(A la memoria imperecedera de don Antonio López Pérez)
Como cantaba la inolvidable Rocío Dúrcal: Cómo han pasado los años, cómo cambiaron las cosas…
Hace ya algún tiempo que este Cronista viene hablando sobre la volatilidad de los topónimos. Me explico, muchas veces he tenido la oportunidad de visitar barrios de nuestro municipio con el fin de dar una charla o conferencia sobre algún aspecto histórico del mismo. Siempre intento hablar a mis convecinos con cercanía y cierta inmediatez. Así, después de una breve introducción en la que ubico geográficamente hablando a nuestra ciudad, me extiendo en las características geofísicas del espacio en que se levanta. Paso luego a disertar sobre el topónimo o los topónimos por los que se ha conocido esta urbe y su territorio circundante. Siempre hago hincapié, no podía ser de otra manera, en que hasta principios del siglo XIX, Valsequillo y Telde- Telde y Valsequillo formaron un único municipio, de ahí que cuando hago crónicas o doy conferencias, me refiero siempre al territorio primigenio y a sus gentes sin distinción alguna que éstas vivieran en la Costa, la Vega Mayor (Telde), las Vegas de En Medio (Valsequillo) o las Vegas Altas (actual Las Vegas y Tenteniguada).
Si hay algo que realmente nos preocupa es la desvirtuación del hecho histórico. Pues ya nos advierte la sapiencia popular que se puede dar por verdad indiscutible lo que fue o es una mentira repetida hasta la saciedad. Así, nos lo han hecho creer algunos teóricos del nacionalismo gallego, vasco y catalán. Dándose la paradójica situación de llamárseles nacionalidades históricas y dejando a la gran Castilla y al no menor Aragón en un subgrupo de meras regiones, cuando la Historia nos dice que fueron éstas dos últimas naciones las que realmente tuvieron siempre el mayor peso político, económico y militar en lo que hoy damos en llamar España. Y que en el pasado Unamuno, don Miguel, siguiendo una antigua tradición bautizara como Las Españas.
Pero volvamos a lo doméstico, si por ello entendemos lo que nos es propio y familiar. Nuestra preocupación, hoy como ayer es defender el rico legado cultural de nuestro país, entendiéndose ésta minúscula parte de nuestra patria común, Telde.
En estos noventa y un artículos, publicados en su totalidad en este mismo medio, hemos incidido no pocas veces en el respeto escrupuloso que debemos tener a los topónimos o fórmula con la que se bautizaron los diferentes lugares que conforman nuestra comarca. Así, hemos bramado cuando aparecen en un mismo pago o espacio natural lo de alto y bajo, lo de de abajo y arriba (Calero Bajo y Calero Alto; Breña Baja y Breña Alta y así sucesivamente). No digamos ya cuando alguien se le encendió el bombillo de su no inteligencia y suprimió el nombre de Los Llanos de Jaraquemada, Los Llanos de Telde o simplemente Los Llanos de San Gregorio por un inaudito y solitario San Gregorio. No digamos más y pasemos página sobre la denominación reciente del Barrio del Pilar para Malpaís o Malpais y Santa Marta, ambos en el Valle de los Nueve.
Nuestros lectores, cada día más, nos ayudan a completar nuestros conocimientos. Nada es más satisfactorio que poder comprobar cómo nos leen, nos oyen y la mayor parte de las veces, nos escuchan. Créannos, no hay artículo que no suscite preguntas o provoque una llamada o un whatsapp en el que se nos reseña algún dato que nos viene como anillo al dedo para completar nuestro trabajo.
Así, hace unos días, recibí en mi móvil una cariñosa invitación seguida de una pregunta: Antonio, ¿te suena el Barrio de los Bígaros? Y yo rápidamente contesté, ¡Sí, me suena, lo he oído más de una vez, pero debo confesarte que no recuerdo el dónde y el por qué! mi interlocutora me responde: Así creo se le llamó en el pasado a nuestro Barrio de Los Llanos de Telde. Lo he descubierto en una carta que mi padre mando a mi abuelo Paco en 1968. Ahora mismo te la envío porque no tiene desperdicio.
Efectivamente, la misiva en cuestión está fechada el 17 de noviembre de 1968, en la ciudad asturiana de Avilés. Allí quien la escribió, don Antonio López Pérez, hijo del cosechero-exportador don José López Valerón, trabajaba como ingeniero. Y en ese lugar lejano de nuestra geografía peninsular, no pudo resistir su añoranza en un día tan señalado como en el que celebrábamos la festividad de nuestro Santo Patrono San Gregorio Taumaturgo. Y así tomó la máquina de escribir y redactó con gran precisión y soltura un texto en el que hacía llegar sus más nobles sentimientos. La carta iba dirigida a su suegro don Francisco (don Paco) Artiles Rodríguez. Y en ella, a manera de chanza y con ese humor tan nuestro, nos aporta un dato de gran valor. Y es éste:
… Hoy es día de San Gregorio y por eso me he animado a escribiros precisamente por mi condición de ser del Barrio de los Bígaros o de los Espiritistas. ¡Cuánto me agradaría estar hoy en mi barrio como hace dos años!
