No me cansaré de insistir en el peligro que se corre con la escalada verbal en la que parecemos instalados y que tiene su principal eco en las redes sociales. Ni la democracia ni la libertad de expresión son carta blanca para el insulto, el señalamiento injurioso, el desprecio o el linchamiento público. Casi no hay día en que no incurramos en ese error, de uno y otro lado.
Recurro otra vez a un ejemplo para demostrar hasta qué punto se está poniendo en serio riesgo la convivencia: la interpretación que hizo la periodista Carme Chaparro sobre el uso que Vox haría de la detención del violador de Igualada, un individuo que no nació en España, y las críticas que, a su vez, le llovieron a esta profesional por ese comentario.
Vayamos por partes. Con independencia de que muchos entendamos que hay principios ideológicos en Vox que directamente son nocivos para el propio régimen democrático, me parece que Carme Chaparro solo contribuye a alimentar el odio contra esta fuerza política cuando da a entender que más que alegrarse por la detención del delincuente, lo que de verdad les alegra es que no sea español y que, por tanto, les da más carnaza para su estrategia de vincular delincuencia a inmigración.
Pero si mal estuvo Chaparro, peor estuvo lo que vino después, cuando destacados dirigentes de esa formación manipularon groseramente sus palabras para dar a entender que ella lamentaba que el agresor fuera detenido. Esos tuits fueron pura gasolina para que se desatara luego una cacería pública impresentable, cual lapidación verbal. El resultado: otra dosis de insanos odios de ida y vuelta en una sociedad cada vez más polarizada.
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