El astuto profesor de Filosofía queriendo captar nuestro interés por la disciplina, que nos explicaba tres veces por semana, insistía una y otra vez: El ser humano, desde que tuvo consciencia de ser tal, no dejó de preguntarse quién era, de dónde venía y a dónde iba. Nosotros, jóvenes inquietos, poníamos cara de circunstancia, haciéndole creer que nos interesábamos en su más que larga exposición. En verdad, la mente la teníamos en otro lugar bien distinto, concretamente en el patio del recreo, ya que para mayor desgracia sus horas docentes precedían esa codiciada media hora de asueto estudiantil. Según pasaban los años y nos enfrentábamos a las diversas situaciones de nuestras particulares existencias, sentimos una, cada vez mayor, admiración por el Padre Matías, sacerdote que fue de San Isidro Labrador de La Pardilla y también capellán de la cárcel de Barranco Seco y con posterioridad del Salto del Negro.
Cada día, al llegar al aula, perfectamente trajeado con chaqueta y estridente corbata, se paseaba ante nosotros recorriendo el espacio existente entre el encerado y la primera fila de pupitres. Con cierta altivez, no libre de picardía, nos hacía la siguiente pregunta: Nenitas, nenitos, ¿quién es el profesor más elegante de este instituto? Y nosotros a coro y en voz alta respondíamos, ¡El padre Matías, el Padre Matías! Siguiendo la broma tomaba actitud de torero y daba unos pases a diestra y siniestra, mientras la chiquillería alborotada decía: ¡Ole, ole! Y él, lleno de gozo ponía el dedo índice sobre sus labios y nos decía: ¡Más bajo, más bajo, que nos van a llamar la atención! Cuando ya nos tenía en el bolsillo, cogía su libro de Ciencias de la Educación y ahí se explayaba entre la Filosofía, la Psicología, la Sociología y la Pedagogía. Era todo un personaje y gracias a él y a su método infalible de enseñanza, nos metió el gusanillo de búsqueda incansable de la verdad y la justicia social.
Sirvan estas palabras autobiográficas como inicio al artículo ¿Quo vadis Telde? En donde nos interrogamos más de una vez a dónde va nuestra querida ciudad.
El 24 de junio de 1478, las tropas castellanas que arribaron a las playas bautizadas entonces como de Santa Catalina, sabían a qué venían. Días atrás, habían partido de las costas andaluzas ese puñado de hombres de diferentes lugares de la Península Ibérica. En común, tenían muy pocas cosas, aunque a todos los animaban las ansias de conquista y posterior colonización de la Isla de Canaria. Con el tiempo, la sociedad insular nacida del mestizaje entre europeos, aborígenes, bereberes y negros africanos (Libres los unos y esclavos los otros), crearon una sociedad multicultural en la que los primeros fueron ganando terreno hasta aniquilar culturalmente a los segundos y terceros.
En la primavera-verano de 1483, habían llegado a la Vega Mayor de Telde, cientos de hombres pertenecientes a la Real Hermandad de Caballeros de Andalucía, comandados por un puñado de capitanes, tales como: Pedro de Santiesteban, Ordoño Bermúdez, Hernán y Cristóbal García del Castillo, los hermanos Palenzuela, Juan Inglés, Bartolomé de Zorita, Pablo de Matos, etc. Todos ellos decididos a hacer suyas las aguas y tierras de este lugar. Tan pronto asentaron su campamento, erigieron una pequeña fortaleza de tapiales almenados, hecha a base de piedras, barro y cal, aprovechando el lugar estratégico en donde, años atrás, se había levantado la llamada Torre de piedra parda (Aún hoy queda restos de esos paramentos a lo largo de la antigua Calle del Osario, hoy de Chil y Naranjo, junto a la Basílica Menor de San Juan Bautista). Pronto, muy pronto, establecieron los ejes primigenios del futuro desarrollo urbano: Calle Real (Hoy Juan Carlos I-León y Castillo); Calle de La Cruz (Actualmente Licenciado Calderín); Calle Del Conde (Hoy Conde de la Vega Grande), a las que añadieron otras rúas de menor tamaño que, en el presente se llaman: Ciega, Julián Torón, Montañeta, Sabandeños, Doramas, Duende, Comandante Franco (Antigua acequia de Finollo) y Placetilla.
Los fundadores de la nueva ciudad castellana tenían bien claro de dónde partían y a dónde querían llegar, tanto desde el punto de vista urbanístico como social y económico, de ahí que al desarrollo de la ciudad viniera aparejado el cultivo de grandes extensiones de caña de azúcar y a la par, la edificación de hasta nueve ingenios azucareros. El Telde de entonces, respondía a las necesidades de una sociedad, cuya base económica estaba en las explotaciones agropecuarias, siguiendo, eso sí, el esquema tradicional de las urbes castellanas, contando con tres barrios bien diferenciados: San Juan, reservado a las grandes fortunas y a los cristianos viejos; San Francisco, con cristianos nuevos, en su mayoría artesanos (Sería como una judería sin judíos) y Los Llanos de Jaraquemada (También llamado de San Gregorio o Barrio de Berbería), lugar de hacinamiento de esclavos berberiscos y negros.
