Prologaba el escritor y crítico literario Andrés Ibáñez sobre la obra “A través del Espejo”, que: “desde el reflejo de nuestros ancestros en las aguas tranquilas de un lago hasta los primeros azogues de cobre o la imagen que de nuestro propio rostro recibimos a diario, el espejo ha sido siempre un objeto cautivante cuyo poder nos fascina y nos somete. Los espejos deforman e invierten, pero también revelan lo que somos y duplican lo que vemos. La literatura y las diversas mitologías de la Antigüedad nos abrieron puertas a otros mundos como el de Alicia o el escudo contra la Medusa. De la vanidad medieval al autoconocimiento renacentista, de la superstición al infinito establecido entre dos espejos enfrentados, esta antología recorre las luces y sombras de nuestra naturaleza al descubierto”.
¿Cual sería la historia de nuestro espejo?. A medida que crecemos, el espejo ya no es un simple objeto en el que vernos a nosotros, el espejo puede convertirse en el “mejor” método de autojuicio crítico para uno mismo. Cuando nos vemos en el espejo no sólo apreciamos nuestra imagen, si no que emitimos pensamientos y sentimos emociones en relación a lo que vemos. Nos enseñaron a mirarnos al espejo para ver aquello que estaba mal y que teníamos que arreglar. Ya fuera el peinado, el maquillaje, la barba o la ropa… siempre hemos utilizado el espejo como un mecanismo de autoevaluación.
La realidad la interpretamos en función de nuestro marco interno. Al ser conscientes de ello, podremos liberarnos de mucho malestar y sufrimiento. A la hora de construir cada paso de nuestro crecimiento personal nos enfocamos en exceso tan solo en nuestro interior, cuando gran parte de lo que podemos aprender reside en el exterior o en nuestro entorno de confianza. Infinidad de leyendas nos enseñaban desde la antigüedad que lo que vemos en los demás nos revela información de lo que somos nosotros mismos.
Muchos han sido los estudios sobre psicología personal que afirman que el exterior actúa como un espejo para nuestra mente. Un espejo donde vemos reflejadas diferentes cualidades, características y aspectos personales de nuestra propia esencia, de nuestro ser más primitivo. Hablamos de las situaciones que frecuentemente se nos dan en nuestro día a día cuando observamos algo que no nos gusta de los demás y sentimos un cierto rechazo, incluso disgusto. Pues bien, estamos ante la ley del espejo, la cual establece que, de alguna manera, ese aspecto que nos disgusta de determinada persona existe en nuestro interior.
La ley del espejo establece que nuestra inconsciencia, ayudada por la proyección psicológica que realizamos durante ese momento, nos hace pensar que el defecto o desagrado que percibimos en los demás solo existe “ahí fuera”, no en nosotros mismos. La proyección psicológica es un mecanismo de defensa por el que atribuimos a otros sentimientos, pensamientos, creencias o incluso acciones propias inaceptables para nosotros. Una experiencia característica de la proyección psicológica sucede cuando nos enamoramos y atribuimos a la persona amada ciertas características que tan solo existen en nosotros.
Ser conscientes de aquello que proyectamos en los demás nos permite descubrir cómo somos en realidad. Es imprescindible recordar que todo lo que llega a través de nuestros sentidos lo damos como cierto, es ese reflejo en nuestro espejo, sin reconocer muchas veces, la parte de interpretación o de subjetividad que hay en ello. Vivimos de acuerdo a esta forma de percibir la realidad, creando distorsiones positivas o negativas, que nos generan malestar, en algunos casos a la hora de relacionarnos con las personas de nuestro entorno, incluso con nosotros mismos, ahí está la historia de nuestro espejo.., desde la acera de enfrente.
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