Bajo el epígrafe Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2022), el ecologista y profesor José Manuel Espiño Meilán ofrece un nuevo artículo de la serie de artículos de periodicidad quincenal
La montaña de Rosiana
Dedicado a Luis Ramírez, en recuerdo de muy buenos momentos explorando, escrutando, tomando notas ante la admiración suscitada en ambos por la grandiosidad del yacimiento arqueológico de Lomo Calasio hace muchos, muchos años. Con él descubrí que junto a una montaña de basuras y escombros que nunca debió existir, se encuentra un poblado de los antiguos canarios, verdadera joya de nuestra arqueología insular, condenada al ostracismo.
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Siempre son de agradecer los comentarios, valoraciones y recomendaciones de los lectores. Una muy reciente es la de mi compañero en las aulas del I.E.S. El Calero Alberto Rodríguez, sugiriendo la división en dos entregas de aquellos artículos extensos, pero de interesante y necesario contenido.
Fue ya el caso del artículo dedicado a la Sima de Jinámar y, valorando en su justa medida tan acertado consejo, el artículo sobre la montaña de Rosiana, se presentará en dos sucesivas entregas.
Aprovecho para felicitarles por un año que comienza hoy, cargado de incertidumbres. Un deseo para cada uno de ustedes: la naturaleza sigue estando ahí, pendiente de nuestra mirada. Que esa mirada provoque admiración y respeto, que les aporte paz, armonía y sosiego. Erradiquemos entre todos la visión depredadora que nos envuelve, que se apodera de cada uno de nosotros ante la belleza de la vida y del paisaje, cargándola de egoísmo, destrucción y abandono. No es tan difícil, se trata sencillamente de recuperar la mirada de una niña o de un niño.
La montaña de Rosiana (1)
La montaña de Rosiana es una vieja conocida. Hace cuatro décadas vivía yo muy cerca de ella -en la urbanización Lomo Salas-, tanto que era este cono, el caserío de Rosiana y el barranco de Madrid, mi campo de exploración natural, mis primeros escarceos con la zoología, la botánica y la geología canaria. Significaba mi despertar a una vida apasionante como lo es la observación y el estudio de la biodiversidad en un escenario único.
Asciendo a su cima de nuevo, con sesenta y seis años cumplidos. No puedo dejar de pensar en toda una vida transcurrida en este período y reconocer, una vez más, que el ser humano apenas araña la tierra que pisa, aunque en su orgulloso interior se sienta dueño y señor de notables transformaciones.
Esta reflexión, llevada a cabo desde cualquier cima de esta serie de conos volcánicos, corrobora lo relativo de nuestro paso y lo efímero de nuestra existencia.
Es Rosiana un cono generoso en volumen. Sorprende su dimensión, observado desde la cima de la montaña de El Gallego. De nuevo la importancia de visionar cualquier elemento geográfico desde puntos de vista diferentes, atalayas distintas. Fue desde esta cima donde me propuse darle prioridad pues su poblado aborigen, agrupado alrededor de un numeroso conjunto de cuevas, colgadas de la pared sureña del cono, justo en la ladera donde el barranco de Silva había excavado los cimientos de ambos conos volcánicos, me cautivaron sobremanera.
Dentro del campo de volcanes de Lomo Magullo, Rosiana es un volcán pleistocénico, un viejo aparato estromboliano de morfológica redondeada y superficies meteorizadas que presentan acarcavamientos radiales.
Accedo al cono por la carretera que desde la urbanización de Las Medianías teldenses lleva hasta el colegio concertado Enrique de Ossó, la finca de Los Olivos y al amplio espacio público conocido como Finca de Calasio o Calacio -de las dos formas aparece registrada esta zona en las cartografías consultadas-, justo a la altura de un Morro identificado con el mismo nombre.
Es muy cómoda la ascensión y carece de riesgos alcanzar la cima de Rosiana.
La pista de tierra, ahora muy deteriorada por las últimas lluvias, que lleva hasta la finca antes citada nos dirige al corazón de la misma, un enorme estanque cubierto por una estructura de hormigón. Alrededor de él, el trabajo de muchos grupos de voluntarios, escuelas de verano, talleres medioambientales y otras denominaciones que se me escapan, ha favorecido una red de senderos, una red blanda pues ayudados de sachos y muchas manos, limpiaron las sendas que observamos, creando una serie de sendas conectadas y delimitadas por dos filas de piedras volcánicas pertenecientes al espacio tratado. Algunas de estas sendas, convertidas en incipientes barranqueras, están ahora, tras las lluvias mencionadas, bastante deterioradas.
