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Imagen retrospectiva de las tierras de Las Remudas (Foto Luis A. López) Imagen retrospectiva de las tierras de Las Remudas (Foto Luis A. López)

Tierra de remudas en Telde

Una calle toma nombre de la práctica para plantar semillas en terrenos

cojeda Domingo, 27 de Abril de 2014 Tiempo de lectura:

Paseamos hoy por el barrio de San Isidro y, en nuestro paseo mañanero, vamos en busca de la calle Las Remudas, encontrando su inicio en la intersección de las calles La Portada y El Tabaibal, desde la que parte con orientación Poniente-Naciente y, tras recorrer unos 700 metros, aproximadamente, va a desembocar en la Avenida de la Paz, ya en plena Urbanización Residencial de Las Remudas.
 
Linda por su lado Sur con la Avenida del Cabildo Insular y por el Norte lo hace en la calle El Tabaibal.
 
Esta nominación es una toponimia que data de finales del XVIII que tipificaba todo un sector del barrio de San Isidro, pero que al producirse el crecimiento urbanístico en el mismo, se precisa adoptar nuevas nominaciones para dar exactitud a las direcciones postales de los vecinos, adoptándose la misma como nombre de vial en evitación de su extinción.
 
Las edificaciones que nos encontramos en la misma, de carácter totalmente residencial, datan en muchos casos de algo más de 80 años, empleándose en las mismas el sistema clásico de la vivienda autoconstruidas y en su mayoría son de una sola planta, si bien, encontramos otras de varias plantas o como es el caso de la Urbanización Residencial de Las Remudas, en la que existen bloques de viviendas sociales de tres plantas.
 
Sinopsis de la nominación
La toponimia de Las Remudas, hace referencia a este sector, es conocido con el nombre de Las Remudas, por haber sido propio para plantar semilleros de tomates, los cuales una vez alcanzado el tamaño necesario, son trasplantados o remudados a los terrenos de cultivos debidamente surcados, donde finalizan el crecimiento las plantas y dan su fruto, tras las diferentes labores agrícolas que llevan aparejados.
 
En aquella época, de finales del siglo XIX, los semilleros de tomateros o de cualquier otra planta como el pimiento o el pepino, se hacía en pequeños tajos llanos, mimando a mano la pulcritud de la tierra enriquecida con sustrato vegetal o estiércol.
 
Se aplastaba el sustrato ligeramente y se alisaba, después se regaba ligeramente y se distribuía la semilla de forma regular, con espacio suficiente para que cuando naciera no estuviese demasiado juntas; se cubrían con una capa de la misma tierra de no más de medio centímetro y se volvía a apisonar pero muy ligeramente.
 
Se regaba con frecuencia pero sin quedar encharcado, con un dispersor o regadera, para que no se movieran las semillas. Después se cubría con unos sacos de lino, para resguardar del frío y para que conservase la humedad.
 
A los cuatro o cinco días se destapa el semillero y se observa si está naciendo. Según el clima y la semilla puede tardar no más de diez días en empezar a salir los primeros brotes.
 
Una vez que vemos asomar los brotes quitamos el papel, cuando observamos que la superficie de la tierra empieza a secarse se riega ligeramente, no tanto como al principio, y así repetir la operación durante el crecimiento hasta que alcancen una altura de unos seis a ocho centímetros.
 
En el momento que las plantas alcanzan una altura de 12-15 cm. se trasladan al terreno definitivo, cuando ya han pasado los riesgos de las heladas (hacia primeros del mes de mayo dependiendo de la zona).
 
Si estas operaciones se realizan con eficacia, la planta será robusta y dará un buen fruto, aguantando con creces las inclemencias que se pudieran dar durante el desarrollo y producción.
 
Hoy en día, los viveros se realizan de forma distinta, en invernaderos que mantienen la temperatura de forma constante y las semillas se depositan en cubetas pequeñas y estas a su vez en bandejas, facilitando su transporte hasta el terreno donde ha de morar la planta durante su proceso de cultivo.
 
Toponimia del barrio
El día 29 de Abril de 1483, finaliza la conquista de la isla y se producen los primeros asentamientos en Telde y en poco tiempo destacan tres importantes núcleos de población San Juan, Santa María la Antigua (hoy San Francisco) y Llanos de Palenzuela o Jaraquemada (hoy San Gregorio).
 
Estos núcleos se consolidaron y fueron creciendo y su entorno, se mantuvo hasta aproximadamente el año 1850 gran parte de la población, hasta que se produce la dispersión de la misma con motivo del cambio de los cultivos y las epidemias que asolan a la población aglomerada en las inmediaciones del Casco Urbano, por aquel entonces carente de medidas sanitarias, propiciando que aparezcan nuevos núcleos, entre los cuales, se cuenta con El Tabaibal y La Taborda, zonas que al expandirse hacia el Poniente hace que surja el hoy barrio de San Antonio, ubicado al Naciente del barrio de San Juan.
 
