El ruido

Se ha ido un año de mucho ruido y nos ha traído otro de ruido incierto, pero la guerra en Ucrania, la muerte del papa emérito, la inflación, la toma de posesión de Lula como 39º presidente de Brasil, las elecciones que se avecinan en nuestro país o los datos de la pandemia de Covid-19 en China, nos hace presagiar un convulso 2023.

El Ruido es un término que raras veces se usa de forma positiva. Opuesto a la música y al sonido natural, el ruido es tanto indeseado como una forma de contaminación del ambiente sonoro.

En política, el ruido enmaraña la vida, merma nuestras capacidades y nos transmiten la penosa sensación de que la política no sirve para nada, que siempre decepciona, que no merece la pena molestarnos en ir a votar. Pretenden con esa repetición sistemática y continua de sus soflamas, crear el caldo de cultivo para la apatía, para el aburrimiento, dejando el camino expeditivo a quienes quieren la verticalidad en el pensamiento y en la acción.

Quienes hacen ruido en la política, les gusta adueñarse de los símbolos, de las interpretaciones, de las palabras, de los relatos, de lo que es una cosa y su contraria. Sobre todo si no son de su cuerda, si no comulgan con sus postulados, crean el ruido continuo, persistente, constante. Un ruido planificado a conciencia y que además, se divulga desde todas las redes de los poderes establecidos, es un ruido para hacer anti-política, haciéndonos creer que los dirigentes, no se preocupan de la gente, sino solo de “sus intereses”, este ruido mediático que día tras día comprobamos, sobre todo de aquellos que pretenden poner y quitar gobiernos.

Un ruido que se ha reactivado últimamente, donde el lenguaje empleado por sus señorías sonrojan a cualquiera; mucho ruido, mucha bronca, mucho insulto. Ni siquiera la navidad ha podido acallar tanta cacofonía, para amedrentar al adversario o adversaria.

Trasladan a la ciudadanía toda esa tensión que se evidencia en sus intervenciones públicas, el peligro está, en que estas actuaciones políticas empobrezca el debate social. La capacidad de las redes sociales para agitar el debate público se ha demostrado en el eco que han tenido en ellas movimientos de extrema derecha, amparados por la libertad de prensa y la democracia que continuamente cuestionan.

Hemos alcanzado una fuerte polarización política, aunque conviene hacer algunos matices, ciudadanos de diferentes ideologías políticas coinciden en que algunas medidas tomadas últimamente son cuestionables, pero el debate se ha alejado de la política y se ha entrado en el terreno de los afectos. Lo llaman polarización afectiva. Los propios líderes de las diferentes formaciones políticas movilizan a sus bases a través de emociones positivas para cerrar filas en torno a ellos y evitar críticas internas, y los medios de comunicación, en nuestro país, lejos de tener una agenda propia fuerte que cuestione todo esto, se limitan, en general, a seguir la agenda de los partidos.

Flaco favor le hacemos a la democracia si no somos capaces de cuestionarnos ese ruido que perturba nuestro sueño, nuestra vida, que nos crea mas incertidumbres de las debidas. Fuera de la arena política, la realidad social nos da continuamente duros golpes de realismo. El ruido ha impedido el debate para atender a una de las cuestiones mas acuciantes y desesperanzadora que es la pobreza, que además se hereda y, si no se adoptan medidas de calado a tiempo, estaremos condenando a la pobreza a muchas familias en el futuro inmediato. El ascensor social en nuestro país dejó de funcionar hace muchos años. El ruido, nos ha hurtado el debate de lo que hemos logrado, pero sobre todo, a donde vamos como sociedad y algunos, están empeñados en seguir haciendo ruido, al menos hasta las elecciones generales.