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Domingo, 05 de Octubre de 2025

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Puente de los Siete Ojos/TA. Puente de los Siete Ojos/TA.

Todo un símbolo para nuestra ciudad: el Puente de los Siete Ojos

direojed Miércoles, 13 de Julio de 2022 Tiempo de lectura:

Leyendo nuevamente a Leonardo Torriani, el ingeniero cremonés (Cremona [Italia], 1560 – Coímbra [Portugal], 1628), que enviara a estas Islas su Majestad Católica don Felipe II, me he situado en el Telde de finales del siglo XVI. El objeto de mi lectura no es otro que el libro Descripción e historia del reino de las Islas Canarias, compendio de saberes y conocimientos que este personaje acumuló durante su estancia en este Archipiélago en el año de 1588.

 

En el capítulo concerniente a la Ciudad de Telde, nos dice que ésta está situada frente a dos poblaciones aborígenes que llaman Tara y Cendro, pero lo más notable es que habla de un supuesto río. Y he aquí que el otrora flujo continuo de agua, con el devenir de los tiempos, se ha convertido en seco cauce de barranco. No sabemos que nombre recibió cuando las aguas procedentes de fuentes y manantiales corrían, más o menos presurosas, hacia el cercano Atlántico. Lo cierto es que en los documentos más antiguos de la Ciudad, ya se le da el nombre de Barranco Real. Quienes hemos vivido en sus márgenes, sabemos de su proverbial mansedumbre en épocas de sequía y su bravura sin límites cuando la pluviometría se hace abundante.

 

Sobre el antiguo camino que unía nuestra urbe con la capital de la Isla, el ingeniero don Juan de León y Castillo diseñó la nueva carretera, eso sí, evitando curvas innecesarias, suavizando pendientes y atravesando pequeños cauces de barrancos y barranqueras, así como evitando en lo posible los acantilados y demás impedimentos geológicos: saliendo de Las Palmas de Gran Canaria, en un tramo rectilíneo desde Las Tenerías hasta las inmediaciones de La Laja, salvando algún que otro escollo, se llegaba a un túnel excavado en duro basalto para dejar atrás la Mar Fea y, barranco arriba, hasta acercarnos a la vista del Valle de Marzagán-Jinámar al que descenderíamos. Dejando atrás la antigua ermita de La Inmaculada Concepción, ir ascendiendo paso a paso hasta llegar al piconero (picón, jable o lapilli) paraje de la Cruz de La Gallina, y tras una cerrada curva, plantarnos en la espléndida Vista de Telde, aquella que hizo exclamar a la británica Olivia Stone ¡En Telde parece que se había volcado el carro de La Primavera! Es cierto, la frondosidad de la Vega Mayor con cientos de palmeras barriendo el cielo y el manto esmeralda de su platanal, cautivaba a todos nuestros visitantes. Fue un poeta quien dijo: Como perla perdida en medio de un mar de esmeraldas/ te diviso a ti, Telde ¡Oh, Jerusalén de Canarias!

 

Superado el momento, llegamos al lugar conocido por La Primavera y en solo unos minutos ya estamos a los pies mismos de Cendro. Hasta la segunda mitad del siglo XIX, los viajeros se veían abocados a cruzar el cercano barranco atravesando su cauce de arena y callaos, para acceder a las puertas mismas de una ciudad, que por hospitalaria y acogedora, nunca tuvo ni puertas ni murallas.

Fue entonces cuando se licitó la magna obra del Puente de los Siete Ojos, complemento esencial para concluir la nueva vía que ya comunicaba las dos ciudades más importantes de la Isla: Las Palmas (Ahora Las Palmas de Gran Canaria) y Telde. Tal alarde de ingeniería fue confiado al mismo artífice del resto de la infraestructura viaria, don Juan León y Castillo. Este ingeniero de Caminos, Canales, Puertos y Señales Marítimas se había implicado sobremanera en dichas obras públicas, conscientes de que éstas abrían un futuro muy prometedor al terruño de sus ancestros familiares.