Entre recuerdos y añoranzas don Antonio salvó del olvido el sobrenombre de Los Llanos de San Gregorio, que no era otro que el Barrio de los Bígaros. Y ahora nos toca dar a conocer el por qué de ese nombre y para ello abrimos el diccionario de la R.A.E. (Real Academia Española) y nos vamos directamente a la página en donde los doctos de la Lengua nos dan cumplida información sobre tal término. Haciendo alusión a unos pequeños caracoles marinos que tienen la peculiaridad de adosarse a las paredes (en nuestro caso riscales basálticos) y allí apiñados, unos contra otros, resistir el embate de las olas, viviendo en perfecta armonía comunitaria. ¿Qué relación pueden tener unos simples crustáceos con los pobladores del Barrio de Arriba o de Los Llanos? Pues, después de mucho indagar y de preguntar a personas en las que hemos despertado sus recuerdos, (todas ellas entre ochenta y cien años) ese calificativo era muy socorrido por los vecinos del Barrio de Abajo, al que, hasta hace cincuenta años, no se le decía San Juan, sino Telde. En la mente del teldense en general hubo siempre notoria diferencia entre la Zona Fundacional, reservada a usos administrativos y los Llanos de San Gregorio de trepidante vida mercantil. Los vecinos del actual San Juan, que yo prefiero seguir llamando Zona Fundacional, en arrogante primacía, se creían a pie juntillas que ellos eran los grandes depositarios de los valores, llamémosle teldenses, y que los del Barrio de Arriba o llanenses-llaneros, eran solo unos añadidos o adosados.
En el sector histórico antes aludido, la actividad de sus calles, plazas y alamedas se limitaba a las horas en que el Ayuntamiento, el Registro de la Propiedad, la Notaría, el Juzgado, la Seguridad Social, y los médicos en sus consultas privadas, se encontraban a pleno rendimiento. Tan escasa era la presencia de comercios y talleres, que ya al principio del siglo XIX, alguien comentó que el centro de la ciudad con su bella iglesia del Señor San Juan y las Casas Consistoriales, es un muerto. En cambio, cuando el Cronista Romero Ceballos describe la Plaza de Los Llanos de San Gregorio, pone en valor el trajinar de sus gentes, dedicadas al comercio y a las labores artesanales e industriales de toda índole.
Así, cuando visitabas San Juan, percibías una vida más austera y recoleta. Los señores, perfectamente trajeados y todos ellos con sombreros, se sentaban con cierto garbo en los bancos de piedra de la Plaza de San Juan o de la Alameda colindante y el resto del paisaje urbano era reservado para un número escaso de viandantes. En los Llanos de San Gregorio, era común el que cientos de hombres (las mujeres no participaban de esta situación) se apoyaban sobre los paramentos existentes entre puerta y puerta doblando una de sus piernas y apoyando casi siempre el pie derecho sobre los mismos. Así se podían tirar horas: viendo, dejándose ver, observando, parlamentando, haciéndose eco de noticias y bulos por igual y siendo correa de transmisión de cuantos chismes podían ser del agrado de la concurrencia. Ese abigarramiento de hombres, unos al lado de otros y todos pegados a la pared, es lo que dio éxito al primero que los clasificó como parecen bígaros. Y de ahí al bautismo general entre los pobladores del Barrio de Abajo o Zona Fundacional, cuando se referían a los también teldenses de Los Llanos de Arriba o Barrio de Los Llanos de San Gregorio.
No se crean ustedes que voy a obviar lo del Barrio de los Espiritistas. Aunque tenemos que decir que nos cuesta un poco más porque tenemos el orgullo de ser natural de ese distrito teldense, al nacer y vivir nuestra infancia y juventud en la estrecha calle o mejor dicho callejón de San José, también llamado de don Paco el Viejo, hoy Tomás Morales, nº3. La alusión a las espiritistas viene dada porque en plena República Española tuvo lugar, concretamente en la calle Juan Diego de la Fuente, uno de los más horrendos crímenes en nuestra historia local. Conocido como El crimen de las espiritistas (magníficamente tratado en clave de novela histórica por el escritor palmero-teldense de adopción Luis León Barreto). Este lúgubre suceso llevó al martirio y más tarde a la tumba a una joven, que sirvió como lacerante cuerpo para que en él se ejecutase los rituales más descabellados y paranoicos que su propia familia y su jefe espiritual (sacerdote de la entonces llamada Iglesia Cubana de Las Isletas) hicieron sobre ella.
Pero a lo que íbamos, queden los lectores enterados que hubo un tiempo en la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del siglo XX, que cuando alguien de la Zona Fundacional quería referirse a los pobladores de Los Llanos, decían a manera de burla ¡Ah sí, ese es un bígaro! ¡Sí hombre, esa calle está en el Barrio de los Bígaros! ¡Fulanito, dicen que tu hijo ya tiene novia! Pero… ¡Qué pena, me dicen que la niña es una bígara, ya podía haber elegido mejor!
Son dichos y posicionamientos del pasado, hoy se fueron de nuestra mente como tantas otras cosas. Igual que desaparecieron las fincas de Arnao y sus plataneras y con ellas la división física de los dos barrios principales de la ciudad, también se han superado esas barreras, que tuvieron en la mente de los teldenses una vigencia de unos cuantos siglos.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.























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