Eran bien pequeños cuando, recuerdo, una de sus maestras me comunicó que los chiquillos no me harían llegar el tradicional dibujito con motivo del día del Padre. Me dijo que así se evitaba herir susceptibilidades o algo parecido. Y no le di tampoco mayor importancia. Ni mi vida ni la relación con mis hijos depende de esa costumbre ahora eliminada.
Sin embargo, la polémica generada por la furibunda, y faltona, reacción de Bertín Osborne a la difusión de un audio de una maestra de Jerez que advertía a las familias de una política similar a la que se puso en práctica en el colegio de mis hijos, me resucitó de la memoria este recuerdo y me llama a la reflexión.
Lejos de coincidir con las malas formas del cantante y presentador andaluz, que, en una actitud condenable y rechazable, insultó a esa mujer y ha contribuido a su linchamiento público, no puedo si no confesar que nunca entendí del todo aquella decisión.
Se me antoja un exponente más de esta sociedad de nuevo cuño que más de una vez, y de dos, se la lía con papel de fumar, que parece empeñada en complicarse las cosas.
Me sumo a razonamientos, a mi juicio, más sensatos que han terciado en este debate, como la canaria, cuyo mensaje se ha hecho viral, que fue huérfana de padre desde niña y que ahora es madre en una familia formada por una pareja homosexual, o la posición de Laura Baena en su perfil oficial de Malasmadres.
Ambas, cada una a su estilo, apostaban por medidas integradoras e inclusivas que no tienen por qué conllevar la eliminación de una tradición que tampoco hace daño a nadie. De lo contrario, la loable intención de no discriminar a la minoría acaba haciendo lo propio con la mayoría.
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