El caso es que, desprovista la tierra de su cubierta vegetal, el agua utiliza pendientes para su rápido drenaje, llevándose a su paso las fértiles tierras que cubrían la roca. Por eso es urgente recuperar las sendas y ralentizar el rápido discurrir del agua. Un trabajo aparentemente sencillo, pero bastante laborioso, esencial para que continúe la zona como espacio medioambiental educativo, necesaria como zona de esparcimiento y ocio ciudadano pero, al mismo tiempo, respetuosa con el medio natural sobre el que el ser humano ha intervenido.
La otra labor realizada en el espacio fue la de repoblación. Existía una utopía por parte de los responsables de este espacio, la creación de un bosque en la periferia de la ciudad -éste era el lugar elegido-, pero había un problema, nunca se estudiaron las condiciones climáticas, edáficas, de orientación, de vegetación potencial en la zona para llevarlo a cabo. Es innegable valorar en positivo el esfuerzo realizado desde el año 1994 en que se clausura el vertedero y se inician sucesivas labores de restauración paisajística, pero no deben realizarse de cualquier manera.
A nadie se le escapa la ineludible necesidad de observar previamente el territorio, analizar con el tiempo y conocimiento necesario, el espacio a tratar. Es preciso estudiar la flora existente, conocer a través de ella y de elementos singulares relícticos, la vegetación que hubo en el pasado en ese lugar.
Es necesario funcionar con la cabeza, no sólo con el corazón. Y no se hizo. Si se hiciera se vería que no es cuestión sólo de plantar. Si se hiciera no sucedería que un gran porcentaje de las plantas utilizadas para la repoblación se hayan perdido. Si se evaluara el estado de cada repoblación antes de iniciar la siguiente, no se cometerían los mismos errores en campañas posteriores.
Y el problema está ahí, en la manifiesta insensibilidad demostrada, alrededor de cientos de plantas vivas que estaban condenadas desde un principio a una muerte cierta.
No es de recibo dar palos de ciego. No es de recibo plantar sin garantizar su riego. No es de recibo ver como agonizan o prosperan con enorme dificultad plantas que fueron mimadas en sus primeros estadíos pero que ahora, un poco más crecidas, son condenadas a sobrevivir en condiciones de suelo, viento, orientación, agua que no les son propias.
Y yo paseo por las sendas marcadas, no perdiendo el objetivo de seguir ascendiendo hacia la cima de Rosiana, pero sin perder de vista los múltiples hoyos de plantación vacíos. De cuando en cuando una esperanza, allí en el fondo de un hoyo, sin malla protectora alguna, lucha con una resistencia propia de un titán, un lentisco o un almácigo, un drago o un acebuche. Si no acaba con ellos las condiciones climáticas y edafológicas de la zona lo harán los conejos, las ovejas o las cabras.
No puedo dejar de pensar en la cantidad enorme de trabajo desperdiciado en tantos años -próximos los treinta años desde la clausura del vertedero-, y en un similar despilfarro tanto de materiales como de recursos humanos.
Antes de continuar es de justicia añadir que, en fechas posteriores a estas notas registradas a principios de noviembre, se realizó otra plantación masiva con motivo del LII Día del Árbol, identificado tal evento en los Llanos de Calacio con un cartel conmemorativo, auspiciado el evento por el Cabildo de Gran Canaria, el Grupo Montañero Gran Canaria y el ayuntamiento de Telde, celebrado el 27 de noviembre. No pude asistir a ella -tal fecha me encontró de viaje recorriendo castros celtas en la costa gallega, estructuras en piedra seca con enormes similitudes con los poblados costeros de los primeros pobladores canarios-, y dejé pasar un mes antes de visitarla de nuevo, pero en los últimos días del viejo año, justo antes de entregar este artículo para su publicación, regresé a la Finca y visité con calma el lugar. La recuperacion del bosque termófilo para el siglo XXI, proyecto propuesto por el Gobierno municipal a los Fondos Europeos Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que cuenta con una suculente financiación, cercana al millón de euros, incluída la restauración medioambiental del entorno inmediato -yacimiento arqueológico de Morro Calasio y erradicación del vertedero sepultado- deberán partir de un estudio técnico serio y responsable para evitar que un montante económico tan importante no acabe sepultado con los residuos que ya duermen en Morro Calasio. Es necesario ser optimista pero tan importante es exigir responsabilidad en cada una de las actuaciones que se lleven a cabo en tan magno como interesante proyecto.
