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Palomas/TA. Palomas/TA.

Colombofilia ¿arte o deporte?

Miércoles, 25 de Noviembre de 2020 Tiempo de lectura:

(A la memoria de los colombófilos: Don Santiago González Cabrera de Las Palmas de Gran Canaria y Don Felipe Castro Álvarez de Telde)

Muchas mañanas, al salir de mi casa, me llego hasta la colindante Plaza del Convento de San Francisco y allí, en unos de sus poyetes de cantería gris, tomo asiento.

 

Entre el balanceo de las ramas del pino allí existente y el murmullo monorítmico del agua de la fuente, quedo extasiado unos instantes. ¡Cuanta paz! ¡Cuánto sosiego! Y de pronto, rompiendo la monotonía, un par de palomas se acercan revoloteando a la parte alta de aquel surtidor de aguas casi perenne. Primero picotean la transparente superficie como queriendo comprobar su composición y textura para, unos instantes más tarde, introducirse de lleno en ella y con movimientos rápidos, aleteando con destreza, hacer del baño cotidiano un bello baile digno del mejor teatro.

 

Esa escena, repetida casi a diario, no deja de sorprenderme y es tal la sensación de plenitud que me transmite, que más de una vez hubiese deseado ser ave para acompañar a aquellas en ese ritual mañanero.

 

No recuerda este cronista cuando vio por primera vez una paloma, como tampoco recuerda cuando fue la primera vez que dijo papá, mamá, agua, pan… Pero estoy casi seguro que no tenía demasiados años cuando fui partícipe de ese momento, pues en nuestra casa familiar, de la calle Tomás Morales de los Llanos de San Gregorio, teníamos palomar en la azotea. Ahora en el interior de otras paredes también familiares, medito sobre ese animal, en el pasado tan querido y en el presente, la más de las veces denostado.

 

Nos dice el Libro de Libros, La Biblia, que terminado el Diluvio Universal, el Arca de Noé quedó varado sobre el Monte Ararat, en tierras armenias. Queriendo saber el Patriarca las condiciones atmosféricas existentes, más allá de lo que veían sus ojos, tomó una paloma en sus manos y la hizo volar.

 

Al poco tiempo el animal volvió, portando en su pico una rama de olivo, señal de que las aguas se habían retirado a sus cauces naturales de lagos, ríos, mares y océanos. Este bello relato es tal vez el primero de nuestra cultura en que la paloma es protagonista indiscutible de las vidas de aquellos elegidos de Dios. Símbolo de paz y prosperidad, pero también de alianza entre el Hombre y su Creador. Dejando atrás muchas escenas en la que ese ave doméstica acompaña al ser humano en su andar histórico, nos paramos en la presentación de Jesús en el Templo y, he aquí que el Evangelio señala cómo sus padres, María y José, adquirieron unos pichones para ofrendarlos a Yavé, pues era costumbre entre las familias más humildes entregar dichos animales para cumplir con los ritos sagrados.

 

Pasamos las páginas del Nuevo Testamento y en un recodo del Río Jordán nos encontramos a Juan el Bautista, en medio de las aguas, bautizando a una multitud de penitentes. Después de mostrar su pleitesía al verdadero Dios y Hombre: Jesús de Nazaret, su primo. El Evangelista nos dice que el cielo tronó y una paloma blanca apareció sobre la cabeza de El Mesías, a la vez que una voz decía: Este es mi hijo bien amado, en el que tengo puestas todas mis complacencias, escuchadle.

 

La Historia del Arte nos muestra no pocas veces, esas escenas y otras en donde el Espíritu Santo es representado por una paloma. Así Fray Angélico, nos crea una bellísima escena, en la que la Siempre Virgen recibe al Arcángel San Gabriel y en lo alto, el Espíritu de Dios se hace presente en la imagen de una bellísima paloma.

