Statistiche web
El tiempo - Tutiempo.net
695 692 764

Lunes, 15 de Diciembre de 2025

Actualizada Lunes, 15 de Diciembre de 2025 a las 21:41:29 horas

Lavaderos en la finca de Arnao en una imagen de 1927/Archivo. Lavaderos en la finca de Arnao en una imagen de 1927/Archivo.

Arnao, tan lejos y tan cerca

direojed Jueves, 17 de Febrero de 2022 Tiempo de lectura:

(A la memoria imperecedera de toda una dama: Sisita Pastrana de la Coba)

Hace ya una treintena larga de años, cuando este Cronista estrenaba su vida profesional como docente del Colegio San Ignacio de Loyola de Las Palmas de Gran Canaria, tuvo una experiencia que recurrentemente llega a mi mente, un día y otro también. Me encontraba en el aula de 8º A de EGB, explicándoles a mis cuarenta y dos alumnos la posición exacta del Archipiélago Canario. Señalándola en un amplio Mapamundi que colgaba sobre la verde pizarra. Repetí hasta la saciedad que no debía extrañarnos del más que posible problema identitario de los canarios de antes y ahora: geográficamente, nuestra tierra es africana. Y a pesar de nuestra más que evidente mezcolanza, somos europeos, aunque culturalmente seamos producto de Europa y América.

 

Con una regla en mi mano, señalaba la posición exacta de nuestro archipiélago, haciendo ver a mi expectante auditorio como sólo ciento y pocas millas marinas nos separaban del cercano Continente Africano. Después, marcaba el trayecto que desde Canarias nos llevaba a las costas gaditanas y por ende al resto de nuestro país. Señalándoles entonces que 1.500 km., aproximadamente, nos distanciaban.

 

Queriendo comprobar que mis alumnos habían estado atentos y habían entendido mis explicaciones, llamé al encerado a uno de ellos, concretamente al que tenía ganada fama de ser el más inteligente. Le pregunté: A ver, Albelda, ¿Qué está más cerca de Las Palmas de Gran Canaria, Agadir o Cádiz? Y él sin pensarlo dos veces me dijo: ¡Por supuesto que Cádiz! Queriendo darle una segunda oportunidad le dije: A ver, céntrate ¿Qué está más cerca de nosotros Rabat o Madrid? Y el avispado alumno me espetó: ¡Por supuesto que Madrid! Yo no salía de mi asombro, pues ¿Cómo era, que el mejor alumno de la clase hubiese errado dos veces consecutivas? Con cierto dogmatismo en mis palabras, le corregí los errores cometidos y él, con sólo catorce años de edad, me dio una de las mayores lecciones de mi vida. Entonces, fue cuando me dijo: Don Antonio, ¿Es que usted no sabe que hay distancias en el tiempo y en el espacio que no se miden ni con horas ni con metros, sino con el corazón? Y asombrado por tan lógica respuesta, tuve que admitirle que estaba en lo cierto. Efectivamente, la Península Ibérica, Ceuta, Melilla y Las Baleares siempre estarían más cerca que cualquier país africano.

 

Llegados a este punto, deseo reseñar para ustedes, queridos lectores, algo que me aconteció en el día de hoy. Estaba acabado de levantarme de dormir, cuando sentí que me había entrado un mensaje de whatsapp. Lo dejé estar hasta que empezaron a sonar, repetidas veces, otras entradas. Al tomar el móvil, marqué para verlos y pude comprobar como el primero de ellos me lo enviaba mi buen amigo y vecino Antonio Santana Rivero. Pues bien, al mirarlo me sorprendió muy gratamente su contenido: Media docena de instantáneas alusivas a otras tantas antiguas estampas teldenses, que, irremediablemente, me llevaron a los años sesenta del pasado siglo, concretamente a la ya extinta Finca de Arnao, que recibiera tal nombre de un escribano público del siglo XVI llamado don Antonio de Arnao.

 

Algunas de las personas que lean ésto se preguntarán si realmente tiene tanta relevancia esa propiedad agrícola, como para dedicarle un artículo. Rápidamente les contesto con un sí tan rotundo como me permite mi memoria.