La expasión de La Taborda hacia el Naciente da origen a otras tantas fincas y a otros asentamientos poblacionales en los inicios del siglo XX, entre los cuales nacen otras toponimias como la Finca Lomo de Las Monjas (hoy al norte de la urbanización residencial de Las Remudas) y este sector que es conocido como Las Remudas.
 
Fue una zona de muy buenas tierras de cultivo, que facilitó el establecimiento de familias de agricultores y ganaderos en minifundio, característica que se observa en casi todas las familias que conformaron la dispersión. Estas circunstancias llegaron hasta mediados del último tercio del siglo XX, donde recordamos ver cultivos de plataneras, de millo, de papas y otros tantos productos agrícolas. Cuando andábamos por los caminos serpenteantes entre las fincas y respirábamos el aroma de los azahares, se nos alegraba la vista con las flores de pascua y las cañaveras que crecían a orillas de las acequias.
 
Luego la agricultura cayó en declive por la mala gestión oficial del mercado y dejó paso a la especulación del suelo, se dejaron de cultivar las tierras, se parcelaron las mismas, se vendieron solares y nos encontramos hoy en día con plantaciones de hormigón y bloques que se han sembrado sobre el asfalto de viales como el que hoy visitamos, donde antes hubo un vergel, del que hoy quedan unos vanos testimonios, unos terrenos baldíos o unas paredes medio derruidas, como mudos testigos de aquello que antes fue.
 
Efemérides
Se cumplen hoy 82 años, de aquel 27 de abril de 1927, día en el que en Valencia, nace el locutor y presentador Joaquín Prat. Fue uno de los presentadores más importantes de radio y televisión en España. Inició estudios de derecho, que abandonó, para trabajar como administrativo. En el año 1959 ingresó en Radio Nacional de España. A lo largo de los años trabajó en más de 20 programas de radio, tanto en la Cadena SER (hasta 1987), con espacios emblemáticos como Mañanas de Radio Madrid, Ustedes son formidables, Radio Madrid madrugada y Carrusel Deportivo, como en la COPE (1987-1990) con Vivir es formidable y Tiempo de Juego o de nuevo en Radio Nacional de España desde 1990 con Apúntate 5 y La peña.
 
En Televisión hizo su debut con el famosísimo concurso “Un millón para el mejor” que se emitió durante el año 1968, en el que permanecería un año hasta ser sustituido por José Luis Pécker. Ese mismo año llegaría su emparejamiento profesional con Laura Valenzuela en el espacio musical “Galas del sábado” (1968-1970), de Fernando García de la Vega, que alcanzó una popularidad enorme en su época. Volvería a coincidir con la actriz y presentadora en “Canción 71”, un programa de corte similar. Entre los años 1988 y 1993 presentó “El precio justo”, concurso en el que hizo famosa la exclamación ¡A jugar!, que acompañaba con un inolvidable movimiento de brazo.
 
Otros programas que presentó fueron: “A la española” (1971), programa musical. “Siempre en domingo” (1971), con Manuel Martín Ferrand. “Cambie su suerte” (1974), con José Luis Pécker. “Destino Argentina” (1978), concurso sobre el Mundial de Fútbol. “Cosas” (1980-1981), con Mónica Randall y Marisa Abad. “Otras cosas” (1981-1982), con Lola Martínez y Mari Ángeles Morales, Elena Escobar e Isabel Bauzá. “Noches de gala” (1993-1994), con Miriam Díaz-Aroca. Cuenta en su haber de galardones con dos Premios Ondas: En 1970 (Nacionales de Televisión), como Mejor presentador y en 1989 (Nacionales de Radio) por “Vivir es formidable”. Se le concedieron también tres TP de Oro: Como Mejor Presentador, en 1980 por “Cosas” y en 1988 por “El precio justo”, y otro honorífico en 1991 a su trayectoria profesional. Joaquín Prat falleció en Madrid, el día 3 de junio de 1995.
 
Hoy también se cumplen 36 años, de aquel 27 de abril de 1978, día en el que de forma repentina fallece en Madrid José Ramírez Bethencourt, quien había sido alcalde Las Palmas de Gran Canaria durante un período de diecisiete años consecutivos. En las elecciones municipales de 1934, se presentó como miembro de la lista del partido radical de Alejandro Lerroux, ganando las elecciones. Sus compañeros, por unanimidad, le designan para ocupar la alcaldía de la ciudad, pasando así a la historia como el alcalde más joven del municipio capitalino, pues en aquel entonces contaba con la edad de 24 años.
 