Respecto a la repoblación efectuada, debo señalar que hay motivos para la esperanza. Si bien es cierto que las nuevas plantas de acebuche, lentisco, almácigo, retama blanca, drago, cruzadilla, hediondo… son plantas nuevas y delicadas a la hora de adaptarse a la nueva tierra, el riego que se les ha proporcionado y la visión de buenos ejemplares de lentiscos, acebuches y dragos pertenecientes a anteriores plantaciones, presagian que el trabajo en ningún modo es estéril. Me alegró constatar como una cuadrilla de trabajadores restauraban los caminos dañados por las lluvias otoñales.
Permítanme que continúe con mis observaciones del pasado mes de noviembre. Observo un letrero, en él está escrito: Convenio ZRD 2019. Años antes de la pandemia, al trazado y definición de las diferentes sendas se le unió el trabajo de crear un mirador. Está situado sobre una Montañeta que hay en el cono volcánico, en línea con el estanque y las cuevas de factura aborigen situadas bajo esta atalaya, todo ello en dirección al naciente. Bajo esta Montañeta, un muro de piedras cierra de algún modo el espacio, favoreciendo precisamente ser eso, un observatorio de Telde, de todo el espacio urbano, de sus barrios y su costa. También de la línea de volcanes que se alinean a nuestra derecha paralelos al tajo que supone el barranco de Silva.
Es agradable el lugar y me siento en una de las grandes piedras ubicadas precisamente para facilitar la función de atalaya. Tomo notas rápidas para escribir más tarde este artículo y observo como a mi alrededor, una cantidad inusual de mariposas revolotean una y otra vez, inquietas y excitadas, posándose en el suelo, levantándose al instante, en parejas normalmente pero desarrollando unos vuelos que me parecen erráticos. Interpreto que pueda tratarse de escarceos amorosos, de atropellados rituales para aparearse, de conductas propias de la especie, desconocidos para mí.
La especie, presente en todas las islas y muy abundante en esta época, tras las lluvias, es la Cynthia cardui -recuerdo que cuando realizaba itinerarios por la naturaleza con las alumnas y alumnos del Esteban Navarro Sánchez, hace ahora cuatro décadas, las escasas guías de lepidópteros la identificaban como Vanessa cardui-, la mariposa diurna de los cardos. Y sí, es cierto, hay cardos en la zona, varias especies de ellos, una de las plantas herbáceas más abundante. Cardos sencillos incapaz de identificarlos y otros mucho más grandes con solitarias flores rosadas, muy llamativas. Los especialistas en los géneros Carlina, Onopordum y Carduus entre otros, pueden arrojarnos luz sobre las especies espinosas presentes en este campo de volcanes de Rosiana.
No obstante, como se observa en una de las fotos que adjunto, decenas de Cynthias cardui se encuentran sobre los abundantes cornicales. En flor en el pasado mes de noviembre, cubierto de herbáceas y de verdor arbustivo todo el campo de volcanes de Lomo Magullo, en la ladera de solana revolotean cientos, qué digo cientos, miles de ejemplares de esta mariposa. No hay cornical que no esté cubierto por decenas de ellas. Se trata de una eclosión de este bello lepidóptero como nunca había visto.
A mi alrededor prosperan con una vitalidad extraordinaria tabaibas amargas, cornicales, bejeques y tuneras indias. Se unen a la muestra altabacas, inciensos y vinagreras. Las gamonas han respondido a la llamada de la lluvia y comienzan a salir por doquier.
Desde este mirador, que me permite observar todo el entorno, alineado con la cima encuentro el único espacio vallado en esta ladera de la montaña. El resto son muros de piedra seca y bancales.
Desciendo una decena de metros para encontrarme con las cuevas, luego continuaré mi ascensión en busca de la cima. Una gran cueva se presenta ante mis ojos. Dispone de tres entradas. La de la izquierda es la más pequeña y se encuentra tapiada por un muro de piedra. Las otras dos están abiertas. Excavada en la roca, el interior de esta cueva se encuentra divido por la mitad, aproximadamente. Un muro de grandes piedras colocadas una sobre otra sin argamasa alguna, presenta dos amplios lucernarios en su parte superior. Para hacerlo, el ser humano no culminó la división llevando el muro hasta el techo de la cueva sino que dejaron diáfana la parte superior del mismo.