 

La gran Finca de Arnao, una de las más bellas y productivas de la Vega Mayor de Telde, tenía unos límites bien precisos. Situada entre el Barrio de Los Llanos de San Gregorio y el núcleo fundacional de Telde, actuales barrios de San Juan y San Francisco, se asemejaba a una enorme esmeralda engarzada en medio de nuestra geografía urbana. Sus linderos estaban entre la hoy Avenida de la Constitución, antes Calle General Franco, mucho antes Calle del Molinete o Molinillo, y las Calles Pérez Galdós, Ciega, León y Castillo, Roque. Siguiendo por la hoy Calle de Patricio Pérez Moreno, hasta el final de las Calles Cervantes y Cruz de Ayala.

 

Al principio (siglos XVI-XVII-XVIII y buena parte del XIX) fue una sola propiedad perteneciente al mayorazgo de la familia Del Castillo, pero dividida con posterioridad entre varias ramas de esa saga, disminuyó su extensión primigenia en un tercio. Nuestro relato tendrá como objetivo esos dos tercios que formaban su montante principal. Según me informa el anteriormente mentado Antonio Santana Rivero, confidente y cómplice en estos menesteres, Arnao no siempre fue un vergel, pues parte de su superficie era un cascajo de malpaís o malpai (Llámese así al resultante lávico de una antigua erupción volcánica. Un ramal de antigua lava que nacía muchísimo más arriba, desarrollándose en lo que llamamos El Cascajo de Santo Domingo y se haciéndose presente en las notables fumarolas o roques, allí existentes, que, a la larga, le dieron nombre a aquel topónimo teldense).

 

Se preguntarán ustedes cuándo se obró el cambio, rápidamente paso a darles los datos. Según me cuentan la familia Castillo, a la que ya nos hemos referido como propietaria del lugar, quiso trocar el aspecto general de su finca y sacarle una mayor productividad. Así se dispuso que unas carretas movidas por grandes bueyes trajeran del algo alejado Punto Fielato (entre El Ejido y el principio de la Cuesta del Valle) centenares de toneladas de la mejor tierra de cultivo. Con paciencia y perseverancia, fueron volcando los contenidos de los carromatos sobre el malpaís. Antonio Santana que se enorgullece con mucha razón, que fue su bisabuelo don Antonio María Rivero y su abuelo don Antonio María Rivero Alzola (1880-1961), quienes dirigieron y participaron en dichas operaciones. Como resultado de ellas se habilitaron unas cuantas decenas de fanegadas para el cultivo de regadío.

 

Al mismo tiempo, se arrancaron de cuajo centenares de tuneras (nopales), que hasta ese momento habían servido para la cría y desarrollo del parásito conocido popularmente como cochinilla. Rotulada de nuevo la finca a lo ancho y a lo largo, se dispusieron cuadras o bancales muy poco diferenciados en cuanto a las escalonadas alturas, propiciando el cultivo del tabaco y mayormente de la platanera. También mi informante me reseña que a mitad de los años cuarenta y cincuenta, la Familia Condal trajo de La Gomera a unos isleños, expertos en conseguir guarapo (especie de miel líquida, que debidamente fermentada se toma como bebida alcohólica). Tuvo que ser alta la producción de tal elixir, porque más de medio centenar de palmeras nacían por doquier en esta más que hermosa propiedad agrícola.

 

Completábase esta finca con varios edificios de muy diferentes facturas, tal como exigían sus usos: En primer lugar, destacaremos una vivienda unifamiliar de dos plantas con bellísimo jardín a su alrededor que, por poseer, poseía hasta una charca artificial en donde una colonia de patos hacía las delicias de sus propietarios y visitantes. Ésta es la llamada Casa Grande, ya que tenía dos pisos y ocupaba una superficie de más de trescientos metros cuadrados. La otra construcción relevante va a ser El Secadero de tabaco, con posterioridad, remodelado como casa de los administradores de la finca. Le siguen en importancia un almacén para toda suerte de usos, entre los que se encontraba el resguardo del grano, la paja y la alfalfa tan necesarios para el alimento de los animales. También varios establos que guarecían numerosas vacas, algún que otro toro y otros tantos becerros. Asimismo, había un redil para guardar cabras y ovejas; conejeras, palomar, gallineros y una gran superficie vallada de más de quinientos metros para toda suerte de animales. Arnao contaba con un pozo para extracción de agua con un más que importante caudal. Éste estaba situado exactamente en lo que hoy es la esquina de la calle Inspectora Farmacéutica doña Pino Suárez con la Avenida del Cabildo Insular.

