. Mantener el Ejecutivo actual y confiar en darle un vuelco a los sondeos. Tiempo tiene aún y la tendencia económica será su principal baza en su propósito. Tensar o no la cuerda entre los socios de una misma coalición puede conducir a que uno se marche del poder o que el otro le cese. Es jugar con fuego. Los síntomas se acumulan en la capital sobre qué puede suceder a son de dos aliados que, no siendo menos, necesitan del soberanismo catalán y vasco. Es la única salida que le resta a la izquierda. La tentación de una gran coalición con el PP, no es solución para Ferraz. Y con estas dinámicas se va acotando el tablero, cada vez más endiablado. Estar por estar en La Moncloa no es plan para Podemos. La derogación de la reforma laboral impuesta por Mariano Rajoy, completa, sin maquillaje, antes de que finalice el año es la prueba del algodón para Díaz.























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