 

La Literatura está plagada de escenas, tiernas cuanto más, en donde la paloma es símil de amor puro o entrega total. Sirva como ejemplo la célebre obra El collar de la paloma o Tawq Al-hamama, escrita en prosa en el siglo XI en lengua árabe por el escritor andalusí Ibn Hazm. Esta creación literaria de gran belleza lírica, fue creada en Xátiva (Valencia) hacia el año 1023. Aunque desconocida por el gran público lector español, es tenida por una verdadera obra maestra entre de los intelectuales árabes.

 

Más coetáneos a nosotros, están las palomas dibujadas y pintadas por el gran artista malagueño y universal Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) o la inolvidable, por sutil, Paloma de la Paz, que con trazo firme y seguro, dibujó ese malabarista de la palabra en verso que fue Rafael Alberti (1902-1999).

 

Llegados a este punto, se nos vienen a la memoria numerosas escenas, íntimas y domésticas las que más, en el que las palomas y los palomares, han atraído nuestro interés.

 

En una sociedad carencial como la canaria de casi todos los siglos, pero aún más en la larga post Guerra Civil Española (1936-1939), en las azoteas de nuestras casas, sin importar condición o estatus social alguno, se disponía de espacios habilitados para tener algún que otro animal doméstico: perros, la mayoría de ellos sin raza demostrable, gatos de los más diversos pelajes, cabras, conejos, gallinas y palomas. Si a todos ellos les unimos los pájaros de corredores y patios, así como las más diversas plantas-hierbas aromáticas, nuestras casas de aquel entonces recordaban en mucho a aquella gran nave que salvó a Noé y a su familia de perecer entre las aguas justicieras de un Dios encolerizado ante la maldad humana.

 

En nuestra niñez, los que tenían un palomar, fuera éste grande o pequeño, tuviera un número mayor o menor de palomas, era un afortunado. Ya que contaba con una reserva de carne para proveer a su familia de las más que deseables y difíciles de obtener, proteínas. La carne de pichón era recomendada por los médicos de entonces como alimento para enfermos de toda índole, pero sobre todo para aquellos que se debatían entre la vida y la muerte por estar afectados de la tal penosa como mortífera tuberculosis. En Canarias en general y en Gran Canaria en particular, el bacilo de koch reinaba a sus anchas en la década de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX. Muy anteriormente en Cabildo de la Isla, había creado un centro sanitario dedicado totalmente a combatir dicha enfermedad, estableciéndolo en uno de los extremos del valle de Marzagán-Los Hoyos, en donde ejerció como médico y director el virtuoso y benemérito Dr. D. Francisco Pérez.

 

Los caldos, a los que nos hemos referido anteriormente eran los primeros que llegaban, desde la casa de los vecinos a la casa de los recientes fallecidos. Se tenía a gala el ofrecer con rapidez un buen tazón de caldo de pichón a los deudos y demás familiares que velaban al difunto, con una frase llena de piedad y encanto: ¡Tome este caldito para sentar las madres! o ¡Beba este caldito para que no se le revire el pomo!

 

A los niños y jóvenes se les daba sopa y carne de pichón porque era creencia popular que ayudaban al crecimiento y desarrollo. Así, era tal la fe que se tenía en dicho caldo, que a las recién paridas se les hacía ingerir tazas y tazas de dicho manjar con el fin de sobre alimentarlas, despejando cualquier atisbo de mortandad, al mismo tiempo que sanar los dolores de entuerto y atraer a sus pechos la leche con que alimentar a sus nuevos vástagos.

 

Hasta ahora, hemos hablado sobre la paloma como animal mítico-religioso, tanto en la Literatura como en las Artes Plásticas, así como animal alimenticio. Pero hay que reconocer que su crianza y cuidado ha sido motivo de toda una liturgia, no exenta de entrega y amor por la naturaleza. Nos referimos a la colombofilia, tan entrañablemente arraigada en muchos países del mundo y concretamente de nuestra Isla de norte a sur y de este a oeste.

 

Según me dice mi buen amigo Pepe Santos Peñate, excelente colombófilo, actualmente en Gran Canaria existen casi una veintena de Sociedades, Asociaciones o Clubes, bajo las denominaciones de: Palomas Mensajeras, La Luz, Fondo Club Guanarteme, Ciudad Alta, Voladoras del Atlántico, Noroeste, Iniciativa Isleña, Real Asociación Colombófila (Decana de las de Canarias), Alas del Nublo, Isas, Doramas en Telde y Guayadeque en Ingenio, que aúnan en torno a ellas casi medio millar de aficionados-criadores.

