Marta, la princesa guerrera, como la presentan sus padres en las redes sociales, es una niña especial que tiene necesidades especiales. A esta chiquilla de 4 añitos de Vecindario le diagnosticaron una enfermedad única en el mundo que le procura una dependencia de grado 3, la más grave o limitante, y una discapacidad reconocida del 87%, aunque la que presenta en la actualidad sea posiblemente aún mayor que cuando se le hizo la valoración.
Su vida y sus delicadas circunstancias quedarían en la más estricta intimidad familiar y de su entorno más cercano si no fuera porque, una vez más, este estado del bienestar con el que habitualmente se nos llena la boca ha vuelto a hacer aguas. Si Marta ha tenido que saltar a las páginas de los periódicos y a los platós de televisión es por un fracaso evidente del sistema.
Lleva tres años esperando por una vivienda adaptada. Sus padres, que se desviven por ella, no tienen recursos suficientes para dotarle de ese recurso. La niña crece y también sus necesidades, así que han decidido dar la voz de alarma antes de que sea demasiado tarde. Y también, por qué no decirlo, porque han visto que casos similares al suyo han logrado poner remedio a sus problemas tras exponerse en los medios. Solo en los últimos meses tenemos varios casos. Primero fue Miguel Planas. Después vino Hugo. Y ahora toca Marta.
¿Cuántos más habrá? ¿Cuántas familias aguantarán en estoico sufrimiento porque no se atreven a dar el paso y denunciar su situación públicamente? Bien está que al menos así respondan las instituciones, pero mejor sería que las familias no tuvieran que pagar ese precio.
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