Hubiese querido no haber tenido que escribir jamás sobre esto. Padecerlo nos ha roto y ha logrado que dos buenas personas, que creían en el Sistema, que a pesar de lo que se ve y oye, creían en la Justicia, ya no sólo como institución, sino como instrumento que termina colocando todo en su sitio, nos hayamos convertido al descreimiento, a la rabia y al enfado, que nos podría llevar a empatizar con aquéllos que escogen el camino de tomarse la justicia por su mano.
Antes que nada debo decir que siempre me he sentido de izquierdas. Sí, lo sé, vivimos en un mundo que parece ambidiestro, y en el que saber lo que queda a un lado y al otro resulta difícil o imposible. Y lo que les vengo a contar no hace más que ahondar en este pensamiento.
Aún así, ciertamente comulgo más con la igualdad de oportunidades para que el hijo o la hija de un camarero pueda tener las mismas opciones de vida que el hijo o la hija de una Ministra. Pero en realidad, quién no quiere eso.
Me he visto defendiendo principios como el derecho a un trabajo y a una vida dignos, a la no explotación ni a los abusos, a la educación y a la sanidad universales. No me gusta caminar por un país en el que haya gentes que duerman sobre cartones en portales o cajeros, en el que los niños puedan ir a un colegio sin desayunar, o en el que un anciano no tenga para pagar sus medicinas, ni en el que sólo consigan nivel de inglés los hijos de aquéllos que puedan permitirse una experiencia en Londres cada verano...
Sin embargo, esto no puede ser a cualquier precio, ni de cualquier manera. Abogo por un país cuya Administración sea capaz de gestionar y regular todo esto, y no permitir que uno alegremente decida el lugar que ocupa en esta sociedad y si su desgracia es mayor o menor que la del vecino, como para impúnemente coger lo que uno crea que le toca sin más. Y encima creerse no sólo con la potestad de manejar los tiempos y los recursos de otros a su antojo, sino además aludir al amparo de la Ley como argumento. Lo más triste de todo, es que el Sistema, en su afán por proteger a los débiles, termina dando cobijo a los sinvergüenzas y cara duras…
El 01 de marzo pasado, descubrimos que la casa que habíamos comprado y por la que estábamos ahorrando para su rehabilitación y posterior uso, había sido ocupada. Un agujero en la valla de entrada llamó nuestra atención. Todos los días pasábamos por delante de su fachada, y días antes habíamos estado con un albañil para que nos hiciera un presupuesto de la obra. Y aquella mañana tuvimos que tragar con aquella intrusión que seguía los pasos de un manual, de una organización que les orienta a la hora de hacerse con la propiedad de otros y sacar rédito de los resquicios de la legislación. Sería genial que estas asociaciones, colectivos y “profesionales” invirtiesen esa creatividad y esa capacidad para aprovecharse del sistema, en aportar y darles las herramientas necesarias para buscarse la vida sin chupar de la sangre de los demás, pero eso significaría pasar de garrapata a hormiga, y claro, requiere de esfuerzo. No va con ellos, ni ellas.
Esa mañana se nos cayó el Mundo encima. No sólo porque dos mujeres jóvenes, a las que no conocíamos de nada, salían de nuestra casa preguntándonos qué hacíamos nosotros allí, y sin ningún gesto de pudor por haber cometido una ilegalidad, nos trataba de echar de nuestro espacio aludiendo a que ellas tenían derecho a estar allí. Se permitieron llamar a la policía, casi a la vez que yo.
Pobre de mí, iluso, creí que llamando a mi “séptimo de caballería”, todo se pondría en su sitio. Pero no contaba con las argucias legales. La policía llegó y aunque su mirada quería decir otra cosa, de sus labios sólo salió advertirnos que nuestra entrada a nuestra vivienda podría ser objeto de denuncia por parte de estas usurpadoras de lo ajeno, por allanamiento de morada. Flipante… Y según las maneras hasta con violencia.
