(Para mi entrañable amiga-hermana Rosario (Sarito) Sánchez Martín, cómplice de tantas memorables horas).
La histórica comarca de Telde, otrora formada por los actuales municipios de Valsequillo de Gran Canaria y Telde, conforma un territorio de algo más de 141 kilómetros cuadrados. Estas tierras descienden desde los altos riscales de Tenteniguada-Caldera de Los Marteles y las mansas montañas de Cazadores-La Breña hasta el sonoro Atlántico, dejando tras de sí tierras de labradío en Las Vegas de Arriba (Tenteniguada, Las Vegas y Valsequillo) y la llamada Vega Mayor, en torno a la propia ciudad de Telde. Esta amplia superficie está salpicada de numerosos núcleos poblacionales que, en mayor o menor medida, han marcado la Historia Social y por ende Económica y Cultural de sus habitantes.
En el aspecto religioso la dispersión de la feligresía, en el pasado, hizo necesaria la construcción de lugares habilitados para el culto. De tal manera que pocos fueron los pagos, que no poseían ermita. Así se erigieron las de San Miguel Arcángel en la Vega de En Medio (actual Valsequillo de Gran Canaria); San Roque, junto al ramal del Barranco Real que baja de Valsequillo; la Inmaculada Concepción de Jinámar; San Antonio del Tabaibal; San José de Las Longueras; San Sebastián, hoy derruida, pero intacta hasta 1868, junto al Barranco Real, en frente mismo de la antigua Fábrica de Ron de Telde; Santa María de La Antigua, en el actual Barrio de San Francisco y San Gregorio Taumaturgo, en Los Llanos de Jaraquemada.
Las estructuras arquitectónicas de todas ellas siguen fielmente las directrices del llamado “Arte Mudéjar de Canarias”. Así, se desarrollan edificios rectangulares de entre doce a veinte metros de largo por cuatro o cinco de ancho (dimensiones aproximadas con algunas variantes). Las paredes, siempre de mampuesto, utilizan la “piedra viva” o sin tallar, unida a base de una argamasa, en donde el barro, la paja y la cal hacen de elementos aglutinadores. En la base, unos cimientos, que nunca superan el medio metro o los setenta y cinco centímetros de hondura. Según que van elevando las paredes, las piedras suelen ser de más pequeñas dimensiones, utilizándose no pocas veces, la toba volcánica y el cascajo o lava de idéntica procedencia por su mayor ligereza. Solo los vanos de puertas y ventanas son sostenidos por cantería gris o parda perfectamente labrada, ennobleciendo esos elementos arquitectónicos. El arco que sostiene la entrada frontal al edificio religioso suele ser de medio punto, salvo dos existentes, el uno en la antigua ermita de La Inmaculada Concepción de Jinámar, hoy rebautizada con el nombre de Casa del Ermitaño y la antigua portada principal de la anteriormente mentada Ermita de San Sebastián, en ambos casos se erigió el arco ojival o gótico, empleándose la dúctil cantería de toba volcánica para su realización.
La techumbre, es toda ella trabajada en madera, formando un artesonado de los denominados “de par y nudillo”. Al ser edificios de limitadas proporciones, no necesitaron de arco toral en el presbiterio. Todo ello se cubría, en el exterior, con tejas árabes de barro cocido. Completábase el edificio en cuestión con una habitación adosada a uno de sus lados que servía de Sacristía, cuyas dimensiones solían ser de tres por tres o de cuatro por cuatro metros. Los pisos de ambos recintos estaban realizados en losetas de barro cocido o de cantería.
En su interior, reinaba la más absoluta austeridad: en el paramento interior izquierdo, avanzado unos metros de la cabecera, se erigía en altura el púlpito, lugar éste desde donde el sacerdote daba la plática o sermón. Además, existía un pequeño confesionario de los llamados “de libro”, pues éste permanecía cerrado sobre sí mismo, hasta que por necesidades de confesiones se abría. También podíamos ver una pila para depositar el agua bendecida, un viacrucis de humilde factura y un retablo de madera, que tras el Altar Mayor presidía el pequeño templo. Aquél contaba con una o tres hornacinas, reservándose la principal para la Imagen de bulto redondo o de óleo sobre lienzo del Santo titular. En algún caso, se relegó a éste a un segundo puesto y se colocó en el principal una Imagen de la Santísima Siempre Virgen María, como fue el caso de la Ermita de San José de Las Longueras, presidida desde siempre por la Imagen de Nuestra Señora de La Encarnación (bellísima talla, cuya hechura en tierras de Flandes se limita a cabeza y manos, pues el resto, es decir los ropajes que la envuelven, siguen una técnica llamada “de paños engomados” (trapos, casi siempre de arpillera, que después de ser engomados con engrudo se le superpone una capa de escayola o yeso y sobre ésta toda la policromía).