 

Todo se ha ido complicando con el tiempo. Hace cuarenta o cincuenta años, ni había que tener carnet de criador, ni los palomares estaban sujetos a legislación alguna, ni las palomas debían ser vigiladas y controladas en su salud por veterinarios. Cualquier muchachillo que lograra comprar o adquirir por préstamo o donación uno o varios casares de palomas, se hacía en cualquier rincón de patios, azoteas, huertas, cercados o fincas, un palomar. La dimensión del mismo iba en función de las posibilidades económicas del dueño y, en su mayor parte, estaban hechos a base de una estructura de madera a la que se cerraba con unos buenos paneles de fina tela metálica. Bien en el techo o en una de las paredes, se dejaba un hueco o trampilla para que por ella entraran las palomas cuando, cansadas de volar, querían volver a su hogar. Para que éstas hicieran sus nidos, se usaban cajones o cajas de madera de los llamados de coñac, casi siempre de la Casa Osborne y, más concretamente, del popular coñac Fundador. Los dueños más pulcros, utilizaban tallas o bernegales de barro cocido, pues al ser losa, no se infectaban de parásitos.

 

En el Telde de mi niñez, había varias clases de palomas. Algunas eran fruto de la mezcolanza más arbitraria y por tanto nadie podía decir a que raza pertenecían. Otras en cambio le llamábamos buchudas, éstas tenían fama de ser expertas ladronas de otras palomas. Las más preciadas eran las llamadas palomas correas, que también recibían el calificativo de mensajeras. Éstas últimas llegaban a enamorar, tanto a criadores como a aficionados. Su elegancia en tierra y su habilidad para recorrer cientos de kilómetros y volver a su palomar, era motivo de acaloradas conversaciones en bares, plazas y otros tantos lugares de reunión.

 

Según la época del año se oía decir: Se han llevado al Aiún o a Villa Cisneros tantas palomas. En otro momento eran transportadas a Agadir y Casablanca. Aunque también podían soltarse en Cádiz, Huelva o en la más cercana Isla de Madeira. Son indescriptibles las escenas de júbilo de los colombófilos cuando, después de una larga espera oteando los cielos, veían a lo lejos acercarse a su paloma competidora. Ésta cansada, agotada, exhausta, todavía tenia fuerzas para revolotear sobre su palomar de origen y después descender para entrar en él. Les esperaban sus ilusionados criadores que iban en post de ellas para tomarlas en sus manos y acariciar suavemente su lustrado plumaje, al mismo tiempo que revisaban cuidadosamente sus patas, sus picos, sus alas… para poder dar fe de su buen estado de salud.

 

Recordaremos aquí a los dueños de acebadurías o tiendas especializadas en la venta de utensilios agrícolas y semillas de toda especie. Así como, aquellas tiendas de ultramarinos, también llamadas de aceite y vinagre, que ponían a la vista de su variopinta clientela, sacos de millo y archita, elementos nutrientes necesarios para la buena crianza y desarrollo de sus aves preferidas. La limpieza era esencial. El excremento de la paloma es altamente ácido y en el supuesto de ser aprovechable, tenía que rebajársele ese grado de acidez, casi corrosivo, mezclándolo con otros estiércoles de menos fuerza.

 

En la España Medieval y también en las industrias tintoreras de casi todo el mundo hasta la actualidad, se empleaban y, se emplea el excremento de paloma. En los batanes, donde las pieles de diversos animales son tratadas para en la industria peletera, entre otros productos químicos naturales. se utiliza junto a éste el orín animal o humano. El estiércol de paloma es tan corrosivo que puesto en agua y sumergida en ella la más dura piel de vaca, cabra, oveja, camello, etc…, a las pocas horas se convierte en una dúctil y extremadamente suave pieza, presta para hacer con ella el más refinado bolso o el más adaptable de los calzados.

