“Prometo por mi conciencia y honor, defender y hacer defender el Patrimonio Histórico de la Ciudad y Municipio de Telde…” (Palabras de este Cronista Oficial, en el Acto Solemne de Toma de Posesión de su Cargo Honorífico y Vitalicio. Casas Consistoriales, 1983).
A algunos de nuestros sufridos lectores, les sorprenderán el calificativo que hemos puesto a la palabra Patrimonio ya que, hasta hace bien poco, solíamos denominarlo Patrimonio Histórico-Artístico sin más y, en ese saco metíamos casi todo, léase: yacimientos arqueológicos, Conjuntos Histórico-Artísticos, edificios singulares fueran éstos B.I.C. (Bien de Interés Cultural) o no, obras pictóricas, escultóricas y demás bienes muebles de valor artístico. Archivos documentales (particulares, eclesiásticos e inherentes a la función pública) y Bibliotecas históricas.
Todo ello a sabiendas que nos quedábamos cortos, pues había un sinfín de elementos, que por su valor cultural y trascendencia histórica se quedaba en el limbo de lo inapreciable y, por lo tanto, sujetos a la nunca objetiva decisión final de políticos y técnicos municipales, no siempre dados a proteger y en muchos casos “expertos” negociadores de lo público, en esos tan traídos y llevados como cuestionados “estudios de detalle”. Nos explicamos, cada vez que el propietario de un espacio no construido de la Zona Fundacional de Telde (barrios de San Juan y San Francisco-San Sebastián-Baladero o Bailadero) presenta un proyecto constructivo, lo hace escudándose en el anteriormente mentado “estudio de detalle” que no es sino una forma eufemística para colarnos más hormigón, suprimiendo de paso los espacios verdes inherentes a huertas, jardines, fincas y cercados.
Así, han caído más de dos mil metros de terrenos de labor del Barrio Conventual, en los últimos veintitrés años. Donde antes había frondosas huertas abandonadas, hoy se elevan edificios de tres y cuatro alturas, que por mucho que se enmascaren en un neocanario o mejor dicho en un “neonada”, no dejan de ser más que escupitajos arquitectónicos, que cierran el paisaje urbano y sirven de inexpugnables gibraltares, que no tienen como aquél, vuelta de hoja.
Siempre se ha dicho por estos lares, que “el que vende lo hace una vez y lo llora cien”, algo parecido nos pasa a los ciudadanos teldenses que hemos visto como en los cuarenta y cinco años de democracia se ha destruido más Patrimonio Cultural que en los quinientos años anteriores. Esta afirmación, nada baladí, pudiera ser tachada de extremadamente exagerada y en algunos casos hasta de fácil recurso demagógico, no lo es tal si a vista de pájaro sobrevoláramos nuestro territorio municipal. De esa manera veríamos como en nuestra costa de norte a sur son varios los yacimientos arqueológicos que se han visto mermados, cuando no suprimidos, por el látigo atizador de autopistas, viales costeros, grandes superficies, centros comerciales, zonas residenciales, puerto turístico-pesquero, centros científicos, macro residencias de la tercera edad y muchos más delirantes proyectos urbanísticos-arquitectónicos, todos ellos escudados en un más que presumible “Desarrollo Sostenible”.
En este capítulo, podríamos mencionar hasta ocho ejemplos, pero válganos sólo dos: el primero está justo al margen derecho de la GC-1 dirección Sur-Las Palmas de Gran Canaria cerca del emporio comercial de Las Terrazas. ¿Se llegó a tiempo? Pues no. Los arqueólogos hicieron lo que pudieron y salvaron parte de las construcciones aborígenes allí existentes, pero algo más de la mitad del yacimiento se lo tragó esa vía de rápido enlace entre el Sur de la Isla y la Ciudad Capital. El otro lo tenemos junto a las arenas de la antigua playa de La Madera, hoy popularmente conocida por La Garita. Allí, en el extremo norte de su avenida peatonal, tragado por la propia vía y por un edificio destinado a actividad mercantil, se mantiene cuan bastión herido un yacimiento arqueológico, que da testimonio de la bien aquilatada nómina de restos de los primitivos pobladores (aunque no nos ponemos de acuerdo, se suele afirmar que nuestro municipio tiene algo más de cien lugares con presencia de actividad humana canarii, lo que supone tanto como decir que, por cada kilómetro cuadrado, poseemos 102 km) hay un yacimiento digno de protección, dejados de la mano de Dios y sin vigilancia adecuada. Eso sí, fruta madura para que propios y extraños intenten “comérsela” ya sea destruyéndola parcial o íntegramente.
A las autoridades municipales, cabildicias y autonómicas, deberíamos exigirles una ley de pleno empleo para los dos centenares o más de titulados universitarios, que como arqueólogos permanecen en paro año tras año, a pesar de su alta cualificación profesional y su disposición.
En otro orden de la cuestión debemos reseñar, como lo hacíamos algo más arriba, la negativa pertinaz de los diferentes redactores de nuestros múltiples intentos de diseñar un Plan General (inexplicablemente sin aprobar hasta el día de hoy, lo que dice mucho de la ineficacia de nuestros rectores municipales de antes, de ahora y de siempre) lo que hace sospechar y sospechamos, que no son motivos técnico-administrativos los que realmente rigen como prioritarios sino otros más espúmeros e inconfesables, tras los que se esconden intereses de toda índole y presumiblemente los siempre eternos económicos.
