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Domingo, 14 de Diciembre de 2025

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Antiguo zapatero/Fedac. Antiguo zapatero/Fedac.

Zapateros, vaineros y peleteros

direojed Jueves, 10 de Febrero de 2022 Tiempo de lectura:

(Dedicado a nuestro entrañable amigo Victoriano Falcón Verona).

En una pequeña habitación que se abría hacia la calle por una angosta puerta de dos hojas, trabajaba de sol a sol el zapatero. En ese cuarto habilitado como taller, pocos eran los enseres: Un par de banquetas de madera que no superaban los veinte centímetros de altura, eran acompañadas por una mesa rectangular de no más de un metro de larga por cincuenta centímetros de ancha, con cuatro cortas patas que la sujetaban al suelo. Éste de tablones de madera, callaos o simplemente de cemento frotado, hacía casi imposible el equilibrio de aquella.

 

Desde el techo pendía, tras largo cable, un bombillo con una simple tulipa de cartón o latón porcelánico, de la que se desprendía una amarillenta luz que escasamente alumbraba las manos del artesano. Al fondo, cubriendo una esquina entre dos paredes, una más que destartalada estantería servía para amontonar con cierto orden los zapatos que la clientela traía, día a día, para ser reparados. Sobre el resto de la pared se habían clavado unos tachones a manera de garfios y allí colgados, se disponía todo el material necesario para el arreglo del calzado (pieles más o menos finas, cueros de diferente grosor y gomas de caucho, que con anterioridad, habían servido como ruedas de vehículos a motor).

 

Muy cerca de la puerta de la calle, otros bancos o tal vez un par de sillas servían de asiento para los amigos contertulios, que por allí pasaban y formaban improvisados parlamentos para charlar de lo divino y de lo humano. En otro rincón del taller, un par de baldes hechos a base de adaptar a su nuevo uso antiguas latas de pimentón, habían sido llenados de agua hasta casi sus bordes con el único fin de poner en remojo toda clase de cueros de mayor o menor grosor, con los que se remendaban o reparaban, gracias a su ductilidad, calzados de mujeres, hombres e infantes.

 

El oficial de zapatería tenía unos cuantos almanaques pasados de fechas, que después de arrancarles los meses del año, sólo mostraban los grabados y fotos de su parte superior, así como la propaganda de las casas comerciales que los habían patrocinado. Ava Gardner, Grace Kelly, Gina Lollobrigida, La Pampanini, Rita Hayworth y un tiempo más tarde Brigitte Bardot, en bañadores o bikinis con actitudes insinuantes, provocaban la recreación visual de la clientela masculina. La única censura la imponía la enorme cantidad de excrementos de moscas, que se habían acumulado en aquellas superficies polícromas. Debajo de ese improvisado altar de musas del celuloide, el maestro zapatero tenía su trono. Al ser éste una simple silla paticorta, la única forma de sentarse en ella era abrir y estirar las piernas formando un más que evidente ángulo agudo.

 

Nuestros artesanos tenían costumbres que jamás abandonaron, entre ellas el usar pantalones y a veces camisas de color mahón azul. Sobre esa vestimenta se ponían un corto mandil o delantal, confeccionados por ellos mismos con la destreza de quien sabe utilizar la piel y el cuero.

 

La mesa antes aludida, aparentemente desordenada, poseía unos cajoncillos sin tapas, en donde distribuidas por tamaño y forma se veían toda suerte de tachas y algún que otro clavo. En otro recipiente, a veces un tarro que previamente había contenido mermelada, se guardaban unas piezas de metal semicurvas que se le llamaban punteras y que iban a servir para fortalecer las puntas y los tacones de botas, botines y zapatos de los más jóvenes. Tenazas de varios tipos, alguna que otra hoja de cuchillo, una buena afilada navaja, tres o cuatro martillos, unas latas de crema betún, varias botellas de tinte, así como unos trozos de tiza, formaban un todo en aquella república instrumental.

 

El zapatero encorvado sobre el calzado que reparaba, pocas veces se fijaba en la cara de su cliente. Actuaba de forma mecánica. A las buenas horas contestaba con un ¿Qué hay de nuevo? o ¿Qué se le ofrece? El interlocutor extrañado por la aparente falta de interés del maestro artesano se las veía y deseaba para que le prestara atención, optando no pocas veces, por entregarle el cartucho de papel con los zapatos dentro, al mismo tiempo que le decía: De parte de mi madre que si se los podía arreglar, poniéndoles medias tapas, tacón y si después los tiñe, pasando del blanco al negro ya que son de verano y los quiere seguir utilizando en invierno. Contestación: Dígale a su madre que arreglárselos, se los arreglo, pero lo del tinte tiene sus más y sus menos, igual no le quedan como nuevos, pero casi, casi.

 

Los clientes fijos utilizaban el fiado como método de pago. Así a trabajo concluido, paga hecha. Pero si no eras de esa clase de clientes, sino más eventual, tenías que abonar al menos el cincuenta por ciento en el momento de la contratación. Si tenías acento peninsular o el jocico (hocico) no era de gente conocida el zapatero soltaba aquella frase de: El dinero oyendo la conversación. Lo que implícitamente llevaba consigo el pago inmediato del trabajo.