Ellas insistían en decir que llevaban cinco días allí. A nosotros las cuentas no nos salían, pero no lo discutimos porque no prestamos mucha atención a aquel dato. Segundo de nuestros errores. Si superan las 48 horas desde la ocupación, la Ley les atribuye más derechos. Sólo puede intervenirse si las pillan en el momento justo de su entrada, como un robo o un hurto. Más flipante aún… Parece que robar algo cambia en función del tiempo que lleves disfrutando de esa nueva adquisición que jamás fue suya. Y es que da la sensación de que para esto el sistema “se hace el bobo”, y cree la versión de quien se autodeclara okupa para tener derecho. Me resulta tan contradictorio. A caso si te pillan en medio de El Corte Inglés robando, la justicia te protege por autodeclararte “ladrón”?
En la casa apenas había una bolsa pequeña y tres camisetas, y eso sí bastantes latas de cervezas en donde establecieron su dormitorio. Y es que parece ser que el dinero que se usa para el alcohol no vale para pagarse un alquiler como hace la gente honrada. No había nada más. Ni otra cama deshecha tan siquiera, pero les faltó tiempo para añadir que también se alojaban niños. Niños que convivirían con aquel hedor a orines, porque uno de los problemas de la casa es que la fontanería estaba mal y ni la cisterna funcionaba.
Las okupas se habían hecho con una palangana que hacía las veces de retrete junto a la cama… Niños que jugaban en una terraza en cuyo suelo aún había un machete y con el que rompieron nuestras cerraduras… La Ley volvió a hacerse la tonta, y de pronto las exigencias que se les pide a una familia de bien cuando pretende adoptar a un menor, no aplica a familias que arrastran a sus hijos de casa en casa, enseñándoles que pueden coger lo que quieran cuando quieran. Obligándoles a vivir de esa manera y usándolos como escudo para salirse con la suya: vivir del cuento y no tener que dar palo al agua. Porque la verdad es que pagar la luz y el agua a todos nos cuesta. A todos menos a éstos, que viven gracias a que nosotros se la tenemos que pagar. Y es que esto es también alucinante. No podemos dejar de pagar los recibos, porque nos pueden denunciar por coacción. Y no es más coacción que nos obliguen a pagar los servicios de estos desalmados por el miedo a una denuncia?
Pero en el manual del okupa hay más cositas… Una de las muchachas, que debe estar al tanto de la sensibilidad por la violencia machista, no dudó en amenazarnos con ir a comisaría por tratar de echarlas de nuestra vivienda porque éramos hombres y ella mujer. No he dicho que por aquellos días yo llevaba hasta un cabestrillo por una reciente intervención en mi mano más válida, la diestra y que la segunda individua era dos veces yo… Pero eso dio igual y lo saben.
Así que con la Policía delante, ella se ausentó durante más de quince minutos y regresó con un corte pequeño en su mejilla y lanzando improperios se marchó al centro de salud para que un parte de urgencia avalase una supuesta agresión. Eso debe estar en el capítulo del manual que dice cómo amedrentar y amargarle la vida al que te paga la casa. Con esas, nos vimos sentados en una Sala, unos meses después, porque la Justicia es “rápida”.
Aquella mañana nos fuimos a los Juzgados de Telde, ojerosos, porque ni mi pareja ni yo pudimos pegar ojo, porque aunque supiéramos de nuestra inocencia, que estaba incluso soportada sobre un vídeo en el que se descubría la mentira, pasar por todo aquello no era plato de buen gusto.
