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Viernes, 17 de Octubre de 2025

Actualizada Viernes, 17 de Octubre de 2025 a las 20:03:17 horas

Ilustración del dibujante Jaime Checa Gimeno y foto del autor del artículo/TA. Ilustración del dibujante Jaime Checa Gimeno y foto del autor del artículo/TA.

Siempre Turcón

Decimocuarto artículo de la serie 'Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2020)' del ecologista, escritor, senderista y profesor jubilado José Manuel Espiño Meilán

direojed Domingo, 13 de Junio de 2021 Tiempo de lectura:

TELDEACTUALIDAD

Telde.- Bajo el epígrafe Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2020), el ecologista, escritor, senderista y profesor José Manuel Espiño Meilán ofrece el decimocuarto de una serie de artículos de periodicidad quincenal sobre la evolución medioambiental del municipio.

 

Siempre Turcón

La importancia de las personas altruistas

Dedicado a todas y todos, las, los simpatizantes del colectivo ecologista Turcón, a cada una de las personas que a lo largo de estas cuatro décadas han participado, amado, soñado, ilusionado, colaborado con un símbolo columbiforme que daba alas a todas y todos.

 

Turcón forma parte ya de la historia de Telde, de la participación y movilización de sus gentes, de la lucha en los barrios junto a los vecinos, contra la insensatez y despropósito de obras innecesarias (tercera pista del aeropuerto, vía de alta capacidad GC-5) muy dañinas para la vertebración de núcleos poblacionales y para la conservación de suelos rústicos.

 

Turcón forma parte de la historia de Telde, de sus logros ambientales, de su compromiso reivindicativo, de su espíritu de lucha. Turcón es más que una paloma que habitó en el pasado los bosques de laurisilva de la isla. Turcón es un colectivo humano heterogéneo que lo enriquece la dimensión personal de sus componentes. Profesores de todos los estamentos educativos, agricultores, ingenieros, jardineros, médicos, cocineros, economistas, enfermeros, trabajadores de la mar y de la tierra, artesanos, comerciantes, estudiantes, … Innecesario señalar el género pues activistas fueron y son mujeres y hombres, chicas y chicos, niñas y niños. Activistas de la vida, del respeto a otros seres vivos, activistas en la defensa del entorno. Defensores de las plantas, los animales, de la cultura en todas sus facetas y manifestaciones y de los espacios que la alimentan (yacimientos prehispánicos, vestigios y elementos arquitectónicos vinculados al discurrir de la vida y la economía en el municipio, tradiciones...)

 

Nunca debemos olvidar que los logros que se obtienen en material patrimonial, etnográfica, biológica, geológica, ecológica… pocas veces caen por su propio peso. Normalmente la mayor parte de las reivindicaciones en pro de la conservación del pasado, de sus costumbres y elementos etnográficos, de los valores que encierra la biodiversidad, los valores que posee un territorio natural o cultural son banalizados, olvidados, relegados a lo anecdótico cuando no caen directamente en saco roto. ¡Hay tantos ejemplos que se vuelve innecesario señalar alguno! Sólo hay un antídoto a este hecho constatado: visibilizarlos y ponerlos en valor, es decir: luchar una y otra vez, sin dejar resquicio alguno al desánimo. Muy pocas veces los resultados suceden de inmediato, en la mayoría los logros se obtienen con el transcurso del tiempo.

 

Este es el caso que me convoca hoy ante ustedes: la luz que comienza a vislumbrarse al final de ese largo túnel que ha sido el intento de conservación de los restos del ingenio azucarero de las Picachos. Quise dejar pasar unas semanas antes de tratar este tema, la razón era distanciarme un poco de la euforia propia de un deseo pretendido y que de pronto se presenta como alcanzable. De ese echar las campanas al vuelo sobre la marcha ya se encarga la prensa y otros medios, celebrando el feliz acontecimiento.