 

Las manos de aquellos obreros del cuero resultaban ser ásperas cuanto más, pues eran sus principales herramientas de trabajo. No había cuero o piel que se les resistiera, bien por lo experimentados que eran en el corte preciso del material como por sus diestros moldeados a base de sobar el mismo, una y otra vez, hasta conseguir darle forma. Esas mismas manos se convertían en elementos virtuosos, porque no pocos de este gremio ejercían también de experimentados músicos. Algunos llegaron a tener sus orquestas con las que animaban los bailes de las sociedades culturales y de recreo de la ciudad, pueblos y villas limítrofes. Otros tantos formaban parte de la prestigiosa Banda Municipal de Música de Telde. La mayoría sabían tocar varios instrumentos, tanto de pulso y púa (guitarras, timples, laúdes y bandurrias) como de viento y percusión. Buscando la relación de antiguos músicos de la ciudad, nos tropezamos con un viejo apunte del secretario del M.I. Ayuntamiento, don Antonio Guedes Alemán quien, a principios de siglo, en una memoria sobre las actividades de la banda, se entretuvo en reseñar la procedencia de cada uno de sus miembros y cuando decimos procedencia, no eran sus lugares de origen, sino los gremios a los que pertenecían. Sin duda alguna, fueron los zapateros los que, en mayor proporción, formaban las agrupaciones musicales municipales. Éstas con una media de cuarenta músicos, entre quince y veinte de ellos pertenecían a ese gremio.

 

Como anécdota tenemos que señalar que los zapateros jamás trabajaban los lunes, día que utilizaban para ir a Las Palmas de Gran Canaria a comprar el material necesario para su taller. Los que además eran músicos, se sobreentendía que era su día de descanso, pues habían trabajado, los sábados y domingos, amenizando bailes y verbenas, hasta casi la medianoche.

 

La confección de naifes o cuchillos tradicionales para su uso en la agricultura y ganadería trajo aparejado un oficio o especialidad que muchos zapateros realizaban como complemento a la reparación y confección del calzado. Nos referimos a las vainas, estuches en donde se guardaba el naife, para su transporte y posterior uso. La vaina solía tener unos centímetros más de longitud que el cuchillo que se depositaba en su interior era, por tanto, de forma alargada y más ancha en su parte superior que la inferior. Ésta se hacía con cuero de vacuno algo grueso. Del mismo material se le colocaba un soporte para sujetarla al pantalón o al fajín. Todo campesino que se tuviese como tal aspiraba a poseer un buen naife y como no, una más que vistosa vaina. Las había muy simples y por tanto lisas, en otros casos se hacían trabajos de cordobanes, tratando la superficie exterior de la misma con esmerados dibujos en alto y bajo relieve. Ni decir tiene que estas últimas sólo eran utilizadas por los más ricos del lugar.

 

Al ser la Ciudad de Telde uno de los centros de mayor producción de naifes, debido al buen número de cuchilleros que trabajaban en el Barrio de Los Llanos de San Gregorio, no ha de extrañarnos que los vaineros también abundaran. Gracias al mercado dominical de la Plaza de San Gregorio, se daba salida a toda la producción de uno y otro objeto. Todavía queda el apodo de vaineros, como se conocen a algunas familias, cuyos antepasados se dedicaron a la confección de vainas.

 

En un principio, los zapateros se dedicaron a dos acciones primordiales: A hacer zapatos, botas y botines, ya que la industria peletera ubicada casi en su totalidad en la península, hacía difícil proveer el mercado local. Desde la norteña localidad de Agaete, llegaban calzados para complementar la producción local. Ya a mitad del siglo XIX eran constantes los intercambios comerciales entre aquella villa y esta ciudad, como queda recogido en algún que otro documento conservado en el Archivo del M.I. Ayuntamiento.

 

Los zapateros también hacían cabezales, bridas y correas para animales de monta, carga, así como para vacas, cabras, perros, etc. También diseñaban arneses para los poceros. No era menor la venta de cintos de todo tamaño y color. Como ya quedó señalado con anterioridad, mucho de su tiempo lo empleaban en la reparación de todos los productos que, en un principio, salían de sus manos. Así, se convirtieron con el tiempo, muchos de ellos en peleteros, es decir, vendedores de productos elaborados a base de piel y cuero, sobre todo de calzado y de algunos complementos tales como los cintos, maletas y maletines.

 

Algunos profesionales de la zapatería reducían su labor a remendar calzados y otros objetos de piel y cuero. En cambio, unos pocos, los mejores, también se dedicaron a la confección, diseñando según su destreza, diferentes modelos que hacían las delicias de sus clientelas. La venta de estas mano- facturas, abarcaban toda la comarca sur de la Isla de Gran Canaria.

 

Tuvo nuestra ciudad fama de poseer muy buenos artesanos de la piel y el cuero. Fama ganada a base de trabajo y tesón, por eso este Cronista ha querido escribir estas líneas en sus memorias y dedicárselas a un buen amigo, que además es nieto de uno de los más afamados zapateros de la comarca, fue músico experimentado y también padre de excelentes músicos.

 

Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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