 

No todo fue positivo en Arnao. Como la vida misma, la finca conoció momentos alegres y trágicos, de éstos últimos señalaremos la verdadera historia de la llamada Higuera maldita de la que nadie se atrevía a comer fruto alguno, a pesar de que ésta los ofrecía en abundancia, tanto en forma de brevas como de higos. La razón no era otra que en ese árbol, hacía muchos años, se había colgado hasta morir un hombre. Según las buenas y malas lenguas de la ciudad toda, el pobre infeliz no pudo soportar las más que evidentes infidelidades de su esposa y las burlas continuas que sobre sus cuernos hacían amigos y enemigos.

 

La Finca de Arnao sólo se podía observar desde las azoteas de los numerosos edificios que, a manera de corona, la circunvalaban. Así, los antiguos alumnos del Colegio Labor la recordarán, puesto que desde el pasillo corredor superior, se le podía echar un buen vistazo. Asimismo, la propia tapia que separaba el Colegio de la propiedad agrícola tenía una destartalada puerta por donde nos colábamos más de una vez. La Acequia Real, que entraba al casco urbano a la altura del antiguo Molino del Conde, iba marcando su límite Oeste-Sur y en su prolongación por la calle del Abrevadero, dicho cauce hídrico separaba a esta vía del rico platanal. La chiquillería gustaba de escalar el alto tapial y desde allí saltar dentro de la finca. Esa parte de la misma, conocida como Finca del Molino, del Molinete o Del Molinillo, fue convertida, a principio de los años sesenta del pasado siglo XX, en la Urbanización Mayor, en referencia a don Juan Mayor Falcón, su propietario y promotor (En realidad fue bautizado en el Estado de Carabobo, Venezuela, como Francisco Gonzalo. Hijo de don Juan Mayor Alonso y doña Leonisa Falcón Croissier. Al llegar a Telde con sus padres desde esa república hispana, los teldenses les empezaron a llamar Juanito, en referencia a su progenitor, y Juan se quedó). Aquí debemos añadir, según nos confirma mi excelente amigo Juan Ramón Mayor Castro, que a golpe de tractores y cientos de camiones toda la tierra sobrante en la ya mentada finca fue transportada a las inmediaciones del Barranco Real de Telde, concretamente para la ampliación y mejora de la Finca de Santa María, a los pies mismos del Altozano de San Francisco. Así se cubrió parte de dicho barranco por concesión administrativa.

 

La entrada principal de la Finca de Arnao era todo un misterio para la mayor parte de los teldenses. Me explico, estaba tan bien situada que pocos conocían ese acceso. De ahí el título del presente artículo. La Finca de Arnao estaba, no cerca, sino cerquísima de todos nosotros, pero al mismo tiempo lejos de la vista de la mayoría. En el tramo bajo de la actual Avenida de la Constitución, entre la casa de don Pedro Monzón Vega y la de don Juan Monzón Santana existía una estrecha calle sin asfaltar, junto a un estrecho solar al descubierto y parte de la Acequia Real. Si avanzábamos unos cien pasos, aproximadamente, dirección noroeste, sobre un pavimento de picón negro, llegábamos a una entrada porticada en el que dos columnatas de cantería gris custodiaban una amplia puerta de madera e hierro pintada de color verde. Ahí estaba el comienzo de una de las propiedades agrícolas más bellas del entorno teldense.

 

Yo la conocí bastante bien, gracias a la amistad de mis padres con el matrimonio que habitaba en su casa principal, formado por doña Felisa (Sisita) Pastrana de la Coba y don Sebastián (Chano) Álvarez Jiménez y sus hijos, mis queridos amigos, Mari-Carmen, Chanito y Juan Diego. Éstos, para mí privilegiados teldenses, vivían en medio de este frondoso platanal, en que mis sueños infantiles y juveniles de llegar a conocer países de feraces naturalezas se hacían realidad, cada vez que los visitaba.

