“La libertad comienza allí donde acaba la ignorancia”, esta frase forma parte de la obra Los miserables. Una novela del poeta, dramaturgo y novelista romántico francés, Víctor Hugo, publicada en 1862. La historia se enmarca en el período de la restauración de la monarquía francesa, que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XIX. Su tema gira en torno al bien, el mal, la ética, la justicia y la fe.
Aprovecho la trama de esta obra y los discursos sucesivos que realizó ante la asamblea francesa, sobre la miseria, la cultura, la educación, la ética, la falta de justicia, etc., para poner sobre la mesa, la semejanza de aquella situación, con la actual, sobre todo en lo concerniente a la libertad y la ignorancia.
La ignorancia tiene mucho que ver con el no ser libres. Si una persona está sumida en la ignorancia es muy difícil que sea libre, que pueda asumir sus responsabilidades y exigir que se respeten sus derechos; Creo que la libertad tiene que ver con la plena conciencia, y a partir de ahí tener la capacidad de decir sí o no a algo. La ignorancia es muchas veces imputable al ignorante. Hay dos tipos de ignorancia: la excusable, que se debe a la falta de medios y oportunidades para solventarla, y la no excusable, que se deriva de la simple desidia, pereza y falta de interés por conocer, teniendo los medios y oportunidades para hacerlo. Esta última es una ignorancia culpable, porque la ignorancia impide al hombre llevar a cabo el comportamiento que mejor conviene a sí mismo y a la colectividad, y con ello deja de hacer el bien que podría hacer si su ignorancia no existiese; por el contrario, las decisiones y acciones basadas en la ignorancia suelen comportar males personales y sociales.
Esa ignorancia es culpable e inexcusable, y algún día el ignorante culpable deberá rendir cuentas de su ignorancia. Nos enfrentamos a un momento histórico crítico, cuyas consecuencias pueden ser devastadoras en muchos sentidos, y para abordar debidamente tal momento es necesaria claridad de ideas, conocimiento, criterio; en definitiva, lo más contrario a la ignorancia en la que, por lo general, estamos sumidos.
La organización política, económica y social de nuestro tiempo no sólo favorece la ignorancia, sino que la necesita para perpetuarse. La sociedad es cloroformizada por todos los medios imaginables. Los medios de comunicación, con esa tele-basura programada para vaciar las mentes de todo contenido crítico y de todo criterio; la pasión desmedida y desordenada por los eventos deportivos; la ingeniería social que configura nuestras mentes mediante un auténtico “formateado” y las rellena de los contenidos que se ajustan a los modelos a los que debemos someternos. La libertad es, casi siempre, defender un criterio propio contra el que se nos impone; situarnos fuera, al margen, de la corriente general, y eso no sólo es incómodo, sino muchas veces peligroso. Sin embargo, todo eso sigue sin ser excusa para mantenerse cómodamente en la ignorancia. Quien tiene los medios y la oportunidad para conocer, no tiene derecho a dejar de hacerlo.
Hoy imaginamos que la libertad es la posibilidad de hacer lo que uno quiera, sin restricciones de ningún tipo, y efectivamente, eso es lo que intentamos cada vez con mayor afán y con mayor descaro. Pero eso no es la libertad. La libertad exige conocimiento y criterio, y es incompatible con esa ignorancia culpable de la que hablamos. Porque la libertad exige ser capaz de identificar dónde está el bien, tanto el bien individual como el bien colectivo, y ajustar el comportamiento, las acciones y las decisiones a la consecución de ese bien, incluso si ello supone enfrentarnos a la opinión de la mayoría, a los usos generalmente aceptados de una sociedad como la nuestra; incluso si ello supone aceptar el riesgo de que nos señalen, de que nos marginen, de que nos persigan.
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