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Sábado, 01 de Noviembre de 2025

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Tríptico flamenco de la Basílica de San Juan de Telde/TA. Tríptico flamenco de la Basílica de San Juan de Telde/TA.

Las historias jamás contadas...

direojed Miércoles, 17 de Noviembre de 2021 Tiempo de lectura:

(Dedicado al doctor don Matías Díaz Padrón, preclaro historiador del Arte).

Decía mi maestro don Alfonso Armas Ayala que, a veces, sólo teníamos el mérito de haber estado allí en el momento preciso en el que ocurría o se relataba un hecho histórico.

 

Estos días he pensado mucho sobre diversas situaciones en que, sin quererlo, he sido testigo y a veces notario de aconteceres históricos: Largas y amenas conversaciones con don Diego Cambreleng Mesa sobre el Aeropuerto de Gando, en el salón de su casa junto al Guiniguada… La amena e instructiva charla del presidente venezolano, don Rafael Caldera Rodríguez, con don Alfonso, en el despacho de éste último en la Casa de Colón… La visita a Gran Canaria del actual Duque de Veragua, don Cristóbal Colón, invitado por la Real Sociedad Económica Amigos del País de Gran Canaria en 1992… Asistir a varias audiencias de Su Majestad el Rey don Juan Carlos I… Y así un largo etcétera…Acudir varias veces a la entrega del Premio Cervantes por S.S. M.M. los Reyes de España en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.

 

De ello, doy gracias a la vida porque sin duda alguna fueron oportunidades que ésta me dio. Ahora bien, sería muy egoísta dejar para mí algunos hechos que no dudamos en calificar de cierto interés histórico. El primero de ellos, me fue relatado por mi progenitor, Luis González Pérez, quien lo vivió en primera persona.

 

Me refiero al final del juicio al famoso Juan El Corredera. Cuando el tribunal dio por terminado la audiencia pública con la célebre frase Listo para sentencia, algo se removió en el interior de todos los presentes. Los teldenses se arremolinaron en torno a una de las puertas de salida del Palacio de Justicia y allí con gran algarabía, con tintes de motín, empezaron a gritar el nombre de Juan, junto a palabras como Libertad y Justicia. Unos cuantos, aprovechando la confusión del momento, entonaron La Internacional. Mi padre, que era amigo del abogado defensor, oyó de éste: Ahora sí, la sentencia a muerte es un hecho. No la va a dictar el juez, lo han hecho los de Telde. Mi padre le pidió una explicación razonable a lo manifestado. Y Calzada Fiol, rápidamente le dijo: Luis, yo he intentado por todos los medios a mi alcance que se le juzgara como un hombre que, por diferentes circunstancias sobrevenidas, mató a un carnicero y a un guardia municipal. He querido evitar cuestiones ideológicas, pero los teldenses lo han convertido en un mito, en una leyenda viva… y eso el Régimen no lo puede soportar. Todo se ha decidido con este espectáculo.

 

En varios artículos he escrito sobre la Iglesia Hospitalaria de San Pedro Mártir de Verona, situada en la entrada misma de la Ciudad de Telde. En la mayor parte de ellos, me he entretenido, a veces demasiado, en los pormenores constructivos y de uso. En contadas ocasiones, he tenido que corregir a políticos e historiadores, sobre quién es el verdadero propietario del inmueble Sacro. Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, nuestro Ayuntamiento firmó en su momento un protocolo para el uso y disfrute civil de dicho edificio. Ésto no sería grave si en el mismo no se reconociera su propiedad a favor de la Iglesia Católica. La verdad histórica, documentalmente demostrable, es otra: La mal llamada ermita de San Pedro Mártir de Verona, que en verdad no dejó de ser Iglesia Hospitalaria hasta principios de la segunda mitad del siglo XIX, fue afectada como las dependencias sociosanitarias aledañas por la segunda Ley de Desamortización, ocurrida tras la primera (1836) en 1855. Si la de Mendizábal afectó a los bienes eclesiásticos, la segunda lo haría sobre los bienes propios o lo que es lo mismo, estatales y municipales.