 

A las cinco en punto de la tarde, el pequeño campanil que colgaba de una rama de la alta araucaria, que presidía el patio del Colegio María Auxiliadora, con su tañer acababa de marcar la finalización de la jornada escolar. Sor Cecilia, nuestra maestra salesiana, nos invitaba a recoger nuestro escaso material escolar. Tras unos segundos de revuelo, automáticamente nos poníamos de pie. Nos cruzábamos de brazos e inmóviles mirábamos al crucifijo que pendía de la pared sobre la negra pizarra. Era el momento del recogimiento y la oración final. Después, salíamos del aula en fila india hasta bajar la amplia escalera y ya en el patio, la desbandada total: Gritos, empujones, traspiés, coscorrones... La algarabía dejaba muestras de cómo nos sentíamos al dejar la severa disciplina a la que estábamos condenados durante las horas de clase. Un grupo de condiscípulos nos acercábamos a otro de nosotros: Chanito, un niño bastante alto para nuestra edad de piel blanquecina, rubio en extremo y ojos claros. Precipitadamente todos coincidíamos en la misma pregunta ¿Nos dejas acompañarte a tu casa? Y lo hacíamos así porque de sobra sabíamos que no podíamos ir todos, y nuestro amigo debería elegir, un día más, dos o tres acompañantes.

 

La visita a su casa incluía una rica merienda, la mayor parte de las veces de bocadillo de queso tierno y conserva de dulce de guayaba, para mayor precisión, marca Conchita, que venía de la lejana Isla de Cuba en una longa caja formada por finos tableros de madera. No se había llegado a las seis de la tarde, cuando una señora, entrada en años, que respondía al nombre de Josefa (doña Josefa Ramos Herrera) nos llamaba con todo el cariño del mundo ¡A merendar mis niños, a merendar!

 

Desde el colegio salíamos hacia la calle Ruíz, y después de pasar por delante del taller de Paquito el de la bicicleta y del estudio fotográfico de los hermanos Suárez Robaina, nos dábamos de bruces con la tienda de aceite y vinagre de Frasquita, el comercio de tejidos de Rivero y más adelante la sombrerería y armería de los hermanos Blanco. Frente a ellos las oficinas del Banco Bilbao, decano de la banca teldense. Cuando bajábamos la calle principal, que también era la carretera que desde la capital y atravesando Telde llegaba hasta el sur de la Isla, pasábamos por delante de la otra armería-sombrerería de la ciudad, esta vez regentada por don Diego Bosa; más abajo, casi siempre, veíamos al orondo representante de la tintorería Nuria; junto a su establecimiento estaban las oficinas del Banco Hispano Americano. Unos metros más abajo, ver el almacén de empaquetado de tomates y oficinas del exportador don José Monzón Santana y las tiendas de don Carmelo Déniz (tejidos) don Laureano Betancor (Bicicletas y electrodomésticos). Siguiendo nuestra ruta, ya estábamos cerca de la tienda de comestibles-molino de gofio El Molinete, y junto a ésta la de don Patricio de la Nuez Calderín (ultramarinos), la de don José Medina Suárez (comestibles), ésta última en frente la famosa mercería León, en clara referencia a don Santiago León Rodríguez, regentada con esmero por su esposa doña Pino Báez Collado y sus numerosas hijas (en total ocho). Y casi al terminar la calle estaba la ferretería de saneamientos de don Juan Alemán Martín.

 

Como verán mis estimados lectores, hemos descrito una de las calles más comerciales de la ciudad y en ella no ha aparecido ninguna firma nacional, ni internacional. El pequeño y mediano comercio local era todo fruto del trabajo, tesón e iniciativa privada. Los comerciantes teldenses, herederos de otros tantos que, en el pasado fueron, mantuvieron abiertos sus comercios, a pesar de las más que populares ventas a fiado y cuando sacaban provecho de ellas y amasaban, no sin grandes sacrificios, pequeñas o medianas fortunas, lo invertían en el mismo municipio con compras de tierras, construcción de edificios o reinversión en tiendas y talleres para la siguiente generación.

 

Desde aquí, nuestro reconocimiento a la emprendeduría de los comerciantes teldenses, que hicieron efectivo el viejo dicho defendido por los luchadores del Castro Morales: Los de Telde no nos echamos para atrás ni para coger impulso.

 

Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.107

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.