(A Paco Montesdeoca, nuestro hombre del tiempo.)
El tiempo que sigue a la lluvia, sirvámonos de esta expresión gabacha (francesa) para dar título al presente artículo.
Acordemos que ya han pasado los cuatro meses del verano insular. Efectivamente, los canarios de sobra sabemos que nuestro estío comienza a finales de mayo o como mucho en los primeros días de junio. Es decir, entre San Fernando Rey (30 de mayo) y San Antonio de Padua (13 de junio). Manteniéndose a lo largo de los meses de junio, julio, agosto, septiembre y buena parte de octubre.
Dejando atrás las lluvias de marzo y abril, aquellas que el refranero señala como más deseadas que todos los tesoros del Rey David, las islas entran en un periodo de bonanza con un veranillo que coincide con el día de los agricultores (San Isidro Labrador, 15 de mayo), tan festejado en el barrio teldense de La Pardilla y en otras localidades de nuestras islas. Entonces, se calman los vientos alisios y el mar, hasta ahora embravecido, pasa a una calma chicha, convirtiéndose en un espejo de pátina plata-azulada. Así se mantendrá hasta el 21 o 24 de junio coincidiendo con las festividades de San Luis Gonzaga y San Juan Bautista, que es cuando nuestros compatriotas peninsulares celebran su entrada en el verano. Aquí y a manera de chanza solemos decir durante el día siempre llegamos una hora antes y durante el año un mes antes. Lo que hace a esta Comunidad Autónoma la verdadera vanguardia de los tiempos patrios.
En julio y agosto, los vientos atlánticos no paran de azotar a las trece islas que conforman nuestro archipiélago, reseñadas aquí de Oeste a Este para refrescar la mente de los isleños y mostrárselas, tal vez por primera vez, al resto de los españoles. Así comenzaremos por la más occidental, El Hierro; seguimos por La Palma, La Gomera, Tenerife, Gran Canaria, Fuerteventura, Isla de Lobos, Lanzarote, La Graciosa, Alegranza, Montaña Clara, Roque del Oeste y Roque del Este.
Llegado el noveno mes, septiembre, el mar que nos circunda se pone bravío y sus olas indómitas erizadas cuan crines de caballos, hacen de los riscales lávicos de nuestras costas resistentes bastiones, en donde vienen y van las crecidas mareas, conocidas en Gran Canaria por Mareas de El Pino, por coincidir éstas con los días anteriores y posteriores al ocho de septiembre, cuando en la Isla Redonda celebramos a nuestra patrona, la Virgen de El Pino.
Después entramos otra vez en periodos de calma, pero también de algunas nubes ligeramente amenazantes. Éstas juguetean al escondite con un sol radiante. Los mayores, que de cabañuelas saben mucho, dirán: Este Sol es huyero [juyero], repitiendo una y otra vez que el Gran Astro, protector de la vida, huye de la lluvia, que poco tiempo más tarde, caerá irremediablemente.
Poco a poco, vamos dejando atrás los plácidos días denominados el Veranillo de San Miguel o de los membrillos, que coinciden con los últimos días de septiembre y la primera quincena de octubre. Es este último mes muy benévolo en cuanto a clima se refiere. Las temperaturas para nada otoñales se siguen manteniendo en unos discretísimos 24/25º, a los que bien podríamos unir las suaves brisas marinas y la calma total de los mares. Es el momento elegido por los túnidos o toninas para acercarse a las playas con bahías y al zoco de éstas, ir y venir emitiendo unos sonidos a manera de dulces llantos. Los marinos de nuestras playas sacan las barcas y echan las redes para pescar los manteríos de sardinas, caballas y longorones, que con esfuerzo traerán hasta las negras arenas de Melenara y a las más rubias de Las Salinetas y Ojos de Garza, para en un improvisado zoco pesquero, vender la salada mercancía entre gritos anunciadores y pujas mercantiles.
Así, llegamos al fin de nuestro particular estío y comienzan las lluvias por Todos los Santos y Difuntos. La tierra reseca es golpeada una y otra vez por goterones gruesos y pesados. Mientras éstos caen, uno tras otros, van formando pequeños hoyuelos a la vez que se levanta una ligera e inconsistente polvareda, apareciendo charcos por doquier. El olor a tierra humedecida lo embriaga todo. Esta escena es tan peculiar como característica de ese fin de verano y comienzo del otoño insular. ¡Bueno! Por estos lares el otoño casi ni existe, por lo menos en las zonas de costa, en donde se sitúan las principales poblaciones insulares. El canario que desea ver las hojas caducas de algunos árboles, sobre todo de los castaños, deben subir a Las Medianías y Las Cumbres, en donde esos y otros ejemplares arbóreos tiñen de ocre, amarillos y morados nuestro peculiar paisaje, unas veces de tierras rojizas y otras tantas negras por el efecto del dios Vulcano.
¡Ya ha llovido! ¿Cuánto? No lo sabremos. Como tampoco podemos vaticinar si el año será bueno o malo. Aquí las lluvias avisan con muy poco tiempo de antelación y cuando se deciden a caer lo hacen precipitadamente y con abundancia. Si vienen de Norte serán escasas y rítmicas, pero si nos llegan por el flanco Sur-Oeste debemos agarrarnos los machos, pues se presentarán en forma tormentosa. A diferencia de nuestros compatriotas peninsulares, aquí la lluvia es motivo de juerga improvisada. Todos nos volcamos sobre las calles, plazas y parques, en una liturgia que ama por igual a la Tierra y a la atmósfera que la envuelve. ¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva! ¡Que caiga un chaparrón de agua y limón!¡Agüita, agüita que la tierra está sequita!
Ahora sí ha llegado este invierno, cuyas temperaturas variarán entre las horas diurnas y nocturnas, al mismo tiempo que la humedad se mantendrá sobre el ochenta y tantos por ciento. Y los canarios en complicidad con nuestros hermanos de la Península Ibérica, empezaremos a vestir prendas de invierno, que realmente no necesitamos, pero que anhelamos. Al ver el Telediario oímos al hombre o a la mujer del tiempo decir las bajas temperaturas de Guadalajara, Ávila o Valladolid y créanme, sentimos el frío en nuestras carnes y huesos como si realmente nos estuviera pasando a nosotros ¿Qué explicación tiene ésto? Pues, sinceramente estoy convencido que es una acción de total empatía.
Cuando huelas a tierra mojada recuerda que al mal tiempo en Canarias se le denomina bien distinto, pues no hay nada mejor para esta tierra sedienta que ser bendecida por las aguas del cielo.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.


























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