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Sábado, 25 de Octubre de 2025

Actualizada Sábado, 25 de Octubre de 2025 a las 19:24:29 horas

El autor del artículo, imagen del barranco de Charco Aday e ilustración del dibujante Jaime Checa Gimeno/TA. El autor del artículo, imagen del barranco de Charco Aday e ilustración del dibujante Jaime Checa Gimeno/TA.

Los barrancos olvidados de Telde

Decimoquinto artículo de la serie 'Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2020)' del ecologista, escritor, senderista y profesor jubilado José Manuel Espiño Meilán

direojed Domingo, 27 de Junio de 2021 Tiempo de lectura:

TELDEACTUALIDAD

Telde.- Bajo el epígrafe Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2020), el ecologista, escritor, senderista y profesor José Manuel Espiño Meilán ofrece el decimoquinto de una serie de artículos de periodicidad quincenal sobre la evolución medioambiental del municipio.

 

Los barrancos olvidados de Telde

El barranco de la Esquila

“Los barrancos olvidados de Telde” era el título de mi segunda aventura literaria, tras haber editado “Sendero ecológico por los arenales de Tufia” en el año 1987. Tras una década recogiendo información, pateando barranco a barranco el municipio, el material fue convirtiéndose poco a poco en una especie de registro del momento, un análisis pormenorizado de la vida y el discurrir de cada pequeño barranco, de sus habitantes, animales y plantas. Un estudio local, es cierto, pero muy interesante con el paso del tiempo que bien pudo editarse, pero en aquel entonces, nunca lo consideré. Otros periplos literarios en el campo de la educación ambiental desviaron mi atención hacia publicaciones más oportunas a la hora de afrontar estrategias educativas basadas en la transversalidad y en los valores. En la década de los noventa estaba plenamente dedicado a la educación ambiental y el estudio sobre los barrancos de Telde permaneció en un grueso cartapacio, olvidado.

 

Ahora, treinta años más tarde, considero llegado el momento de desempolvar viejos recuerdos y volver a recorrer esos pequeños barrancos, disfrutándolos en su soledad, en su riqueza de espacios olvidados, en su abandono por el ser humano y recolonización por otras especies y explicitando en varios artículos las sensaciones que me produce el paso del tiempo sobre estos lugares.

Este análisis, teniendo en cuenta las observaciones realizadas hace unas décadas, me permitirá identificar los cambios, denunciar nuevas y viejas agresiones al espacio, sorprenderme y divulgar, en caso de que existan cambios sustanciales que así lo justifiquen, las mejoras que se hayan producido tanto en el espacio físico recorrido como en las diversas manifestaciones culturales, agroganaderas, biológicas, paisajísticas, etc.

 

Por llevar un orden, los barranquillos teldenses los recorreré de sur a norte. Dejamos pues los grandes barrancos, pues su compleja red hidrográfica no es el objetivo de esta sección, sino los pequeños barrancos, los que equivocadamente carecen de importancia, los grandes desconocidos de la ciudadanía en general, los que apenas tiene relevancia hidrográfica, pues raras veces sus aguas llegan a manifestarse en superficie con fuertes arrolladas que terminen en el océano.

 

Será más adelante, si la visión y análisis de estos recorridos me anima a continuar el periplo iniciado por los barrancos más pequeños, cuando visitaré otros barrancos de mayor entidad sin olvidar nunca que sólo trato de llevar a cabo una sencilla diagnosis de su estado, visibilizando aquellas situaciones anómalas que deterioran el medio natural o ponen en riesgo la seguridad de niños, jóvenes o eventuales senderistas que por ellos transitan, con la única finalidad de que se tomen las medidas necesaria para evitar una tragedia.

 

Por estas razones, el profundo barranco que nos separa de Ingenio por el sur, el barranco Aguatona-Draguillo, se quedará ahí, pendiente de un futuro pues sólo él tiene material impreso, información, circunstancias y anécdotas para llenar un libro.

 

Comenzamos pues con un barranco de pequeño recorrido que une las aguas de sus barranquillos principales al pie de la montaña de María Ojeda, pequeña elevación de 173 metros de altitud que se observa desde el almogarén y la cara sur de Cuatro Puertas y seguirá como cauce único hasta su tramo final, desembocando en la playa de Ojos de Garza. Se trata del barranco del Pueste, según la cartografía del Servicio Geográfico del Ejército, pero muchas de las denominaciones que recogen estos mapas han sido sometidas a profundas y recientes investigaciones y trabajos de campo.