En el caso particular de la ermita, hoy Iglesia Parroquial de la Inmaculada Concepción de Jinámar, su recinto se fue modificando a lo largo del tiempo y hasta varió de lugar. La primigenia ermita, simplemente era una habitación cuadrangular de techumbre plana, carente de ventanas y con una sola puerta dando al naciente. Al poco tiempo, se erigió otra ermita en frente de ésta de mayores dimensiones y mejores elementos constructivos (cabecera al naciente y fachada principal al poniente). A finales de los años cuarenta y principio de los cincuenta del pasado siglo XX, el VII Condes de la Vega de Guadalupe, don Fernando del Castillo y del Castillo (1891-1951) y su esposa doña María Teresa Rivero y del Castillo Olivares, se entregaron de lleno a la ampliación y más que notable mejora de la, hasta entonces, ermita concepcionista, contando para ello con los mejores labrantes o canteros de la Isla, radicados como es de sobra conocidos por todos, en el municipio norteño de Arucas. En el caso de este templo, debemos reseñar que en su interior se custodian dos imágenes de la misma advocación mariana: una primera, de muy pequeño tamaño realizada toda ella en madera policromada, que con toda seguridad data de los primeros años de la colonización castellana (ésta se realizó a partir de 1478-1483). La otra es una bellísima imagen de vestir que se expone para su veneración en el actual Altar Mayor.
Sobre la antigua ermita de San Gregorio Taumaturgo de Los Llanos de Telde, ya hemos hablado y escrito todo lo que allí aconteció, desde su primigenia fábrica, llevada a cabo por la familia Palenzuela hasta finales del siglo XVIII cuando fue demolida en parte para construir, según planos del arquitecto don Diego Nicolás Eduardo, el actual templo parroquial del más puro neoclásico. A aquellos anteriores artículos me remito para los que quieran ahondar sobre su Historia pasada y reciente.
En la finca de Las Salinetas, antiguamente perteneciente a la familia Martínez de Escobar y en la actualidad a la familia Gómez, existe una pequeña ermita-oratorio dedicado a Nuestra Señora de La Salud y a San Pedro de Alcántara. Aquella advocación mariana surgió a partir de un agradecimiento a Nuestra Señora la Siempre Virgen María por librar a los Martínez de Escobar del Cólera Morbo que asoló La Gran Canaria en el verano de 1851.
En la llamada Casa de La Condesa, Valle de Jinámar, se veneraba por igual a la Santísima Virgen, al Sagrado Corazón de Jesús y a San Fernando, este último Santo Protector de la familia de los Señores Condes de la Vega Grande de Guadalupe.
Para completar los edificios religiosos, hasta aquí reseñados, se labraban piezas de cantería, que servían para colocar a la vista y oídos de todos una pequeña campana. A este cuerpo rectangular con arco de medio punto que coronaba la fachada en su lado superior derecho, se le llamaba “espadaña”.
En el mismo orden de cosas, tenemos que ahondar en la bien arraigada tradición de los oratorios privados, los cuales solían estar integrados en los propios domicilios, siendo éstos una habitación más de los mismos. Los más notables fueron: El del Cortijo de San Ignacio de Loyola; el de García Ruíz dedicado a San Carlos Borromeo, el del Cortijo de La Hoya Aguedita, bajo la advocación de la Mártir Santa Águeda. y el que los Señores Marqueses del Muni levantaron justo en frente de su mansión solariega en la Finca de Las Cruces, para conmemorar de forma Perpetua el llamado Milagro de la Cruz, del que ya he hablado en alguna que otra ocasión.
En esa misma línea y sirviéndose de dispensas episcopales, tenemos noticias de otros tantos oratorios, que si bien no tuvieron tanta notoriedad como los anteriores, sí cumplieron con las funciones establecidas canónicamente para éstos, nos referimos al de la casa solariega de los Bascarán-Manrique de Lara en el Bailadero, Hoya de San Pedro Mártir de Verona; el de la familia Ruíz de Vergara en el llamado Palacio o Casa-Palacio de los Condes de la Vega Grande; también y no muy lejos de allí, el que existió en la casa de Cristóbal García del Castillo, a la entrada misma de la Ciudad y que poseía el magnífico tríptico de pincel de Lambert Lombart, hoy en la Basílica de San Juan Bautista.
Además, tenemos noticias orales de la existencia de los siguientes oratorios: en la casa de Los Ruíz-Azofra, frente a la Alameda de San Juan; en el domicilio particular de los señores Quintana Zumbado, en la calle de La Cruz, hoy Licenciado Calderín.
Y, en el Barrio de Los Llanos, tuvieron oratorios privados algunas familias como: los Pérez-Azofra y el matrimonio Betancor-Monzón.
Asimismo, debemos rescatar del olvido la gruta o cueva artificial que Maestro Pancho Ortega erigió para regocijo de su esposa, doña María de los Ángeles, y que contenía en su interior una escultura de la Santísima Virgen de Lourdes. Don Miguel Medina Quintana, en su domicilio de la calle Nueva, poseía un Altar dedicado a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, representada por tres magníficas tallas: Un Crucificado de bulto redondo y un San Juan Evangelista, acompañando a la Santísima Virgen de Los Dolores, éstas dos imágenes de las denominadas “de vestir”.