Como nada nos dicen y de poco nos enteramos, no por falta de interés en el asunto, sino por la opacidad de las Oficinas Municipales, hay un runruneo cada vez más sonoro de que algunos propietarios de huertas y fincas en el entorno de San Francisco, Tara, Cendro, San Juan, etc… están “negociando” con los que son dueños de nuestras “voluntades electorales” para sacar rédito a tal situación y si no lo remediáramos a tiempo, San Francisco, y con él todos los otros lugares que hemos reseñados, verán surgir como hongos dúplex y chalets de toda clase y condición. Lo que estaba destinado a suelo agrícola, por arte de birlibirloque se convertiría en un nuevo “pulmón de desarrollo sostenible” de este territorio municipal por ende caóticamente desarrollado.
¿Pensamos mal? ¡Ojalá fuera así! Pero a pruebas me remito. Hace más de veinte años que la mal llamada “Hoya de San Juan”, desde siempre “Hoya de San Pedro Mártir de Verona” (antes, mucho antes, bautizada como El Vallecillo de La Fuente), ha visto crecer viviendas de recreo con piscinas incluidas, a solo un tiro de piedra de las antiguas oficinas de Urbanismo, y a menos metros de la actual sede de la Policía Municipal. Ni políticos, ni técnicos, ni la fantasmagórica policía urbanística, han parado esas obras calificadas de irregulares, adjetivo a todas luces benévolo para lo que es una supuesta violación flagrante de la actual ordenación urbana teldense.
En caso de Tufia, Tara y Cendro, haría sonrojar al menos inteligente de nuestros ciudadanos. Allí ha reinado el “dejar hacer” y sólo con mirar fotografías de los años 60 y 70 del pasado siglo XX, nos serviría para constatar cómo esos tres yacimientos arqueológicos de indudable importancia, han ido cayendo paulatinamente bajo los cimientos de numerosas edificaciones unifamiliares, que en casa particular de Cendro, en el pasado ocupado por humildes familias, hoy muestran verdaderos chalets de grandes superficies y no menos presencia de antenas parabólicas, todo ello con la ayuda muy estimable del M.I. Ayuntamiento de Telde, que hace unos años y sobre el mismo terreno, llevó a cabo la construcción de un aparcamiento para los diferentes vehículos de aquellos, hoy más que nunca, acomodados vecinos. En el mismo orden de cosas vamos a recordar las llamadas Cuevas de Calacio, que durante décadas fueron parte del vertedero municipal de residuos sólidos, orgánicos y no tan orgánicos.
También en el comienzo de la calle Baladero o Bailadero en la cara este del barrio de San Francisco, se encontraron restos de casas hondas, en numero indeterminado, pero entonces el M.I A de nuestra ciudad, tomó la decisión de salvar sólo a una de ellas y se apresuró a cubrir el resto para sacar adelante su proyecto (de ensanche y mejora de dicha vía “urbana”). ¿Qué decir tiene de las “reformas y mejoras” de algunas edificaciones del sector de San Juan, a menos de cincuenta metros de nuestras casas consistoriales? Pues válganos un ejemplo: la actual sede de protección civil. Este longo edificio en el pasado con cubierta de tejas a dos aguas sufrió una rehabilitación, cuyo resultado fue, entre otras lindezas, el suprimir la teja árabe por planchas onduladas de un material para nosotros indefinible.
Ante las protestas de varios miembros de la anterior comisión de Patrimonio Histórico (2010) se nos prometió que más pronto que tarde esa techumbre serviría como base para, sobre ella, volver a colocar la teja árabe, que hasta entonces había tenido dicho edificio. En 2014 ante la inoperancia municipal, arreciando nuestras criticas en la prensa y radios locales, se nos quiso callar la boca pintando de rojo- morado las susodichas planchas y una década mas tarde sigue luciendo con “todo su esplendor” en mitad del Conjunto Histórico Artístico Nacional. Sirviendo de ejemplo” para que otros hagan lo mismo, ya que, el primero en incumplir la LE de Patrimonio Cultural del Estado español y la comunidad canaria es nuestro consistorio.
¿Seguimos? Sinceramente creo que, aunque la lista seria interminable “para muestra un botón” y aquí a falta de botones para la chaqueta, podríamos usar una enorme cremallera. La misma que algunos intentaron poner en la boca de este Cronista para que dócilmente, evitáramos toda critica a su nefasta actuación política.
Ahora, recién estrenada la Comisión de Patrimonio Cultural, debemos avanzar en la protección, defensa y divulgación de nuestro gran legado cultural. Asociaciones como Tildet o Entre Amigos y otras varias han mantenido y mantienen en alto la antorcha de revalorización continua del Patrimonio. Otros como Turcón llevan décadas y décadas defendiendo nuestra maltrecha naturaleza, incidiendo en proteger parajes y yacimientos arqueológicos de todo tipo (los picachos). Nosotros por nuestra parte, no hemos cesado en trabajar en pro de todo ello, desde hace más de cincuenta años, cuando en COU, una profesora de Historia del Arte, zaragozana de pro, doña Isabel García Blanc, nos enseñó el amor por el pasado y el respeto que debíamos tener por el Patrimonio sin adjetivos.
También, como no, gracias a las enseñanzas de mi profesor de Literatura, digno de todos mis elogios don Manuel Mayor Alonso y no por ser nombrada la última, menos querida y admirada, Ana Rosa Fleitas Padrón, mi prima e introductora a las Ciencias Sociales.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.






















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