 

La paloma, en fin, ha merecido y merece de nuestra más estimada valoración. Desde los tiempos más antiguos de la humanidad, los pueblos de Mesopotamia, Persia, Asiria, Egipto y así sucesivamente, emplearon a la paloma para transmitir multitud de mensajes, tanto en tiempos de guerra como de paz. En las dos últimas Guerras Mundiales, emplearon centenares de millares de estos animales, en comunicaciones cuasi secretas. Teniendo que lamentar la muerte de otras tantas por la acción de francotiradores o artilleros, que veían en ellas enemigos a batir. En algunos países europeos, se han levantado monumentos a las palomas mensajeras, queriendo honrarlas de forma visible por su gran aportación al género humano.

 

Este Cronista recuerda los domingos en la Plaza de Santa Ana, cuando la chiquillería toda corría de un lado a otro, haciéndole levantar el vuelo a los cientos de palomas habitantes de nuestra Catedral. Los padres y abuelos con un cartucho de millo iban entregando a puños esa comida para que los niños, haciendo un cuenco con sus manitas, invitaran a comer a las palomas. Ver los brazos de los niños con dos, tres, cuatro palomas picoteando la comida, era una escena imborrable.

 

Los tiempos cambiaron, las palomas en muchos casos se asilvestraron y al no tener dueños aparentes ejercieron de okupas. En las azoteas, entre bidones, en machinales o huecos abiertos en las paredes, en las cornisas y en otros tantos lugares hicieron sus nidos y procrearon de manera alarmante. La superpoblación de palomas, que en las ciudades carecían de enemigos potenciales, a no ser los hábiles gatos, hicieron de ellas un animal molesto. Así, en algunos periódicos se les han llegado a tachar de ratas aladas y me dicen que ya existen empresas dedicadas a la instalación de alambres con corriente eléctrica de bajo voltaje, también pinchos de metacrilato para evitar que se posen en edificios más o menos emblemáticos y otras tantas trampas, muchas de ellas sanguinarias.

 

Los vecinos de algunos barrios y demás zonas urbanas utilizan destelleantes Cd’s, y botellas garrafas de agua previamente vaciadas para que las palomas no se lleguen a posar en azoteas, ventanas, terrazas y balcones. El ingenio humano, cuando se pone en acción, no tiene límites y los chinos, que lo inventan casi todo, han sacado un búho de unos 20-30 cm de altura con cabeza giratoria y en algunos casos emisores de un ruido que aterroriza a las pobres palomas. Y, por último, a estas aves, antaño tan necesarias como queridas, le han surgido dos enemigos potenciales: una es la llamada tórtola turca, devoradoras de pichones de toda clase de pájaros y los servicios de protección animal (sic) que de vez en cuando, llevan a cabo campañas de captura para, un poco más tarde, eliminarlas con todo el sigilo de lo políticamente correcto.

 

Los que amamos las palomas, entendemos que deben controlarse, de hecho, su esterilización, ha sido una política de muchos Ayuntamientos de este País.

 

Queremos seguir viendo palomas en nuestras ciudades. Bien en cotos más o menos controlados o asistiendo a las populares sueltas de palomas en fiestas populares de nuestro rico santoral. Esas escenas, vividas por varias generaciones, no deben ser suprimidas como experiencias vitales de las nuevas generaciones.

 

Para finalizar, recordemos canciones de todo tipo, que las tienen como protagonistas y que van, desde la ranchera del Cucurrucucú paloma, pasando por la reivindicativa Se equivocó la paloma, hasta La paloma blanca, canción pop que muchos hemos cantado o tarareado.

 

Los grancanarios tienen varios topónimos que identifican lomas, acantilados, barrancos, que hace honor a esas aves voladoras. La mayor playa de la Isla, tal vez la más mítica de todo nuestro litoral se llama Maspalomas, y su inmortalidad estará asegurada a través de unos bellísimos versos del compositor Néstor Álamo que, musicados, cantan nuestros grupos folklóricos, tenores y sopranos bajo el título de: Maspalomas y tú.

 

Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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