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Miércoles, 05 de Noviembre de 2025

Actualizada Miércoles, 05 de Noviembre de 2025 a las 18:48:29 horas

El reencuentro de una amistad

direojed Sábado, 08 de Abril de 2023 Tiempo de lectura:

Y pasaron los años, inexorablemente... uno tras otro... y nos hicimos mayores, y muchas cosas cambiaron… Habíamos estudiado en el Colegio Lope de Vega, un colegio no reconocido oficialmente, por lo que teníamos que ir al instituto Pérez Galdós a examinarnos de las asignaturas del Bachillerato.

 

Era buen estudiante y cultivamos una gran amistad.

 

Acabado el Bachillerato se licenció en Medicina en la Universidad Local, y, una vez superado el MIR, quedó como médico especialista en el aparato digestivo en el Hospital Dr. Negrín, de la Capital.

 

Pasaron los años y le perdí la pista; en realidad, se la perdí desde que hicimos el servicio militar (obligatorio en aquella época), pues a él le correspondió hacerlo en Talarán, un pueblo de Girona, que, por entonces, le llamábamos Gerona, y era una provincia española, antes de la independencia de Cataluña.

 

A mí me correspondió hacer el servicio militar en Ceuta, cuando aún era una Ciudad Autónoma española, ahora, ciudad marroquí.

 

Hace unos años sentí un fuerte dolor en el estómago, por lo que llamé al número de emergencias, enviándome una ambulancia a recogerme para llevarme urgentemente al Hospital Dr. Negrín.

 

Allí tumbado en la camilla, en uno de los boxes, creí verle pasar, con su bata blanca, pero iba con prisas y no pude asegurarme que fuese él.

 

Alguien vino y me llevó a Rayos, dónde me hicieron una radiografía, luego, las cosas sucedieron muy rápidamente: era apendicitis y había que operarme urgentemente.

 

Lo último que recuerdo era una enorme pantalla con seis potentes focos, de una luz cegadora, que pendía sobre mi cabeza. No tuve noción del tiempo transcurrido. Para mí que no había pasado ni un minuto, tal es el efecto de la anestesia general ya que, ni siquiera sueñas; debe ser lo más parecido a la muerte.

 

Alguien, con voz pausada y tono amable me llamaba por mi nombre, pero no por mi nombre de pila, me llamaba con el apelativo cariñoso con el que me llamaban los compañeros del Lope de La Vega.

 

Era él, mi amigo de la juventud, con el que tantas aventuras corrimos juntos, en un tiempo ya ido, pero que me agrada recordar. Procedía a despertarme, a salir del forzoso sueño al que fui sometido, después de una operación de una hora en la que me extirparon el apéndice; yo, ni siquiera sabía que había sido él quien me operó.

 

La recuperación fue rápida, retomamos nuestra antigua amistad, perdida por los diferentes avatares por los que la vida de cada cual nos llevó.

 

Fue el renacer de una antigua amistad, y, aunque ya no éramos los mismos, pues ambos teníamos esposa e hijos y muchos años más, hemos sabido retomar nuestra amistad de antaño.

 

Cosas del destino, hoy, en la primera conferencia de un ciclo, en Casa África, comprobé con agradable sorpresa que ocupaba un asiento junto a él.

 

Cualquier parecido con la realidad, (aunque haberlas, haylas) es pura coincidencia.

 

Es la imaginación del autor quién escribe y describe esta historia, y, gracias a Dios, aún conservo mi apéndice.

 

Mafersa es Manuel Fernández Sarmiento, Ingeniero Técnico industrial y, ahora, estudiante de Diploma de Estudios Africanos.

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