Y porque visto lo visto, ya nada nos garantizaba que el bien prevaleciera sobre el mal. Ellos llegaron una hora tarde, entre risas cómplices y como si nos perdonasen la vida, decidieron allí mismo retirar la denuncia. Y volvieron nuestras Instituciones a mirar para otro lado, porque en el estricto ejercicio de las cosas, nadie se planteó porqué la retiraban, ni porqué se había propiciado todo. Esto es penal, lo otro civil. Esto es una cosa, lo otro es otra. Y de eso viven estos crápulas, de nuestra organización de las cosas. Ahí ven ellos y ellas el filón, y como lagartijas se agazapan entre las grietas de nuestra normativa y se anclan como rémoras para sacarnos la vida. Nos fuimos, con la amarga sensación de haber superado aquel escollo que podía habernos creado antecedentes penales, gracias a la invención de unos vagos vampiros sin escrúpulos…
Hoy por hoy, ellas, ellos, quiénes sean ya, siguen allí. Hacen fiestas y meten en nuestra nevera sus latas de cerveza. Lavan sus ropas y las de otros con nuestra lavadora. Caminan sobre nuestro suelo y descansan sobre nuestros colchones. Pasamos por delante de la casa sin tratar de mirarles, por consejo de nuestro abogado, no sea que les dé por buscar motivos donde no los haya y nos quieran denunciar, y la Ley vuelva a hacerse la boba, y les dé pábulo admitiendo mentiras y calumnias donde entretener a nuestra sociedad, obstaculizando premeditadamente el que debiera ser el principal objetivo, echarles para devolvernos lo que es nuestro. Cada día descubrimos algo nuevo. Que han metido perros para que nos ladren, que usan nuestras bicicletas para jugar, que rompen cosas nuestras y las dejan como mensajes en la misma puerta de la casa, recordándonos que tienen la sartén por el mango. Y querría pensar que al final todo se paga, pero la Justicia no ayuda, y cada día que pasa las empodera y a nosotros nos debilita. No dormimos bien. No podemos descansar. Ultrajados. Burlados. Maltratados. Vulnerables...
Saldrán de allí, porque no puede ser otro el desenlace, pero mientras viven gratis, con la mentalidad de quien además se cree víctima de la sociedad y con argumentos para hacerlo. Nosotros, que todos los días nos levantamos a las 06:30 para ir a trabajar, debemos ser los capitalistas ricos que deben pagar por ello. Aguanta Marcos, me digo. Aguanta. Y tragamos bilis, y lloramos en silencio, y nos comemos la mierda mientras buscamos movernos dignos a pesar del vapuleo.
Saldrán de allí, porque no queda otra, pero ni nos pagarán todo los gastos calculables porque seguro que hay un súper anexo dedicado a la insolvencia en ese manual, ni podrán devolvernos la energía que se nos ha ido y con ello parte de nuestra vida, y ni mucho menos las ganas de creer en muchas cosas.
He sido lo suficientemente considerado como para no publicar esto antes de ningún inminente proceso electoral, porque no quería que de ninguna manera esto pudiera hacer pensar a nadie que la solución está en comprar un rifle y tenerlo en casa por si las moscas. Eso jamás, aunque reconozco que mis entrañas me han dado mil vueltas, pero en estas cosas la cabeza bien fría es la que debe asentar nuestro juicio.
Pero si algo pido, además de justicia, es que nuestra Izquierda, la de verdad, no deje pasar la oportunidad de decir que no es a esta clase de gentes a la que defiende. Que hace frente común contra estas sanguijuelas que lo único que consiguen es fomentar las ideas más ultraderechistas. Son ellos y ellas los que consiguen que la gente de bien se vaya a los extremos y flirtee con pensamientos intolerantes y violentos. Pido a mi izquierda que busque la manera de distinguir entre los débiles y los sinvergüenzas para que no puedan aprovecharse de las leyes que entre todos y todas hemos elaborado para hacer de este mundo un lugar más justo.
Quiero poder volver a vivir con tranquilidad. Quiero sentirme de nuevo que estoy en el bando adecuado. Quiero volver a pensar que si llamo a la Policía porque me roban y agreden, no me sentiré encima culpable. No quiero terminar creyendo que para solucionar esto, lo que debía haber hecho es irme alguna de estas empresas que se “encargan” de negociar la salida de la casa de una u otra manera. No quiero alimentar negocios extraños que resuelvan lo que deben de resolver mis impuestos.
Lo triste es que de momento no veo cómo volver a ser el que era. Gracias a ti, Sistema, y a las personas que se encargan de ponerlo en marcha. Gracias.
Juan Marcos Pérez Ramírez es ingeniero industrial y vecino de Telde.



























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