A lo largo de los siglos, la ciudad fue creciendo paulatinamente sobre tierras no aptas para el cultivo, por ser zonas de malpai o malpaís o lo que es lo mismo, mares de lava y picón (Léase aquí el desarrollo urbanístico sufrido en Los Llanos por El Cascajo de Santo Domingo y el Roque, así como la Cuesta del Valle y zonas limítrofes a la Plaza de Arauz, hoy Parque Franchy Roca y en el pasado de León y Joven).
Es cierto que, en la segunda mitad del siglo XVIII, durante todo el XIX y gran parte del XX, las calles y callejones, estos últimos muy abundantes, complicaron la trama vial de la segunda ciudad en importancia de Gran Canaria. Telde, en esos tiempos, tejió una complicada red vial más parecida a una tela de araña que a una obra de Mondrian, cuya característica principal está en rectilíneas que se cruzan formando cuadrados y rectángulos.
A finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, el matrimonio formado por don Santiago Ascanio y doña Rafaela Manrique de Lara llevan a cabo, con el visto bueno del M.I. Ayuntamiento de la ciudad, una urbanización conocida como de Ascanio, que para los teldenses señalaremos que se trata de todas las calles que están por debajo del Colegio de María Auxiliadora (Que por cierto celebra este próximo año el 75 aniversario de su apertura). La idea era crear una zona de crecimiento expansivo de los viejos limites de la ciudad, eligiendo para ello el tan socorrido damero. Tres calles correrían de oeste a este: Picachos, Secretario Guedes Alemán, María Auxiliadora y Sor Concepción Suarez y otras tantas de norte a sur como: Navarra, Argentina, Andrés Manjón. Reservando solares para cubrir necesidades económicas y culturales, (Léase: el teatro de la ciudad (hoy Edificio Albert), su limítrofe Plaza de doña Rafaela Manrique de Lara, el llamado Mercado Municipal (Hoy Casa de la Juventud) y el Grupo Escolar León y Castillo, junto al gran estanque de Los Picachos.
Llegada la década de los sesenta, don Juan Mayor lleva a cabo el segundo polo de desarrollo urbano de la ciudad de Telde, la llamada Urbanización Mayor, con calles como: La de Fernando González y otras adyacentes. Al mismo tiempo, en el Barrio de Abajo, el Estado había adquirido la Finca de El Quinto, en donde se promovieron casas de protección oficial para funcionarios públicos municipales, además de la Casa-Cuartel de la Guardia Civil. Asimismo, el Ejército del Aire crea su colonia para familias de suboficiales. A todo ello se le va a añadir la segunda sede del Instituto de Enseñanzas Medias y el primer Polideportivo de la Ciudad. Años mas tarde llegaran los Juzgados, Telefónica - Correos y Telégrafos.
Hasta entonces, todo era previsible. Pero en los setenta se le exige al municipio de Telde dos esfuerzos urbanísticos para los que no estábamos preparados. Sin aumentar plantillas en empleados públicos para cubrir la demanda de la nueva situación social, se nos impuso la realidad social y económica de dos polígonos residenciales, que no venían a solucionar problemas municipales, sino mas bien los de Las Palmas de Gran Canaria. Nos referimos, claro está, a Las Remudas y al Valle de Jinámar (En total, algo más de 30.000 habitantes).
La costa vio surgir, desde principios de los sesenta, numerosas urbanizaciones que agredieron notablemente el paisaje litoral teldense. Si a todo ello sumamos la construcción, en muchos casos irregular, de todos y cada uno de los barrios teldenses, ésto llegó a convertirse en territorio apache.
Ahora, este Cronista se pregunta ¿Quo Vadis Telde? ¿Por qué no tenemos aún hoy un Plan General, que se está dilatando tanto en el tiempo como el acuerdo entre el Reino de España y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda de Norte para un nuevo estatuto sobre Gibraltar? ¿Es tan difícil aprobar de forma definitiva, sin intereses políticos-económicos mezquinos dicho Plan General? Para ello, sólo deberíamos tener en cuenta su viabilidad técnica, señalando de forma inequívoca a donde vamos, para así lograr la ordenación ideal del territorio municipal. Pues la realidad nos dice que hasta ahora todos, absolutamente todos nos prometen cada cuatro años que veremos nacer a la criatura tras un parto de dilatadas fechas. Pero lo cierto es que pasa el tiempo y pasan los políticos locales y nada nos hace presumir que la llegada de ese Plan General esté cerca.
Como tampoco está cerca la apertura del Centro de Interpretación y Acogida de Visitantes de la Casa de los Sall, el Museo del Agua de la Noria de Jinámar, el traslado del torreón que hoy impide el trafico fluido por el nuevo Puente de San José de las Longueras, la puesta en marcha de la Comisión de Patrimonio Histórico Artístico, la solución definitiva a los ensanches de las carreteras urbanas de La Pardilla-San Antonio o de Melenara-Casas Nuevas-El Calero-La Fonda. Y así un listado, que por no ruborizar a los que tienen mando y gobierno, me ahorro en enumerar. Basándome en un dicho que un astuto ciudadano me dijo una vez: Don Antonio, si usted quiere que algo no se haga, pídalo. He comprobado que para que salga delante algún proyecto, lo mejor es que el Cronista no se preocupe de él.
Sea como sea, aquí he ejercido, una vez mas mi derecho constitucional al pataleo, esperando que, al menos, cause cargo de conciencia para aquellos que cobran de nuestro erario publico buenos sueldos y que muchas veces no han estado a la altura de esta histórica ciudad.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.6