Tristes victorias

RONALD RAMÍREZ

El regusto amargo que empañó la satisfacción experimentada con la victoria de Biden sobre Trump fue el mismo sinsabor que se encargó de rebajar la euforia provocada por la fallida moción de censura de Abascal.

Un parecido que llega, no solo por la multitud de rasgos políticos que comparten ambos personajes, sino por lo triste que resulta, si uno se para a reflexionar, celebrar lo que hasta hace unos años dábamos por descontado. Pero cómo íbamos a imaginar que un populista ricachón iba a llegar a la presidencia de la mayor potencia mundial a base de insultos, amenazas, racismo y la promesa de dirigir Norteamérica como si fuera una de sus exitosas empresas y sus ciudadanos, simples mercancías. Ni dentro de la Casa Blanca rebajó esa actitud extremista para júbilo de sus acérrimos seguidores, quienes se zampaban los bulos que sin rubor fabricaban con esmero en Washington.

Y ahora, después de casi cuatro años siguiendo, impotentes, desde la distancia un acontecimiento que ni Los Simpson habrían podido pronosticar, ha llegado nuestro momento de ver la caída, con la esperada (esta sí) pataleta del Torrente estadounidense contra un sistema electoral que al parecer sí era legítimo cuando lo aupó a él en el poder. Incluso el respaldo de Bush al líder demócrata recuerda al rechazo de Casado al último ridículo de Vox, que con cada acto confirma ese mentado regusto amargo que deja el festejo de los tropiezos de los de Abascal. Porque lo normal sería que, como los del homólogo americano, sus numeritos cayeran con la indiferencia del que es irrelevante.

Sin embargo, vivimos una época difícil, mala, en la que ese fascismo que debiera ser marginal, es tan trascendente como para que, tristemente, tengamos que celebrar como victorias sus derrotas.

Ronald Ramírez Alemán es periodista y redactor de Canarias7 en Telde.