 

Aquellos mapas que nos acompañaban por los caminos de la isla y que cuidábamos como oro en paño, protegiéndolos en fundas de plástico impermeable paras evitar eventuales lluvias, pérdidas de agua de la cantimplora o la humedad de un bañador u otra ropa húmeda -claro está, antes de la llegada de los GPS y las aplicaciones para móviles que los condenaron al ostracismo-, forman parte de un interesante pasado cartográfico pues en la actualidad, la incorporación de investigaciones de diversa índole, sobre todo en el campo de la toponimia, nos permiten disponer de herramientas cartográficas mucho más precisas y minuciosas.

 

Así, la red hidrográfica de cualquier pequeño barranco aparece muy detallada y es fiel y rigurosa la terminología en ellas registradas. En la cartografía actualizada de GRAFCAN -la que utilizaremos de aquí en adelante-, veremos en éste y posteriores artículos como aparecen rebautizados muchos lugares, basándose en el registro de nominaciones que los lugareños utilizan para identificar sus espacios habitados o transitados. Es así como constatamos que el barranco del Pueste se conoce como barranco de Pujama -lógica la denominación si próximo a su cauce se encuentra un Llano con el mismo nombre-, y más abajo, desde la montaña de María Ojeda, como barranco de Ojos de Garza. El nombre de barranco del Pueste, ahora en desuso, obedece posiblemente a un error cartográfico involuntario pues la relación de tal concepto era identificar barranco del Puesto, si tenemos en cuenta que este afluente discurre bordeando un Puesto Militar, en concreto el Polvorín y el Destacamento de Telecomunicaciones del Ejército del Aire.

 

Pero vayamos con calma y detengámonos a conocer algo de sus barranquillos, barranqueras, cañadas y vaguadas. El desinterés que sufre este barranco es tal que es prácticamente inexistente información alguna sobre él en Google, más allá de la afección que sobre la desembocadura de este barranco tenía la ampliación del aeropuerto de Gran Canaria con su tercera pista y el interés que hubo -es muy posible que siga habiéndolo-, en instalar un parque eólico en el Llano de Las Brujas, al pie de la montaña de María Ojeda en su vertiente Este, pues es este el término que identifica a la montaña Mujama de los viejos mapas militares en la cartografía más reciente.

 

Partimos pues, como referencia, tanto para este artículo como para los venideros, del mapa topográfico 1: 20.000, del IDE Canarias (Infraestructura de Datos Espaciales de Canarias).

 

En él podemos observar al detalle la red hidrográfica de este barranco, barranco que se nutre de dos afluentes principales que confluyen al pie del Llano de Las Brujas -así se llaman los llanos que orientados al este descienden desde la montaña de María Ojeda hasta perderse en otros dos: los Llanos de las Pujamas y El Cardonal, este último donde se asienta la urbanización Ojos de Garza. Una breve ascensión a la montaña nos depara un par de sorpresas.

 

La primera, en la cima, la presencia de unas incipientes excavaciones que es muy posible estuvieran destinadas a baterías militares de defensa o trincheras de vigilancia y junto a ellas una cruz. Sopla fuerte el viento en la cúspide de la montaña, varias palomas bravías buscan semillas en el árido y pelado suelo y sólo las nevadillas y algunos ejemplares de lavandas soportan el viento continuo.

 

La segunda es la presencia de un sólido estanque, en buen estado, al pie de la ladera sur con el objeto de recoger las aguas de escorrentía de la montaña. La ladera norte presenta un manto de tabaiba amarga salpicado por ejemplares de verodes, balos, espinos de mar, lavanda y algunos bejeques. En la cara sur, la del estanque, es la tunera india la que define el panorama vegetal, siendo en muchas zonas de la misma la única especie pues tal es su densidad que no permite el desarrollo de otras plantas. El estanque se encuentra en el Llano de las Brujas y en esta planicie la erosión está causando estragos en los antiguos terrenos de cultivos pues las lluvias y el viento descarnan el suelo dejando la capa de caliche y la pérdida de suelo es evidente. Unas construcciones abandonadas junto a un estanque también abandonado, se encuentran llenas de escombros y basuras. Es un triste peaje al hecho de que una pista de tierra permita el acceso a estos terrenos. El vertedero afea un paisaje que, en general, se conserva limpio. Un goro de piedra seca, en buen estado, nos recuerda un pasado no tan lejano, agrícola y ganadero.