 

Yo quiero que reflexionen antes y piensen por un instante que hubiese sucedido si no existiese ese movimiento colectivo de lucha, de defensa, de visibilizar el atentado patrimonial que se estaba cometiendo sobre unos restos de la arqueología industrial con cinco siglos de existencia. Lo lógico, si no hubiese existido tal movilización, es que sucediera lo que todo sabemos: en este momento no quedaría rastro de los mismos. No olvidemos que el terreno del que estamos hablando se trata de una extraordinaria parcela urbana situada en el corazón de la ciudad, y lo lógico es que si la propiedad hubiese solicitado su edificación, sin voz que pusiera en valor tales elementos arquitectónicos, es muy posible que se hubiese aprobado tal y como como se aprobaron todos y cada uno de los presentados y ejecutados en los solares inmediatos, y hoy nos encontraríamos con más edificios de viviendas, en una supuesta armonía con el entorno urbano que lo rodea.

 

Condenados al ostracismo y al silencio, calladas las voces de la ciudadanía, los restos del ingenio azucarero habrían caído o bien habrían sido demolidos y… ahí se hubiera acabado toda su historia.

 

Perdidos, nunca mejor aplicado el vocablo, desmoronados por el abandono y por su propio peso, no olvidemos que quinientos años son muchos siglos y las fuerzas gravitatorias y una erosión continua e imparable arruinan cualquier obra, por muy segura y compacta que parezca, los últimos vestigios de un ingenio azucarero de la época de la conquista habrían desaparecido para siempre.

 

Y así sucedió, en parte. Su propio peso, el abandono secular y el tránsito constante de vehículos pesados que utilizaban el solar como almacén de materiales, hizo que uno de los pilares del ingenio, el más alto, se derrumbase. Tal vez ese momento, esa manifestación sonora del derrumbe, esa nube de polvo que se levantó durante la caída de quinientos años de historia, fuera el acicate para lo que sucedió entonces, la espoleta que propició la reacción inmediata.

 

Se sucedieron veintisiete años de reivindicaciones y lucha por la recuperación del yacimiento, del espacio, de los restos que aún se mantenían en pie. Ciudadanos que cada aniversario, tras la caída de ese pilar o picacho el 14 de febrero de 1994, asistieron en silencio a manifestar su protesta, su descontento, su reivindicación ante las autoridades. Se fue fraguando así un muro de lamentaciones, una pared de denuncias, una cadena humana con pancartas que crecían en número cada año, que jamás dejó de asistir al encuentro anual, al triste aniversario pues no había tregua para la denuncia, ni espacio para el desánimo. Y este movimiento sucedió antes de la pandemia y no dejó de producirse durante la misma.

 

El pasado año, guardando todas las medidas necesarias para la protección de las personas frente al virus, las pancartas y las denuncias volvieron al lugar, en menor número es cierto -circunstancias obligan-, pero no se rompió la cadena iniciada tantos años antes.

 

–“Un bofetón a la historia” -denunciaba Honorio Galindo Rocha, presidente del Colectivo Ecologista Turcón, durante la manifestación del acto, verbalizando así el pensamiento de todos y cada uno de los asistentes al mismo. Eso significaba el abandono secular, los años perdidos, las acciones no iniciadas. Una vez más, teniendo en cuenta las directrices impuestas por las autoridades sanitarias, los Picachos volvieron a tener voz y la prensa y otros medios de comunicación volvieron a insistir en la lucha inacabable.

 

He reflexionado sobre todo ello, sobre la tozudez de un grupo de personas empeñadas en salvar unos restos que a la mayor parte de los ciudadanos poco o nada le decían. He buscado información sobre los Picachos y no estamos ante algo carente de interés, un capricho por rescatar un vestigio del pasado, aunque su valor patrimonial pueda parecer escaso. De ninguna manera es así. La Carta Etnográfica de la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria (FEDAC) recoge que el Ingenio de Los Picachos en Telde, pertenecía a Cristóbal García del Castillo y los restos existentes suponen el único exponente de los ingenios que se crearon con posterioridad a la conquista de la isla.

 

Declararlo como “Bien de Interés Cultural del Ingenio Azucarero de Los Picachos”, era la pretensión del Colectivo y de todas las personas, vecinos, simpatizantes, amantes y defensores del patrimonio municipal, que año tras año se reunían delante del muro que rodea la propiedad privada donde se encuentran abandonados los restos del ingenio.