 

Así, podemos manifestar y lo hacemos por enésima vez que, que tal iglesia nunca se consideró ni fue bien eclesiástico, sino propiedad estatal. Llegados aquí, el Ayuntamiento debe dejar como nulo aquel nefasto acuerdo, fruto de la ignorancia de algunos y de la no menos inteligencia de otros. Para completar este relato, doloroso en mi doble calidad de teldense y católico, debo reseñar que un buen día, estando en el Archivo Parroquial de San Juan, hablando con don Teodoro Rodríguez y Rodríguez, éste me manifestó: “Acabo de comprar un candado para ponérselo a una de las puertas laterales de la Iglesia de San Pedro Mártir. Yo le contesté: Don Teodoro, esa iglesia es propiedad del Ayuntamiento, que ahí ha tenido por espacio de más de un siglo su potrero, a lo que él, con una sonrisa socarrona, me contestó: Don Antonio, quien tiene la llave, tiene la propiedad. Y así, se consiguió la Iglesia de San Pedro Mártir de Verona.

 

Todo lo contrario, aconteció cuando la familia De la Nuez vendió su finca de Las Tres Suertes en el pago teldense de San Antonio del Tabaibal. Originariamente ese cortijo, perteneció a la familia Castillo-Olivares. Quienes, durante siglos, tuvieron allí su casa-hacienda, así como almacenes, cuadras, etc., todo ello rodeado por una bellísima huerta-jardín y hasta ocho fanegadas de la mejor tierra laborable, gracias a sus excelentes infraestructuras hidráulicas. Completábase el conjunto con la archiconocida Ermita de San Antonio de Padua, levantada por dicha familia en pleno siglo XVIII, aunque tal vez ya existiera un pequeño oratorio desde el siglo XVI. Para tal construcción y puesta al uso religioso, pidieron permiso a Señor Obispo de la Diócesis quien, siguiendo las normas canónicas al uso, les manifestó que concedía el mismo, pero con ciertas salvedades: primero, que dicho templo tenía que estar situado fuera de los límites de la propiedad agraria, como así se hizo. Que su construcción y mantenimiento debía correr a cargo de sus patronos, es decir los señores Castillo-Olivares, que a cambio, tendrían derecho de enterramiento. Pero… siempre hay un pero, la propiedad era eclesiástica. Completábase las obligaciones de los patronos con el pago al sacerdote o sacerdotes que hasta allí tenían que acudir para decir Santa Misa en días señalados. Que, a partir de finales del siglo XIX fueron todos los domingos y demás fiestas de guardar. Así como una Función religiosa y Procesión del Santo Patrono, el lisboeta Antonio de Padua.

 

Hace unos años, cuando cambia de manos la propiedad agropecuaria, se llega a un acuerdo de urbanización de todo el terreno y he aquí que, sorpresivamente, se enajena la propiedad eclesiástica y se añade en un lote compensatorio al M.I. Ayuntamiento de la ciudad. Pero lo más sorpresivo es que, ni la Parroquia de San Juan ni el Obispado de Canarias, han movido un sólo dedo para hacer valer sus legítimos derechos. Y así, tenemos un bellísimo templo, recientemente restaurado, cerrado a cal y canto y sin actividad religiosa alguna. Ésto lo advertimos públicamente hace unos años, cuando se dieron por finalizadas las obras de rehabilitación, ante autoridades autonómicas, cabildicias, municipales y eclesiásticas. Y como siempre o casi siempre, no se nos hizo el menor caso. Quede aquí de nuevo constancia de esta anómala situación.

 

En otro orden de cosas, pasemos a lo que podríamos llamar anecdotario de ciertas restauraciones artísticas.

 

Entre 1989 y 1990, tuve la suerte y el honor de pertenecer al Claustro de profesores del Colegio de San Ignacio de Loyola, regentado por la Compañía de Jesús en Las Palmas de Gran Canaria. Allí, en su biblioteca, muy bien guardado, se encontraba una joya de la Historia Religiosa de los Jesuitas en Canarias. Se trataba, nada más y nada menos, que el célebre y poco conocido Cáliz de los Mártires de Tazacorte. Según la leyenda-historia, unos piratas atacaron a un grupo de misioneros jesuitas prestos a tomar rumbo hacia las Américas. Antes de ser abordados en el barco de los llevaba y conscientes del peligro que les acechaba, estos sacerdotes celebraron la Sagrada Eucaristía y el superior de la congregación, como muestra de aceptación de lo que, a todas luces iba a ser un martirio, durante la consagración clavó sus dientes sobre el borde del cáliz como muestra fehaciente de aceptación de lo que irremediablemente sucedió unos minutos más tarde. El padre Juan de Dios Mendoza Negrillo, excelente Rector de la Comunidad Jesuita de Las Palmas y preclaro sacerdote, haciéndose eco de un acuerdo comunitario, mandó a limpiar y restaurar la famosa reliquia. Cuando el platero la devolvió, no se lo podía creer. En un afán de mejorar lo que le habían llevado, este artesano había suprimido las huellas dentales, creyendo que era un defecto y no una virtud. Así el buen oficio de uno borró para la historia la Fe ciega de otro.