 

El afluente que discurre por la izquierda, al pie de la cara norte de la montaña de Cuatro Puertas, tiene nombre reconocido: barranquillo de Lomo Gordo pues discurre entre Cuatro Puertas y Lomo Gordo, siendo receptor de las aguas procedentes de estas dos vertientes a las que se unen las procedentes de pequeñas barranqueras de la montaña de El Gallego. Históricamente conocido como barranquillo de Lomo Gordo, la cartografía más actualizada, sin embargo, lo da otra denominación, barranquillo de la Higueta. Este barranquillo confluye tras bordear el cono fisural de Cuatro Puertas con otro barranquillo que surge por la derecha, procedente del Puesto Militar. Se trata del barranquillo que la cartografía militar reconocía como barranco del Pueste y que recoge las aguas de La Caldera y el Lomo de la Caldera que es como se identifica esta especie de cuenca de recepción que se forma en la vertiente sur de la montaña de Cuatro Puertas.

 

Tal y como habíamos señalado antes, en la cartografía más actualizada, se trata del barranquillo de las Pujamas y con tal denominación se mantendrá hasta su confluencia con el barranquillo de Charco Aday para formar un cauce común tras sortear la montaña de María Ojeda. Desde aquí hasta su desembocadura pasará a denominarse barranco de Ojos de Garza.

 

La escasa afluencia de senderistas por este barranco –el barranco de Pujamas-, tal vez debido a la presencia del puesto militar, tal vez el no considerarlo digno de un paseo, permite sorpresas inesperadas. Se trata de un barranco limpio que discurre junto a la valla que cierra el recinto militarizado, pero que se llena de escombros y vertidos domésticos (muebles, colchones, neveras…) en las confluencias con la carretera que desde El Goro se dirige expresamente y sin salida a la zona militar. Cuando una carretera cruza un barranco, este es uno de estos casos, y el uso de la misma es mínimo, los vertidos incontrolados llevados a cabo por desaprensivos, personas incívicas que no piensan más que en ellos mismos, son más frecuentes de lo deseable.

 

Una de las sorpresas gratificantes, -muy interesante por su enorme valor ornitológico-, es la posibilidad de observar halcones tagarotes en los cortados de la montaña de Cuatro Puertas. Su tamaño es claramente mayor que la del cernícalo e intuyo que puede tratarse de una colonización reciente, pues no estaba registrada su presencia en mis primeros apuntes hace tres décadas cuando visitaba la montaña regularmente. No sería de extrañar que esta ave rapaz, que sorprende por su agilidad y potencia de vuelo, nidifique en la montaña, pues la población de palomas bravías -su presa habitual-, nidificante en esta montaña es muy numerosa. La rapaz realizó un vuelo rasante sobre mi cabeza, sin peligro alguno para mí, pero un claro aviso de encontrarme en su territorio.

 

Desde su oteadero había detectado la presencia de un intruso. Durante el picado vertiginoso escuché la velocidad de su cuerpo cortando el aire. Observé el discurrir de su vuelo, de regreso a los cortados que se elevan sobre la zona del Polvorín, a la altura de las cuevas de la Audiencia y los cortados de la cantera abandonada. Me alegró sobremanera su presencia. El lugar no puede ser más idóneo para prosperar una pareja de tagarotes. Sé que están den franca expansión y me alegra. La Montaña de Cuatro Puertas alberga una estable y numerosa población de palomas bravías que nidifican en todas las oquedades y cuevas de la montaña. Así pues, caza y comida, si en verdad no es una observación pasajera, no le faltan al halcón peregrino.

 

Sin embargo, el barranquillo con más entidad de toda esta pequeña red hidrológica es el barranquillo de Charco Aday. Es el barranquillo con mayor recorrido pues, cruzando la carretera GC-100 que une Telde con Ingenio y Agüimes, recoge las aguas del barranco de la Culata al que se unen varias barranqueras, incluidas las dos que atraviesan la urbanización de Piletillas, así como las aguas de La Cañada de Piletilla, más al sur, para confluir todas ellas, pasada la carretera antes mencionada, con el barranco de la Culata y formar el barranquillo del Charco Aday. Este barranquillo une su cauce al barranquillo de las Pujamas, una vez rodean ambos la montaña de María Ojeda, para confluir en un único cauce hasta la desembocadura.