En su exterior se excavó un recinto llano, que me recuerda los presentes en otros conos volcánicos con estructuras aborígenes: Cuatro Puertas, Las Huesas … Tal recinto está protegido por una muralla de piedras de no mucha altura, la máxima altura es de un metro que, a diferencia de la cueva y su interior, se encuentra en franco deterioro, pues presenta muchas piedras desprendidas de la estructura y desperdigadas por las inmediaciones.
Al retomar la subida a la cima, observo un alcaudón sobre un arbusto. Su peculiar canto me reveló su identidad antes de fijar la mirada en él. En ese recorrido visual, un cernícalo había hecho acto de presencia, a la altura del estanque municipal, en busca de pequeños reptiles o insectos soleándose sobre la roca desnuda de los espacios desprovistos de cubierta vegetal. Más allá del barranco, sobre la montaña Herrero una pareja de aguilillas ha iniciado sus escarceos amorosos y con sus vuelos, majestuosos y pausados, observan y controlan el espacio aéreo de su territorio.
Continúo la ascensión y discurro junto a la finca vallada, camino de la cima. Poco hay en ella más allá de una sucesión de tuneras cerrando dicho espacio y un puñado de olivos prosperando como pueden. Varios naranjeros han claudicado ante la ausencia de agua y sus oscuros esqueletos arbóreos siguen ahí, de pie, sujetos a la tierra por sus muertas raíces.
No es difícil progresar por ambas partes de esta propiedad y alcanzar la cima. Para ello tendremos que cruzar una senda bien marcada que lleva hasta al terreno privado. Si observamos a nuestra izquierda, el sendero continúa bordeando el cono volcánico para descender luego paralelo a la incipiente barranquera nacida en este cono y que discurre en dirección norte, en busca de un barranquillo de más entidad que entregará finalmente sus aguas al barranco del Negro, barranco que como sabemos, se encuentra con el océano en la playa de Melenara.
El acceso a esta propiedad es a través de una pista perdida, ahora intransitable para vehículos, que tiene su inicio en el mismo cauce del barranco de Silva. Es la misma pista que utilizan actualmente las motos de trial para alcanzar la cima de la montaña tras erosionar sus laderas este y oeste. Es esta pista que surge en la vertiente sur del cono volcánico, colonizada en gran parte por la vegetación del lugar es la vía que les recomiendo para alcanzar la cima si están transitando por el cauce del barranco.
Esta senda, al igual que otras presentes en diferentes conos volcánicos de la zona, es utilizada para pruebas deportivas de diversa índole: carreras de fondo, carreras de orientación, circuitos de bicicleta de montaña, motos… Se abre aquí un profundo y serio debate sobre el tema. ¿Hasta dónde el uso de los espacios naturales para este tipo de actividades de ocio y deportivas? ¿Existe una autorización expresa para realizar estas actividades por terrenos privados? ¿Quiénes son los encargados de tales eventos y qué responsabilidad adquieren de cara a la conservación de los espacios y caminos utilizados, antes, durante y después de finalizada cada prueba, más allá de la que les marque su ética profesional?
Yo sólo señalaré lo que veo y para dar fe de ello lo expongo en las fotos adjuntas a este artículo. Lo cierto es que antes de subir a la cima de la montaña me dejé llevar por ese pequeño sendero que bordea la montaña y desciende hasta el barranco en cuestión. La razón no fue botánica ni faunística sino la retirada de decenas de señales de plástico, cintas publicitarias que, sujetas todas ellas a la vegetación autóctona de la zona -en su mayoría tabaibas y veroles-, estaban allí, esperando ¿qué?
No retiré todas pues no era esa mi intención al llegar al cono, pero sí algunas que estaban dañando a las plantas.Oteé en la distancia para ver como seguían las cintas azules barranco abajo. Me dio coraje constatar cómo, con la más absoluta impunidad, se fijaban las cintas plásticas a las plantas cuando lo mínimo exigible sería señalizar el itinerario a base de banderines que, sin contacto con las plantas, orientasen en el discurrir de la senda planteada. Me prometí regresar un día para ver si se retiraban las señales plásticas o bien se trataba de una nueva y descarada agresión a la que, desgraciadamente, deberíamos habituarnos, pues no existe legislación para penalizar su uso y abandono o, si la hay, falta el servicio pertinente de vigilancia y sanción. Afortunadmente en esta ocasión, regresé al lugar a principios del mes de diciembre y debo reconocer que se han retirado todas las cintas y respetado las plantas, pero la erosión del camino por senderistas, bicicletas y motos continúa, lamentablemente.