 

Desde finales de los años setenta del pasado siglo XX, en el último piso de la Casa de Colon, se instaló un taller de restauración, bajo la dirección de don Julio Moisés, en el que también trabajaba como restauradora su esposa doña Pilar Leal. Gracias a ellos, se restauraron fondos pictóricos y escultóricos pertenecientes al Cabido de Gran Canaria, al a Iglesia Católica y a no pocos particulares. Si bien fue muy loable la labor de estos restauradores en la mayor parte de los casos aquí vamos a levantar acta de varios errores. No intentamos disculparlos, pero quien conoció la extrema bondad de Julio Moisés, al menos lo intentará comprender. Un buen día, el sacerdote don Francisco Caballero Mújica, a sazón encargado del Patrimonio Eclesiástico de la Diócesis de Canarias, se presentó en las dependencias cabildicias con una petición. En las últimas lluvias otoñales, se había filtrado una buena cantidad de agua sobre uno de los paramentos del antiguo Seminario Diocesano de la Inmaculada Concepción de Vegueta. Por tal motivo, un gran cuadro (óleo sobre lienzo) que representaba a los Mártires Jesuitas de Tazacorte, había sido literalmente barrido, desprendiéndose gran cantidad de sus pigmentos y borrando casi el 45% de las figuras allí representadas, sobre todo rostros de los que quedaban solo trazos más o menos dispersos. Caballero-Mujica lo tenía claro, había que rehacer el cuadro. Moisés le comentó que eso era técnicamente imposible, a lo que él espetó: Julio, lo que no exista te lo inventas. Pero yo quiero el cuadro tal como estaba antes de la lluvia. Julio Moisés y Pilar Leal, se hicieron con varias fotografías en blanco y negro de dicho cuadro y con santa paciencia, nunca mejor dicho, repusieron en su totalidad todos los rostros y vestimentas allí inexistentes. Fui testigo del hecho, y ante mi asombro, vi como en tres meses el lienzo lavado se convirtió en un flamante retrato múltiple, simulando lo que había existido con anterioridad.

 

En el mismo taller, y teniendo como protagonista al anteriormente mentado don Francisco Caballero Mujica, se llevó a cabo otro crimen artístico. Este sacerdote, había comprado a un anticuario sevillano, un cuadro de notables dimensiones que representaba a una Virgen o Madonna de la Leche. La Señora estaba representada como una campesina que cubría su cabeza con un sombrero de paja y en su regazo mantenía a un Niño Jesús en su más tierna infancia. La madre apretaba con dos dedos de su mano derecha el pezón del pecho izquierdo y el niño tomaba de él su alimento. Hasta aquí la estampa bucólica e idílica era perfecta. Sumándose a los gustos artísticos del barroco español. El autor de tal obra era desconocido, o al menos así lo hizo saber su comprador. Pero don Francisco venía, armado con su carácter, a imponer de nuevo su criterio. ¡Qué era eso de poner a la Virgen con pecho descubierto, dándole de mamar a su Hijo! Julio, nada de sombrero, le borras el sombrero o se lo disimulas bajo una capa de pintura y le pones un finísimo velo de seda o tul. Y por si eso no fuera poco: Haz que la Virgen tenga cubierto su pecho y en la mano en lugar de pezón, tenga una flor, simulando que se la da a besar al Niño Jesús. En un principio Julio Moisés no se explicaba el porqué de esos cambios. Y el sacerdote ni corto ni perezoso le comento que, el cuadro en cuestión, iba destinado a una casa de ejercicios que el Opus Dei poseía en la zona de Bañaderos y, por ello debía acomodar la iconografía al sentir mayoritario de la Obra. No sé dónde está dicho cuadro, pero sí que se llevaron a cabo los deseos del personaje antes aludido.

