Ya le toca a la sima

GAUMET FLORIDO

Ahora que andamos todavía en estado de shock por el impacto visual de ver a dos padres friéndose a golpes mientras sus hijos competían sanamente sobre un terreno de juego, se me viene a la mente una reflexión sobre los distintos tipos de violencia que existen y sobre las consecuencias a las que dan lugar.

Las hay físicas, como es el caso, que derivan en lesiones y sangre. Son a menudo las más visibles, las más impactantes, y, por ende, las que son más fáciles de detectar y de rechazar.

Pero luego hay otro tipo de violencias, más soterradas, perceptibles solo a ojos de los directamente afectados, o de los entendidos. A ese otro tipo de violencia adscribo el peregrinaje de sufrimiento, personal y social, que ha condenado durante décadas, a menudo en silencio, a las familias de víctimas de la represión franquista cuya desaparición y muerte les vincula a la Sima de Jinámar, una maravilla geológica mancillada por la brutalidad humana. Allí creen que supuestamente los arrojaron.

Primero, en las postrimerías de la Guerra Civil, fueron víctimas del desprecio y la ignominia pública. Después, cuando a la Dictadura se le aflojaron los muelles, del olvido y de la resignación impuesta.

Más tarde, en los albores de la democracia, de las falsas esperanzas de una reparación honrosa. Y ahora, de la falta de respuesta de una democracia que parece condenarles de por vida al papel de vencidos de una guerra de hace 80 años que, por lo visto, algunos no superan.

Porque es violencia que estas familias vean morir a sus seres queridos de más edad sin saber si al final la Sima esconde a sus antepasados. O que sepan que el camino hasta ella, pese a que está en un paraje protegido, se ha convertido en una senda de abandono, un paseo de basuras y escombros, como una metáfora cruel de un destierro eterno.

Gaumet Florido es periodista y redactor de Canarias7 en Telde. Artículo publicado en ese diario.