La pandemia del COVID19 alteró nuestras vidas, vino para quedarse y aunque en un principio creímos que la situación sobrevenida nos mejoraría como personas, al poco tiempo constatamos que emocionalmente nos desalmaría.
A los pocos días de decretarse el estado de alarma fallecía mi madre por una insuficiencia respiratoria. Todo fue tan rápido, sigiloso, unos minutos en urgencias para acompañarla y luego la soledad, su soledad, mi soledad en uno coche aparcado a escasos metros suyos, sin poder contener el aliento, el sollozo ¿y ahora que? me preguntaba. Esperé a que amaneciera para avisar a mis hermanos, a mi familia directa, nada podían hacer y despertarles quebrantaría su sueño, opte por lo mas práctico y me decía como consuelo, ¡al menos nos dejan a cinco familiares acompañarlas en el tanatorio unas horas! y luego, el mismo día incinerarla.
Eso nos trajo la pandemia, sin darnos cuenta nos habían robado el duelo, ese tiempo de despedida, de poner las cosas en orden, en recordar su vida entre sollozos, entre abrazos que mitigaran el dolor por la pérdida, el devenir de gente que habían pasado por su vida y hubiesen querido despedirla, pero no fue así, se nos fue sin hacer ruido y por eso durante mucho tiempo creíamos que la veríamos pasear nuevamente por casa, con sus cosas, con sus historias, no regresó nunca más y esa sensación del regreso hace que se nos haya escapado el duelo.
Pienso que hemos sido afortunados en mi caso, porque al menos, la acompañamos unas horas y aunque su cuerpo inerte estuviese cubierto todo el rato por protocolo de la pandemia, estuvimos allí con ella. Cuando miro hacia atrás es cuando me doy cuenta de la ausencia del duelo de tantas y tantas familias que han perdido a un ser querido durante todo este tiempo, tiempo en estado de alarma, en el cual llevabas a un familiar a urgencias y allí mismo, antes de entrar te despedías porque lo siguiente, si se había contagiado y no salía de ello, es que te avisaran para recoger sus cenizas, lo poco que llevaba encima se destruía. Esa ausencia de duelo nos ha lastrado, emocionalmente no estábamos preparados, nunca lo estamos, pero la pandemia ha ido transformando nuestras prioridades y aunque decimos que hemos vuelto a lo mismo, sabemos que no es así, que algo se nos rompió dentro.
Ese no saber como lidiar con tanto sufrimiento, por donde empezar o si es normal lo que nos pasa, reflejan los sentimientos que surgen una vez que el virus irrumpe en nuestras vidas y nos arrebata a un ser querido. El aislamiento social al cual nos tuvimos que enfrentar nos hizo mas vulnerables y dificultó mucho mantener un respaldo emocional por parte de nuestros seres queridos, esa falta de contacto social nos ha llevado en muchos casos a la soledad. No nos educan para la pérdida, nos preparan para la vida y cuando ésta se nos es arrancada de esa forma tan vil, nos perdemos en nuestras emociones.
“El estado emocional en el duelo no es una progresión lineal, es mas bien una adaptación constante a un vaivén de estados anímicos que no tiene lógica, ni posibilitará cerrar una etapa vital y abrirse a otra nueva. Curarnos de esta herida de manera sana, tendrá una repercusión fundamental a lo largo de nuestra vida”. La ausencia del duelo es lo que nos supera emocionalmente.
Nos preparamos para vida, pero no lo hacemos para la muerte, desde la acera de enfrente.
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