 

Para completar esta lista de sinrazones, lleguemos a Telde, concretamente a la antigua capilla del Sagrado Corazón de Jesús y quedémonos frente al llamado Tríptico de pincel de García del Castillo. Restaurado por Julio Moisés y Pilar Leal, esta valiosa obra de origen flamenco, llegó a la Casa de Colon a principio de los años ochenta del siglo XX. La Consejería de Cultura del Cabildo de Gran Canaria, cambiaba de titular. De la UCD al PSOE. En el corredor superior de uno de los patios del recinto museístico, y entre varios paneles de metacrilato, se rearmó el viejo y deteriorado tríptico que, de la casa de su primer propietario, pasó durante siglos a la Iglesia Matriz de San Juan Bautista y, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se entregó como aval a la familia Castillo-Olivares. Quienes a su vez hicieron un préstamo en metálico a los Regidores de dicha parroquia para que éstos hicieran frente a las obras de reparación del derrumbe de los techos de dicho templo. Pasado el tiempo, el tríptico vino a manos de la señora doña María del Pino León y Castillo y Manrique de Lara, IV Marquesa del Muni.

 

El que estuviese dicho tríptico en la Casa de Colón, desde hacía unos seis meses, respondía al inicial interés cabildicio por adquirirlo. Después no fue así. Y ante el disgusto de su propietaria, todo se desarrolló de la siguiente manera: se retiró las numerosas tablas en que el desvencijado tríptico se presentaba y se guardaron envueltas en duro papel en el taller de restauración. Allí permaneció durante tres años, hasta que un buen día doña Pino mandó a llamar al responsable de su futura restauración. Ésta estaba valorada en un millón de las antiguas pesetas, porque no era tarea fácil, y llevaría más de un año y medio de lento proceso. No solo había que volver a unir tabla a tabla los más de veinte trozos de madera, sino que había que hacer un estudio pormenorizado de los pigmentos. Sentar los mismos de manera que éstos no saltaran en el futuro… y así sucesivamente cuantas acciones conocen los especialistas para devolver su estado primigenio a una obra de notable factura. Todo ello fue sufragado por doña Pino, aunque para ello tuvo que vender una finca en la cercana isla de Fuerteventura.

 

En este caso todo se hizo de la mejor manera, pues Julio Moisés y Pilar Leal estaban en entredicho por su anterior restauración del Tríptico de la Virgen de las Nieves de Agaete. En el caso que nos ocupa se esmeraron en demasía y como resultado se salvó de la ruina ese elemento artístico, tan valioso como otros existentes en el Archipiélago Canario.

 

Nuestro pariente, el doctor don Matías Díaz Padrón, tras varias décadas de estudio, ha demostrado la autoría de este tríptico, añadiendo el mismo a la lista de obras de Lambert Lombard (1505-6/ 1566) extraordinario pintor de origen flamenco.

 

Ahora, se preguntarán ustedes si todo se hizo de la mejor forma posible, y en algunos casos de excelente manera ¿Por qué este Cronista tacha de poco rigurosa la restauración del mismo? Pues lo vamos a aclarar. En la tabla central se representa a la sagrada Familia en Belén, recibiendo la visita y adoración de los pastores. Sobre ellos y la arquitectura que los envuelve se abren los cielos y en la parte superior de los mismos entre un mar de nubes, varios ángeles con algunos instrumentos musicales celebran la venida de El Mesías. Ahí está la falsedad histórica. El 100% de las nubes y de los ángeles son un invento del equipo restaurador. En este caso la acción fue motivada, presumiblemente, por unas ganas de mejorar la obra, pues no había ni descripción escrita, ni mucho menos fotografía o grabado que pudiera avalar la existencia de esa escena celestial. Si puedo reseñar que al principio cuando se hizo la limpieza de los repintes, que había sufrido en el pasado las tablas, en aquel espacio superior de la central había una especie de borrón.

 

Nubes o no, nosotros no lo podíamos afirmar. Lo que sí es cierto, es que no había ni rastro de ángeles. Por lo que la decisión de pintar nubes y ángeles fue tomada por el equipo restaurador. Dejo ésto escrito porque ya, algún que otro historiador del arte, se ha entretenido en hablar largo y tendido del tríptico haciendo hincapié en la belleza de sus cielos y de los ángeles músicos.

Sin tener noticias de ello, nuestro magistral doctor don Matías Díaz Padrón, reseñó, cómo de todo el conjunto, dudaba de la originalidad de parte de los cielos y de los llevados y traídos ángeles que lo habitaban. Cuestión ésta que, con posterioridad a su acertado juicio, tuve la ocasión de confirmarle.

 

Hasta aquí algunas historias jamás contadas de las que tendría para varios artículos. Y que prometo seguir publicando en un futuro más o menos inmediato.

 

Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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