 

Aparte de los afluentes señalados, las aguas que confluyen en el barranquillo Charco Aday proceden también de un gran llano, el Llano de Silva, pues la Cuesta de Quintana entrega sus aguas al barranco de la Piletilla y al barranquillo de Casquete, tributarios del barranco del Draguillo. Ambas llanuras fueron cultivadas y restos de sus bancales se observan aún. Llanos sometidos a un viento constante, estos espacios son apetecidos por las eólicas.

 

A la vista de estos espacios, libres de torres que hipotequen el paisaje para siempre, uno siente la necesidad y la urgencia de un proyecto de desarrollo energético insular, capaz de delimitar las zonas idóneas para la ubicación de aerogeneradores, de campos eólicos, y la negativa más rotunda a que toda la isla pueda albergar aerogeneradores en cualquier lugar. Más allá de la importancia de las energías limpias y de la prioridad en su implementación, está la protección del paisaje, de los espacios naturales, del suelo, de las especies que lo habitan. Sí mi aprobación a los parques eólicos, siempre que los respalden estudios serios y objetivos del impacto generado y de la eficiencia energética del lugar. No al café para todos. Mi absoluto rechazo a la ubicación de aerogeneradores donde la propiedad y los empresarios decidan y les venga en gana.

 

En el llano de Silva se encuentran los estanques de El Goro o cartográficamente: Balsas de Juliano Boni. Lugar de encuentro habitual de decenas de gaviotas atlánticas sobrevolando los embalses, de palomas bravías bebiendo o de garzas reales descansando. La importancia de estas balsas de agua para las aves invernantes es indiscutible. Ahí descansaban las barnaclas que observé sobrevolando Cuatro Puertas hace unos meses, en plena época de aves migratorias. Respecto a su seguridad, las vallas que las delimitan están bien conservadas, siendo imposible la observación en su interior, sin hacerlo de un modo irregular y peligroso. Con prismáticos, mi aproximación no va más allá de la puerta de entrada -bien cerrada con sólidos candados- y desde ella observo el borde perimetral de la balsa mayor. Es correcta la actuación de la propiedad, pues la ley exige un control estricto en estanques y que estos dispongan de las mayores medidas de seguridad posibles.

 

Por encima de los estanques, buscando los nacientes de los barranquillos, el llano de Silva nos sorprende con la presencia de una especie botánica, poco abundante en nuestro municipio. Nada esperábamos, pues la mayor parte del espacio recorrido se encuentra desprovisto de vegetación arbustiva. Sólo coscos y barrillas son capaces de prosperar en terrenos muy degradados por la explotación intensiva en su momento. No obstante, se salvan de la quema pequeños islotes de vegetación, espacios donde los afloramientos de grandes rocas difíciles de eliminar imposibilitaron su cultivo y fueron dejados a su aire. Así, entre notables ejemplares de veroles, tabaibas salvajes, espinos de mar, azaigo de risco, mato de risco, melosas, bejeques de flor blanca… prosperan aislados, varios ejemplares de cardoncillos. Para mí, más allá del bien conservado grupo de cardoncillos existente en la ladera norte de la montaña de Cuatro Puertas y de la desaparición con la construcción de la red viaria de acceso al Centro Comercial de El Mirador de otro grupo de Ceropegia fusca, aún más grande, nunca había observado otros ejemplares en el municipio. Son buenos ejemplares los que observo ahora y se encuentran en muy buen estado. Los tres observados tienen muchos tallos cilíndricos ocupando algo más de medio metro cuadrado de superficie cada uno de ellos. Presentan hojas y flores ahora, en el mes de junio.

 

Sobre este Llano de Silva, en el espacio comprendido entre la carretera GC-100 y la confluencia de la Cañada de la Piletilla con el barranco de la Culata se encuentra uno de los verodales monoespecíficos más interesantes de Telde. Un centenar de ejemplares de verodes (Senecio kleinia) de buen tamaño, algunos con alturas próximas a los dos metros que ocupan este espacio confiriéndoles una imagen muy particular.

 

Disfruto de esta imagen botánica tan singular mientras, al otro lado del barranco de la Culata, de una de las escasas viviendas que se asientan sobre el Lomo de la Caldera me llegan nítidos los cantos de varios machos de pavo real. Por el cauce de este barranco nuevos ejemplares de melosas y salvias han prosperado tras las lluvias de este invierno, pero el rigor del comienzo del verano pone a prueba su capacidad de supervivencia. Muchas comienzan a marchitarse. Son plántulas muy tiernas y la dureza de la climatología extrema.

