TELDEACTUALIDAD
Telde.- TELDEACTUALIDAD ofrece a sus lectores una nueva reflexión del colaborador de este medio, el teldense Antonio Cerpa Santana. El texto de esta ocasión está titulado Y el balcón del Ayuntamiento quedó a oscuras para siempre. En él rinde homenaje a un hombre que iluminó, mientras vivió, las calles de Telde y del barrio de San Juan.
Y el balcón del Ayuntamiento quedó a oscuras para siempre
- Aló !
- Qué tal "suequillo"?
- Hola mi hijo, qué alegría..., Carmen, es el niño...
- Cómo te encuentras papá?
- Estupendamente mi hijo, cómo un chiquillo de quince años. Y la niña?
- Muy bien, papá. Deseando verlos.
- Bueno mi hijo, te dejo, que aquí está tu madre empujando.
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El "chiquillo de quince años" cumpliría muy pronto los noventa, padecía insuficiencia respiratoria, un corazón cansado y coqueteaba desde hacía un tiempo con la triste obscuridad del Alzheimer. No importaba. Jamás
se quejó. Nunca permitió que sus palabras o sus gestos nos causasen malestar, desasosiego o pena. Amaba la vida, aunque ésta le trató, durante mucho tiempo, con inexplicable dureza.
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Cada vez que acudía a la plaza se le agolpaban los recuerdos. Sentarse en aquel banco, mirar el balcón, esperar a que se abriese la puerta, verle aparecer, adueñarse del regalo que le ofrecía su sonrisa contagiosa...
Y entonces, en un instante, como por arte de magia, todo volvía a ser como antes. Allí estaba, de niño, vistiendo pantalón corto y alpargatas blancas, o algo más tarde, como adolescente presumido, luciendo un coqueto.
pantalón blanco, calzando los modernos zapatos que había pedido por correspondencia a la península y exhibiendo un peinado impecable que sin duda habría requerido mucho tiempo ante el espejo.
... Bueno, la verdad es que..., como antes no. La luz era distinta, y los olores, y la música... Podía verle, pero no tocarle; entenderle, pero no escucharle; sentirle, pero no besarle.
Le gustaba recordar cuando, de vuelta a casa por vacaciones, salían juntos por las calles del pueblo. Mucho más alto que su padre, se gozaba llevándolo asido con el brazo sobre sus hombros. Él, se dejaba y presumía.
Presumían los dos: el padre, mirando orgulloso a todo el que se cruzaba, proclamando que aquel era su hijo, y el hijo, apretando cada vez con más fuerza el menudo cuerpo que abrazaba, dando fe del amor que sentía por su padre.
Era flaquito y pequeño - no creo que llegara al uno sesenta de estatura - ojos grandes y luminosos de un humilde color marrón, orejas importantes, nariz grande, boca generosa - siempre sonriente - cabello entrecano cortado a cepillo. Todo ello configurando un rostro armonioso, amable, querible.
Vestía con pulcritud y con humilde elegancia. Traje gris perfectamente planchado, camisa blanca con el cuello almidonado, corbata negra o azul marino y zapatos negros relucientes como un espejo.
Nunca aprendió a leer ni a escribir. Pero no era analfabeto - palabra que desterraría del diccionario por peyorativa, hiriente y clasista - Poseía un vocabulario más que aceptable, era educado y respetuoso, no utilizaba
jamás tacos ni expresiones groseras, cedía siempre el paso o el asiento sin importarle el sexo ni la edad, y desde muy joven besó con discreta delicadeza la mano de las señoras cuando le ofrecían el saludo.
Un día de diciembre de un año que nunca acierto a recordar, el cielo se llenó de nubes negras; La Plaza, "su Plaza", enmudeció de repente y miríadas de pájaros cesaron en su algarabía guardando un respetuoso
silencio.
San Juan, ya no fue igual. Su figura menuda, pequeña, vigorosa, desbordante de alegría, era parte singular del paisaje. El balcón del Ayuntamiento quedó a oscuras para siempre.
Nunca conocí a un hombre tan bueno; y tuve la fortuna de conocer a muchos. De nadie aprendí tanto; y son multitud a quienes debo gratitud eterna.
Pasan los años y también la vida, una experiencia sucede a otra, aprendo y me equivoco,...pero él continúa siendo mi luz y mi reposo, el ejemplo a imitar y la fuente de cuanto amable puede que haya en mí.
Antonio Cerpa es natural de Telde. Fue sacerdote, estudió Sociología y reside en Madrid.
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