 

Siempre fueron balbucientes los apoyos institucionales, a veces era una “papa caliente” que era mejor pasar de una institución a otra, aduciendo falta de competencias y escondiendo una lamentable falta de interés, otras veces se daba un paso más, pero el proyecto iniciado dormitaba o se mantenía inactivo en cajones o archivos institucionales hasta que caducaba su vigencia, el tiempo previsto para ponerlo en marcha. Entonces había que iniciarlo nuevamente, retomar las negociaciones y volver a preparar el Dossier, presentar y aportar toda la documentación necesaria. Muy lamentable cuando sucedía esto, pero forma parte de las estrategias de las administraciones públicas cuando un tema es incómodo o no desean mover ficha en un proyecto controvertido o carente de interés para ellos.

 

Por fin parece que ahora es diferente. Las noticias referentes a los acuerdos para iniciar una prospección arqueológica por parte de la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, sugieren una esperanzadora perspectiva de presente y de futuro.

 

Es innegable que hay interés. Se han aunado esfuerzos e instituciones y propiedad caminan juntos. Las negociaciones para conseguir la titularidad de la parcela por parte de la corporación municipal se han iniciado el pasado año y, conciliadoras ambas partes, parece que se verán sus frutos. Las fotos de rigor con representantes políticos y técnicos del Gobierno de Canarias, el Cabildo Insular y el Muy Ilustre Ayuntamiento de Telde, animan al optimismo.

 

Aunque incipiente y escaso en tiempo -hablamos de un mes de estudio-, pues apenas se trata de un estudio preliminar capaz de valorar el alcance de los testigos arquitectónicos que el georradar ha detectado en el subsuelo y que pueden corresponder a restos arquitectónicos del complejo industrial del siglo XVI o ser de factura más reciente, y de analizar el estado y conservación de los cimientos, restos de los picachos y muro que se mantienen en pie, esta incipiente prospección arqueológica, abre la posibilidad de una rehabilitación y la ilusión en que así suceda está en el ánimo de todos.

 

Quiero creer que esta vez habrá más hechos que promesas tras la foto de tantos políticos dentro del yacimiento. Quiero soñar en voz alta, como muchos compañeros lo han hecho ya, y pensar que esa entrada a la ciudad de Telde contará, más pronto que tarde, con un genuino centro de interpretación referente a uno de los ciclos económicos de mayor esplendor para la ciudad. Un museo al aire libre que nos acerque el ingenio azucarero, su funcionamiento, con paneles interactivos que nos acerquen a todos y cada uno de los ingenios teldenses, a sus crónicas y sus archivos, a los datos históricos que nos familiaricen con la producción del azúcar, con las rutas comerciales del oro blanco, con la riqueza económica y patrimonial que supuso el esplendor de aquella época asociada a la caña dulce. Es pensar en la ciudad de futuro que todos deseamos. Un Telde dinámico, vanguardista, que dignifique su pasado haciéndolo parte del presente cultural, educativo y emocional, un municipio que está dando sus primeros pasos en este sentido pero que le queda aún mucho camino por recorrer.

 

No quiero olvidar, pues muchas veces el eco de la noticia oculta quienes la hicieron posible, a todas y cada una de las personas que, año tras año, con lluvia, viento, frío, calor o calima se concentraron frente al muro, manteniendo sus pancartas, unas veces solos y teniendo por público los vehículos que raudos transitaban por las vías adyacentes, otras observados por la policía nacional, relajados frente a ellos, sin sentido alguna su presencia, pues jamás la concentración fue otra cosa que una manifestación pacífica.

Y así un año tras otro, jóvenes de treinta años en 1995, primer aniversario de la caída del Picacho, portando pancartas hasta la actualidad, ahora camino de los sesenta. Adultos de cuarenta años entonces, jubilados ahora, rebasados bien los sesenta y cinco años.

 

Un deseo vehemente: no aflojen ahora, autoridades comprometidas. No se olviden pronto de esta ilusión compartida. Queremos manifestarnos el próximo año, pero con espíritu de fiesta, con la alegría de saber que los restos del ingenio azucarero están en buenas manos, a sabiendas de que arqueólogos, arquitectos, ingenieros y personal técnico han comenzado las labores de consolidación y recuperación del paisaje perdido.

 

La parcela es una oportunidad única de rescatar la historia del olvido. Lo es también de recuperar la ilusión para las generaciones presentes y futuras.

 

José Manuel Espiño Meilán es miembro fundador del Grupo Naturalista Turcón, de que es actualmente presidente honorífico, socio y activista. Divulgador y defensor de la vida a través de la docencia, ecología, senderismo, escritura, compromiso y paciencia.

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