 

En todos los barranquillos de la red hidráulica observé conejos salvajes. Son abundantes, es cierto, pero a la acción directa de control de la población por parte de los cazadores -se observan muchas fundas de cartuchos desperdigadas por los llanos- hay un depredador habitual, los gatos asilvestrados. Dos gazapos en dos barrancos diferentes dan buena fe de ello. También puede contribuir a su control, la existencia de perros asilvestrados -cabecera del barranco de La Culata- que escuché desde lejos cuando iniciaba el ascenso, cerca de la única instalación ganadera-creo que porcina-, existente en el barranco y que tuve que dispersar con piedras al acercarme a ellos. Hablamos de tres perros de tamaño mediano-grande.

 

estos Llanos como las suaves laderas de las cañadas, barrancos y barranquillos presentan signos inequívocos de que sus tierras fueron cultivadas en el pasado. Son territorios que conservan parte de sus terrazas, pues medio derruidos se conservan los muros que mantenían los bancales correspondientes. Melosas, botoneras, gualdones, balos, esparragueras, cornicales, corazoncillos, vinagreras, azaigos son algunas de las plantas que colonizan los cauces de estos barrancos mientras que las tabaibas amargas, los verodes y las aulagas prosperan a lo largo y ancho de estos bancales ahora abandonados.

 

Estos espacios abiertos son idóneos para la caza, tanto de los cernícalos como de los alcairones.

 

Camino de la desembocadura, aún van a incorporarse por el lado derecho del barranco, tres pequeñas barranqueras, dos procedentes de la urbanización de El Goro y una del llano donde se asienta una industria cartonera, ya próxima a la autovía. La más interesante es la del medio, la segunda si viniéramos desde la playa. Observable todo su recorrido desde la carretera de El Goro, en ella se encuentran los restos de un complejo industrial para la producción de cal, posiblemente los vestigios más importantes del municipio.

 

Para documentarnos nos vamos a las VI Jornadas del Fórum Ibérico de la Cal, celebradas en Pamplona en fechas 28-30 de mayo de 2018. En ellas se presentó un excelente trabajo elaborado por los profesores Isolina Díaz, Jorge Manzano y Jose Antonio Serrano, todos ellos procedentes de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de La Universidad de Las Palmas de Gran Canaria que trata precisamente de los hornos troncocónicos situados en El Goro, destacando especialmente el que se encuentra en este barranquillo que vierte sus aguas en el barranco de Ojos de Garza. La idea del trabajo era poner en valor el conjunto, hito de referencia del patrimonio arquitectónico, etnográfico e industrial de la isla de Gran Canaria. Son hornos de finales del siglo XIX, principios del XX y los autores del estudio reconocen que su estado de conservación es bastante precario.

 

Pues ahí viene la primera consideración sobre este barranco. Una reprobación de su estado por su peligrosidad. La boca o tragante de la cuba de calcinación está totalmente abierta, sin elemento alguno de seguridad. Sólo presenta a su alrededor unos cuantos tubos que algún día intentaron cerrar la boca de la cuba pero que en la actualidad nada protegen pues los alambres que intentaban cerrar el espacio se encuentran rotos y oxidados. Sirva el presente artículo como un aviso a los responsables públicos y privados: este horno es un peligro potencial para senderistas y niños que se acerquen a su boca pues representa una caída libre de unos quince metros. Abajo, en la boca de salida, las palomas bravías han colonizado el lugar y hay un buen número de nidos. Los excrementos hablan por sí solos de la cantidad de columbiformes presentes en el lugar.

 

Un horno de cuba única, próximo a zonas de caliche predominante. Mucha piedra calcárea alrededor de estas instalaciones. El cauce presenta claros vestigios de vertidos de cal provocados por la industria en su momento. Junto al horno, un aljibe aún en buen uso y un cuarto fabricado con mampostería, tal vez utilizado en su momento como almacén.

 

La cabecera de este barranquillo presenta una buena población de balos en buen estado y bien desarrollados.

 

Ya camino de la desembocadura, la cartografía nos señala, incorporándose por el lado derecho del barranco, una pequeña barranquera que se pierde entre las calles de la urbanización Ojos de Garza y que al parecer tenía su confluencia a la altura de la iglesia de dicha población. Poca entidad debía de tener cuando es prácticamente imposible seguir su rastro y menos aún, encontrar la conexión de sus aguas con el barranco principal, el barranco de Ojos de Garza.