Dos años más tarde, la posterior victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936, lo alejó momentáneamente de su cargo como edil de la corporación. Después del paréntesis trágico de la guerra civil, Ramírez Bethencourt retorna a la política y ya en el año 1949, nos lo encontramos ocupando el cargo de vicepresidente del Cabildo de Gran Canaria, con Matías Vega Guerra como presidente de la corporación insular. El día 8 de abril de 1953, vuelve a tomar posesión del cargo de alcalde de la ciudad, sucediendo en el puesto a Manuel Hernández del Toro.
 
José Ramírez Bethencourt había nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 26 de septiembre de 1910, donde realiza sus estudios primarios y donde también obtiene el titulo de profesor mercantil en la Escuela de Comercio, inicia los estudios de Derecho licenciándose en la Universidad de La Laguna en el año 1931. Su labor corporativa se caracterizó por una política de realizaciones, austeridad en la administración de la Hacienda Municipal, con presupuestos muy equilibrados y sentar las bases de modernización de la ciudad. Fue un gran trabajador en el que siempre brilló la honestidad.
 
Al igual que con el buen simiente se consigue generalmente un cosecha de éxito, por la robustez de la planta y el buen desarrollo de la misma, en la vida cuando el ser humano educa o cultiva con constancia sus cualidades, suele conseguir un mayor o menor éxito en sus actuaciones.
 
La constancia es la firmeza y perseverancia de ánimo en las resoluciones y en los propósitos. Es la virtud con la cual conquistamos las metas que nos proponemos, y sin ella un trabajo serio es imposible y dudosas las posibilidades del éxito.
 
La constancia es necesaria para formar las virtudes, para crecer en el campo espiritual, humano, social, intelectual, deportivo… Quien es constante tiene facilidad para triunfar, porque se habitúa a la lucha diaria que implica esta virtud, dispuesto a vencer las dificultades e inclusive vencerse a sí mismo.
 
Los resultados son evidentes. Detrás de un deportista de alto rendimiento se encuentran horas de entrenamiento, renuncias en la vida social, rigurosas dietas alimenticias. Un trabajo constante, a lo largo de meses o años para conseguir un mejor rendimiento físico y estar lo mejor preparado para la importante y deseada competición.
 
Lo que construye a una persona virtuosa es el trabajo constante y paciente. La formación de un hábito de caridad universal y delicada, por ejemplo, ha implicado tratar a todos por igual y como uno querría que lo trataran; saber disculpar los defectos de los demás y fomentar el buen nombre de quienes lo rodean. No siempre es fácil mantener un ritmo así, pero allí está la virtud y el valor de la constancia. Es necesario un trabajo paciente, momento a momento, como cuando se coloca un ladrillo y otro ladrillo hasta levantar una catedral.
 
No hay que desanimarse por las dificultades y las caídas: son normales y en ocasiones difíciles de evitar. Éstas son preciosas oportunidades para reafirmarnos en la lucha y para madurar en nuestra vida. Purifican nuestras intenciones y nos permiten renovar y valorar más el ideal. No deben ser un motivo para desanimarse y abandonar el combate; lo que vale cuesta, y cuanto más vale, mayor es el costo. Si se cae mil veces, mil veces hay que levantarse. Mantenerse en la lucha es ya una victoria, porque con ella fortalecemos nuestra voluntad y templamos nuestro carácter para resistir tormentas aún más violentas. Así que de las caídas podemos sacar un fruto positivo y favorable para la consecución de nuestro ideal, nos reafirma en nuestras creencias y consolidan nuestros sentimientos.
  
Para formar esta virtud son necesarios cuatro pasos: hay que tener metas claras y medios concretos para alcanzarlas. Trabajar la constancia con constancia, cada día. Renovar diariamente nuestro propósito para que esté siempre fresco y presente y, considerar indispensable levantarse si se tiene una caída, en cada una de ellas se aprende y se madura.
 
Pasan a la historia como grandes personajes, por lo general, gente que ha triunfado y ese triunfo, se debe fundamentalmente a la constancia y a la lucha cotidiana por alcanzar las metas, desde una sinceridad y humildad que le lleven a respetar en su totalidad las cualidades de los adversarios que pudiera tener.
 
Damos por finalizada nuestra visita de hoy, guardamos en la gena todo lo positivo que hayamos podido tratar y, emprendemos una nueva caminata, esta vez con rumbo Sureste, nos vamos al barrio de El Calero Alto, donde visitaremos la calle Las Tapias, con el fin de saber algo más del lugar de su ubicación y sobre esta toponimia de finales del siglo XIX, pero bueno… eso será en la próxima ocasión, si Dios quiere, allí nos vemos. Cuídense mientras tanto.
 
Sansofé.
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