En noviembre, las lluvias recientes animaron a algunas personas a subir al cono. De laderas suaves, las caras norte, este y oeste fueron cultivadas en otro tiempo hasta alcanzar la cúspide, permaneciendo aún los muros que retenían tierras y cultivos. Sobre la vegetación canaria que recupera poco a poco estos terrenos prosperan los chuchangos. Precisamente es eso lo que están buscando estas personas, caracoles. Talega en mano, una pareja porta una bolsa llena de chuchangos. Aún no está satisfecha con la recogida efectuada -saben que la ocasión y el momento son idóneos para continuar con la recolecta-, y extrayendo otra bolsa de la mochila, continúan ladera arriba. Con francas sonrisas en sus rostros, me saludan al paso. Junto a ellos un enorme perro olfatea rastros, probablemente de conejos o de perdices pues ambas especies cinegéticas abundan en este campo de volcanes recientes.
En mi ascenso a la cima por la cara nordeste observo un ancho muro de piedras de buen tamaño, acumuladas unas sobre otras que, partiendo de media ladera, se dirige hacia una destacada cúspide que corresponde a los restos de una colada de lava -quedan como testigos de la emisión de materiales lávicos una sucesión de enormes rocas dispuestas en dirección nordeste-. Tan extraordinario trabajo del ser humano puede corresponder a una delimitación territorial concreta, a un ingente trabajo de despedregado, o a ambas razones a la vez.
Tras el muro, en dirección al barranquillo del Troncón, un campo de piteras pues, siendo en su día delimitadoras de lindes de fincas, en la actualidad, abandonado el campo en esta zona, cientos de nuevas pitas surgen por doquier y prosperan sin dificultad alguna.
Trepo por esta pequeña elevación pétrea pues me llama la atención el soberbio palo de tea enhiesto, hincado entre varias de ellas, coronando el morro. Observo que, en dirección a la cima, una sucesión de enormes piedras a la vista son fiel testigo de otros derrames lávicos que ha descubierto la erosión. No tengo la menor duda que me encuentro en uno de los conos volcánicos más grandes en cuanto a volumen de materiales emitidos y mejor conservados de todo el entorno, pues su tranformación ha sido solo superficial tanto con el aprovechiento agrícola como ganadero.
La llegada a la cima me depara una triste sorpresa. La escasa pendiente y facilidad de acceso ha propiciado el uso y abuso de las motos de montaña en este cono. Adjunto foto con el destrozo del camino efectuado por este tipo de vehículos, sobre todo en su caras este y oeste.
Pero las alegrías superan este contratiempo. No hay vértices geodésicos, no hay cruces, no hay estructuras habitacionales. Nada. Solo un suelo lleno de gramíneas y plantas arbustivas.
La altura de la montaña varía según la fuente de información consultada. Recoge el vulcanólogo Alex Hansen la altitud de 555 metros para esta montaña, pero con el mapa topográfico nacional de España en mis manos, la altura se encuentra reducida a 535 metros. Consultada finalmente el Sistema de Información Territorial de Canarias -la famosa cartografía de GRAFCAN que ustedes saben que es para mí, de consulta obligada, la altura queda reducida en un metro, fijándola en 534 metros.
La lectura del paisaje desde aquí nos depara imágenes únicas, verdaderas joyas de la vulcanología reciente y la extraordinaria visión congelada en el tiempo del discurrir de la lava del volcán del Melosal hasta cegar el barranco de Silva. Sería el tiempo, la fuerza y la persistencia del agua quien abriría nuevamente el cauce del mismo.
Se trata sin duda de imágenes de extrema belleza. Pero de ello les hablaré en la segunda parte de este artículo dedicado a la montaña de Rosiana.
José Manuel Espiño Meilán, miembro fundador del Grupo Ecologista Turcón, es en la actualidad presidente honorífico y socio del colectivo, escritor y profesor jubilado.
































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