 

Así, trazó nuestro puente por antonomasia, que al contar con siete ojos, se convertía en el de mayor longitud de Canarias. Con exquisita maestría lo dota de perfiles terminados a base de cantería gris de Arucas, tanto en las dovelas de los arcos como en los pilares y contrafuertes, así como en los muros de la balaustrada superior. Los que tengan más de cuarenta años, tal vez recordarán que el puente poseía una sola y estrecha vía, por lo que los que lo cruzaban dirección norte o sur debían esperar a los del lado contrario, formándose al efecto grandes colas. Ya en los ochenta del pasado siglo XX, una modificación en su estructura ensanchó el mismo, habilitándolo para el doble sentido circulatorio. La ampliación en cuestión se hizo con un añadido adosado por su parte oeste, y como era menester, se tomó el hormigón armado como material constructivo. Entonces, y ante las protestas generalizadas de la población, se nos calmó, prometiéndonos que el adefesio surgido tras dichas obras se cubriría de placas de cantería, dejándolo con una aparente normalidad artística e histórica. Todavía hoy esperamos que el Cabildo de Gran Canaria cumpla con las promesas de aquel entonces.

 

En ese derroche de generosidad, transmitido de palabra, pero jamás escrito en documento oficial alguno, se nos comunicó que a lo largo del puente y en su parte superior, junto a las dos aceras peatonales, se situarían ocho o diez luminarias de estilo fernandino para dar mayor prestancia a la entrada de la Ciudad. Ya en el 2000, el M.I. Ayuntamiento, vino a colocar unos puntos de luz que cumpliendo con su función, éstos distan mucho del estilo y calidad que el Cabildo había anunciado en su momento. Asimismo, y ésto hay que agradecerlo, se colocaron siete focos, uno por ojo, que venían a resaltar la belleza arquitectónica del lugar. Después de un tiempo sin que aquellos fueran encendidos, los hemos visto de nuevo dando luz con los colores de la bandera LGTBIQ +, cuestión ésta que aplaudimos toda vez que ha servido para concienciar a la ciudadanía de una realidad social y de un valor histórico-artístico de gran calado.

 

Este Cronista se atreve a pedir, que tras los cambios pertinentes, estos focos sigan iluminando los siete ojos de nuestro puente, como ya lo hicieron de forma permanente, en el pasado. Asimismo, no estaría de más que el Cabildo o el Ayuntamiento en estrecha colaboración, subsanen el déficit de la iluminación vial, rescatando el antiguo proyecto de las luminarias históricas.

 

Enriquecer el aspecto general de este símbolo de la Ciudad, es tarea que no podemos dilatar más en el tiempo. Todas las ciudades que tienen la suerte de contar con ese tipo de infraestructuras le prestan atención de forma particular y hacen de estos espacios puntos referenciales de su devenir histórico. Nuestra ciudad ha utilizado y sigue utilizando como icono referencial al ya tantas veces mentado, Puente de los Siete Ojos. Así, en carteles anunciadores de fiestas, anagramas de papelería, fondos de escenarios y pins…

 

Algunos grandes pintores insulares, tales como Alberto Manrique, Elías Marrero y algo antes, José Arencibia Gil, lo han hecho suyo en numerosas acuarelas los primeros y óleos sobre lienzos el último. El notable escultor grancanario, afincado en Leganés (Madrid) Luis Arencibia Betancort, lo plasmó en alguna de sus obras, tanto en grabados como en esculturas, muestra de ello la tenemos en el gran panel de alto relieve, existente junto a la antigua sede de la Policía Municipal, en el Barrio de San Juan. En éste, el artista plástico queriendo rememorar la historia de la ciudad, asoma sobre un acantilado a un aborigen canarii y pone ante sus ojos varias imágenes del Telde del pasado y del presente: Junto a un notable palmeral surgido entre fincas y más fincas de plataneras, emergen por doquier construcciones tales como: la Iglesia de San Francisco, de San Pedro Mártir, San Juan Bautista y San Gregorio; acompañando a éstas los restos del ingenio azucarero de Los Picachos y como no, el Puente de los Siete Ojos, que con su noble silueta es todo un canto al desarrollo económico y social de nuestra ciudad.

 

Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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