En muchísimas casas de la Ciudad de Telde y su comarca, no faltaron los altarcillos dedicados al Sagrado Corazón de Jesús, advocación que se hizo popular a partir de la proclamación de Éste por Alfonso XIII como Rey Celestial de España, hecho que tuvo lugar en el Cerro de los Ángeles el 30 de mayo de 1919, coincidiendo con el día de San Fernando Rey. Se presentaba la Imagen del Sagrado Corazón de Jesús de dos maneras, de pie o sentado sobre su trono. Lo que no variaba era cómo una de sus manos bendecía al feligrés y la otra sujetaba su corazón.
La popularidad del Sagrado Corazón de Jesús fue tal que pronto se hicieron de latón o plata unos medallones en alto relieve y muy pequeñas dimensiones, que eran colocados en las puertas principales de las casas, éstos fueron los famosos “detente”, advertencia para que Satanás no osara a invadir la casa del buen cristiano.
Las urnas transportables o capillitas alcanzaron notoriedad a partir del Concilio de Trento (1545-1563), cuando la Iglesia Católica, Apostólica y Romana se propuso arraigar el sentimiento mariano entre sus fieles, cuestión ésta de la que hizo bandera contra las herejías de los Protestantes (Luteranos y Calvinistas).
¿A qué llamamos capillitas? Son muchos los que dirán, ésto no necesita explicación del Cronista, pues en casa de mi abuela o de mi madre veíamos, con frecuencia mensual, “llegar a La Virgen”.
Una caja de madera de forma rectangular y desarrollada en vertical guardaba en su interior una imagen de la Siempre Virgen, pero también podrían estar dedicadas a otros Santos y advocaciones, esto último se sigue manteniendo en la Parroquia de San Isidro de La Pardilla, cuya capillita celebra a la Gloriosa Sagrada Familia de Nazaret y también en El Calero en donde de esa forma se venera a Nuestra Señora de Fátima.
Completábase ese altarcillo móvil, con un cristal que dejaba a buen resguardo a la susodicha Imagen, además de una puertecilla dividida en dos hojas, en donde, a veces, se adosaba alguna que otra jaculatoria u oración. En la parte posterior, sobre papel, se exponía un listado de las personas que formaban parte del recorrido domiciliario. La capillita podía permanecer en las diferentes casas entre veinticuatro a cuarenta y ocho horas, pero las había de una semana o diez días. Sobre este tema en cuestión, hemos escrito largamente en otros artículos, a ellos me remito para mayor conocimiento.
En el Barrio de San Juan, las capillitas fueron dos: una dedicada a La Milagrosa, cuyas custodias eran las hermanas de San Vicente Paul del ya extinto Hospital de San Pedro Mártir y Santa Rosalía. La otra, era la llamada Del Sagrado Corazón de Jesús, cuya custodia corría a cargo de doña Clara Bethencourt de Medina. En el conventual Barrio de San Francisco, la capillita estaba dedicada a Nuestra Señora de Los Ángeles y su custodia era doña Magdalena Suárez Navarro. En el sector de Los Llanos, al ser más amplio, también hubo necesidad de poseer un mayor número de capillitas, entre las más antiguas estaba la del Sagrado Corazón de Jesús, la de Nuestra Señora del Carmen y la de San Antonio de Padua. A partir de 1948, las Hermanas Salesianas establecieron la de María Auxiliadora y, doña María Luisa Calatrava Páramo, gran devota de la Santísima Virgen el Perpetuo Socorro, mandó a hacer un hermoso cuadro de Nuestra Señora del Buen Suceso para la parroquial de San Gregorio Taumaturgo, y a su vez, una capillita de la misma advocación mariana, que recorría no pocos domicilios particulares de nuestro querido barrio natal.
Para concluir nuestra disertación sobre estas muestras devocionarias, haremos un alto en los llamados “altarcillos festivos o procesionales”: éstos fueron abundantes en todos los barrios de nuestro municipio y de forma especial en Los Llanos de San Gregorio, San Juan, San Antonio del Tabaibal-La Pardilla y El Calero. Principalmente se erigían para ser estación de “reposo o descanso” del Santísimo Sacramento del Altar, cuando la Hostia Sagrada portada por el Sacerdote en una espléndida Custodia, salía por las calles y plazas, celebrándose así la festividad de El Corpus Christi. En los Llanos fueron famosos esos altares, sobre todos los que realizaba doña Lala (Candelaria) Monzón Santana, doña Cristo Bethencourt y don Antonio de La Coba, doña Rosario Santana Sarmiento, la Comunidad Salesiana y doña María Jesús Herrera.
Algunas veces cambió dicha procesión su itinerario pasando por delante de la escuela Pública que regentaba doña Isabel Casañas, que como no, con la muy estimable ayuda de sus alumnas, levantaba un hermosísimo Altar, como también lo hacía el regidor del colegio público masculino de la calle Gago Coutinho.
A diferencia de otras ciudades y pueblos de nuestro Archipiélago, en Telde, la mayor parte de todos los actos devocionales aquí expuestos, se han perdido y hoy solo quedan arraigados en la endeble memoria.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.






















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