 

En su tramo final el barranco discurre junto a la carretera que lleva al Goro y Ojos de Garza. Media docena de ejemplares de eucalipto son los elementos botánicos a destacar, junto a unos invernaderos. En el cauce, al cosco y barrilla que tapizan el suelo se une tras las lluvias la germinación masiva de un cardo invasor -Argemone mexicana- No hay platas arbustivas, si acaso algunos ejemplares aislados de vinagreras y balos.

 

Dos puentes permiten el discurrir del barranco bajo la autovía. De ellos, uno se encuentra limpio, es por el que discurren las aguas de las esporádicas arrolladas. El otro presenta basuras varias: colchones, una nevera, bolsas de escombros, restos de vegetación… Necesita limpieza y el caso es que fácil llevarla a cabo, si se quiere claro. Un camión accede con facilidad desde la carretera que bajando de Cuatro Puertas y Ojos de Garza se incorpora a la GC-1. Ejemplares aislados de tarajales se conservan en un cauce desprovisto de otra vegetación que no sea la representada por una serie de plantas introducidas. Rabo de gato, daturas, ricinos y calentones ocupan la vegetación existente y solo algún ejempla esporádico de balo o salado nos recuerdan la flora canaria propia del lugar.

 

Un aislado ejemplar de eucalipto mantiene su desarrollo en el cauce. Es un soberbio ejemplar de amplia copa. Ahora nadie busca su sombra. Hace treinta años, cuando discurría por esta zona con alumnos, camino de Tufia, un ganado de cabras deambulaba por estos pagos y su pastor descansaba de los ardientes rayos bajo su amplia copa. Las cabras ramoneaban la hierba seca y a nosotros nos encantaba hablar con él. Con la desaparición de las cabras ha desaparecido el sonido de sus esquilas.

 

El final del barranco, antes de desembocar en la playa, no puede ser más triste. Por la derecha, parte de su cauce lo ocupa la carretera que lleva a la urbanización edificada sobre la misma arena de la playa. Por la izquierda una enorme escombrera de áridos y restos de construcción, pero también de vertidos varios rellena el otro margen. Así, convertido en un triste canal de desagüe, el barranco de Ojos de Garza desemboca sin pena ni gloria por el lado izquierdo de la playa de Ojos de Garza, encorsetado entre muros de hormigón y casas en la misma desembocadura.

 

De este primer artículo dedicado a los pequeños barrancos extraigo algunas conclusiones que deberían tenerse en cuenta por parte de los responsables de la vigilancia y mantenimiento de nuestra red hidrográfica y por supuesto por parte de la propiedad privada que, la mayor parte de las veces se despreocupa del estado de la misma.

 

La primera: Es necesario un mayor control de los cauces públicos. Por poner un ejemplo, no tiene mucha coherencia que la desembocadura de este barranco discurra entre una montaña de escombros y sorribas de restos varios y una carretera ejecutada sobre el mismo cauce.

 

La segunda: Debemos exigir a las autoridades, con responsabilidad en la gestión de los barrancos, un mayor seguimiento de los pozos, galerías e infraestructuras presentes en los mismo, capaces de generar un peligro potencial. Es inadmisible esperar a que se produzcan víctimas. En el caso de este barranco preocupa la boca de alimentación del horno de cal, sin protección alguna y una caída libre de unos quince metros.

 

La tercera: Limpieza. Si hay un servicio de vigilancia de los cauces públicos, no es normal que haya vertidos incontrolados que lleven decenas de años abandonados. En este barranco hay uno en el interior de uno de los puentes que hay bajo la autovía y no hay disculpa alguna, pues se trata de un espacio público. Y hay otro de vidrio en la trasera de los estanques de Juliano Boni.

 

La cuarta: Restauración. Tras la limpieza, lo correcto es la restauración de sus perfiles originales, en los lugares donde se pueda llevar a cabo, y la repoblación con especies botánicas propias del sector a recuperar.

 

José Manuel Espiño Meilán es miembro fundador del Grupo Naturalista Turcón, de que es actualmente presidente honorífico, socio y activista. Divulgador y defensor de la vida a través de la docencia, ecología, senderismo, escritura, compromiso y paciencia.

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