Años han transcurrido desde aquellos tiempos, en el cual el asesor de Bill Clinton, en 1992 James Carville, espetó al contrincante republicano George Busch, padre “¡Es la economía, estúpido!”, esa célebre frase, dicen que fue la que impulsó a Clinton al despacho Oval de la Casa Blanca, hasta nuestros días, dónde considerado por algunos analistas como el jarrón chino de podemos Pablo Iglesias, se ha dirigido a Yolanda Díaz, a la cual propuso para la vicepresidencia cuando este dimitió, acusándola de ponerse de perfil en la polémica sobre la ley del Si es Si, argumentando que cuando se machaca a una compañera, en referencia a la ministra de Igualdad, Irene Montero, no solo es miserable, cobarde, sino políticamente, estúpido.
Un estúpido no es el que hice estupideces, sino que se las cree. En política, un estúpido también es quien creen en las estupideces que le escriben, acostumbrados a despotricar sin ton ni son. Lo peor de un estúpido es que menudo ni se da cuenta de que lo es, hasta que se descubre que era uno de esos tontos útiles, que enturbian las ideas, las buenas causas y que son imprescindibles para dar apariencia de verdad a lo que realmente es una mentira.
Hay que decirlo alto y claro, la estupidez es dejación de la razón para librarse a la pasión, a lo irracional que emana del pensamiento mágico de los que no tienen nada que aportar; digámoslo así: todos cometemos estupideces, todos somos estúpidos en mayor en grado mayor o menor, una vida sin tonterías sería demasiado aburrida, al fin y al cabo, quizás discurrir sobre la estupidez sea también una soberana necedad. La estupidez se refiere a la estrechez de miras, de ahí la palabra mentecato, privado de mente. Estúpido es el que solo tiene en cuenta un punto de vista, el suyo. Cuanto más se multiplican los puntos de vista menor será la estupidez y mayor la inteligencia.
El estúpido padece egoísmo intelectual. El estúpido es tosco y aún así fanfarrón, niega la complejidad y difunde su simplicidad, de forma dogmática, opina sobre todo como si estuviese en posesión de la verdad absoluta. El estúpido está enamorado de si mismo e ignora todo lo demás, incluso lo desprecia con autosuficiencia. Si todo ello lo trasladamos a quienes mueven los hilos del poder a nivel mundial, ya sea político, económico o presiden grandes corporaciones, nos encontramos con un gran número de estúpidos que se creen sus estupideces.
Sirva como ejemplo de la estupidez del estúpido, el mundial de Qatar y el presidente de la FIFA, el suizo Gianni Infantino que en rueda de prensa, acusó a occidente de hipocresía por sus reproches sobre la historia de incumplimiento de los derechos humanos de Qatar en vísperas de la copa del mundo. Por cierto entidad la FIFA, que gestiona más de 6.000 millones de dólares en este mundial; decía Infantino; “En esta última semana hemos sido testigos de una doble moral. Los europeos nos dan muchas lecciones. Soy europeo y tendríamos que pedir perdón por dar lecciones.
Infantino ha conseguido, que por miedo a las posibles sanciones deportivas impuestas por la FIFA, se hayan echado para atrás varias selecciones como: Inglaterra, países bajos, Gales, Bélgica, Suiza, Alemania, Dinamarca, etc. que no vestirán el brazalete multicolor que pretenden destacar las injusticias que se vive en Qatar, especialmente en el movimiento LGTBI, así lo han comunicado esas federaciones. Habría que armarse de valor y al igual que en 1992, alguien espetará a Infantino: ¡¡ no se trata de fútbol se trata de derechos humanos, estúpido!!























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