Los últimos exabruptos acontecidos en el congreso de los y las diputadas, pone en evidencia, la polaridad en la cual algunos grupos políticos, quieren situarse de cara a los próximos comicios electorales. Nada nuevo en el horizonte si no fuera porque, desde fuera, lo percibimos como un gallinero en continua ebullición, que lejos de tranquilizarse y tranquilizarnos, van consiguiendo poco a poco mayor desapego por la política en general y por los ideales en particular, pues todo vale con tal de desmovilizar, y de no concienciar a la ciudadanía, pues aplican aquello de cuanto peor, mejor para mis intereses.
Se han adueñado de la retórica de la política, discursos medidos, creados expresamente para contentar a la galería, discursos llenos de datos, de compromiso personal, de anécdotas, ideológicamente armados, estructurados, pero discursos impostados, que tan solo buscan el refrendo de quienes te escuchan, vacíos del ingrediente más importante - la emoción – cuando el discurso no emociona, no emociona, y por mucho que lo adornes, no deja de ser eso, un discurso.
No se trata de anteponer las emociones a los argumentos, estos tienen que ser, no solo creíbles, tienen que ser ciertos, no engañar en la exposición; no se puede utilizar la emoción para manipular, para hacernos ver otra realidad, para acallar en la ciudadanía el sentido crítico de las acciones políticas, a la cual se intenta manipular, bien sea por un sentimiento de pertenencia, por la lengua, el territorio, el color de la piel, la identidad, etc. Repetimos hasta la saciedad las bondades de nuestras acciones, construimos el relato acorde a nuestros intereses, utilizando siempre la coletilla - por el interés general, por el beneficio de la ciudadanía para la que trabajamos - y no, nos arrugamos en ello. Sin embargo hemos dejado atrás la emoción, no nos emocionamos en lo que hacemos, abroncamos, subimos los decibelios de nuestro tono para incidir en lo que relatamos, pero no emocionamos.
Hay que valorar la gestión de las emociones para transmitir un determinado mensaje en óptimas condiciones, nuestra exposición de la idea, del proyecto, o el resultado de nuestras metas, se ensombrece con la contradicción entre la emoción y el gesto en una comunicación a la ciudadanía, no se trata tan solo de palabras, de promesas, se trata de aspecto y de actitud, ambos factores juegan un papel decisivo. Y en ese papel decisivo en la política, está la inteligencia emocional, nuestra capacidad para desarrollar habilidades de autocontrol, empatía, perseverancia, entusiasmo y otras que se moldean o vienen ya en nuestro ADN, lo que implicaría una mayor dosis de humildad, moderación y modestia cuando exaltamos nuestros logros, obviando el coste que representa no solo lo conseguido, que está bien, sino aquello que dejamos por el camino.
Hay mucha literatura sobre las emociones y la política, todas ellas demuestran que las emociones, están presentes en los procesos políticos sin embargo, y aunque parezca contradictorio, en las manifestaciones de los hombre y mujeres que hacemos política, las emociones suelen estar ausentes, hay que superar este vacío que se ha producido en el conocimiento de las influencias de las emociones en la política. Hay que emocionar no solo con las palabras, también con los hechos, que sirvan como ejemplo en ese discurso que cale en la ciudadanía.
No hay que sobreactuar, ni ser populistas, hay que combatir la superflua visión que proyectamos en determinadas situaciones dejando al descubierto la sensibilidad, la emoción, la alegría y la tristeza que también tenemos. Tanta retórica en la política nos conduce a vivir en ella sin emociones, y estas, juegan un papel importante en los proceso de decisión del voto, la gente es emocional y no racional en la toma de decisiones.























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