El columnismo y Vargas Llosa

Ayer se despedía Mario Vargas Llosa de sus tribunas en ‘El País’. Y lo hizo compartiendo una premisa con los que toman el relevo generacional: “El único consejo que transmito a los jóvenes que se inician como escritores en la prensa diaria: decir y defender su verdad, coincida o discrepe con lo que el diario defiende editorialmente”. Se agradece la sugerencia. En realidad, su última tribuna ‘Piedra de toque’ (como ha titulado su espacio) es un decálogo sobre el columnismo con el que cierra su etapa en la cabecera por excelencia de la Transición y el sistema del 78: ‘El País’, propiedad del Grupo Prisa.

Sin embargo, la realidad que describe el peruano poco o nada tiene que ver con la actual. De hecho, él hace referencia a cuando empezó en 1990, siendo director del medio Joaquín Estefanía, y le hicieron el contrato. Hoy eso suena a marciano. El periodismo, como tantos otros sectores de la economía, es presa de la precarización rampante. Queda remoto aquel cosmos en el que las cabeceras competían por fichar y robar el talento los unos a los otros a base de ofrecer mejores condiciones económicas al periodista de turno, ascensos en la jerarquía de la Redacción y mejores retribuciones a las firmas de opinión. Todo eso suena ya al mundo jurásico.

Con todo, hay una cuestión aún peor: la libertad de prensa. Cuenta el escritor que al poco de comenzar su colaboración con ‘El País’, se montó un revuelo sobre su opinión (muy distinta a la línea editorial del momento) que fue zanjado por el propio Jesús de Polanco, sentenciando este “que los columnistas del diario tenían derecho a la defensa de sus opiniones, tanto si estas eran adversas o simpatizantes con las del propio diario”. En esto la prensa ha retrocedido considerablemente: hay medios en los que directamente no te la publican. Por tanto, la variedad de firmas sucumbe ante el interés editorial. Y al igual que una persona sin posibles ve menguada su libertad material, las empresas periodísticas pierden pluralidad de firmas ante las estrecheces económicas y sujeciones diversas del negocio. Esto es así. Y es malo no solo para el periodismo, que también, sino para la democracia.

En los años de la bonanza económica los periódicos tenían más fácil sostener la publicación de columnas que discrepaban de cuando en cuando o periódicamente con su línea editorial pues los números acompañaban. Incluso, hasta los rotativos editorialmente de centroderecha hasta podían contar con una firma de centroizquierda para así darle un aire de mayor pluralismo al medio. O casos como ‘El País’ que tenían firmas más a la izquierda que su tendencia editorial socialdemócrata; pensemos en Eduardo Haro Tecglen y, desde luego, Manuel Vázquez Montalbán. Este último miren que aguantó en las páginas de ‘El País’ a pesar de estar en la intelectualidad de la izquierda; no lo tocaron.

Cómo no estar de acuerdo con la recomendación de Vargas Llosa de ser fiel el columnista a uno mismo, le pese a quien le pese. Ser independiente del propio periódico. Pero las Redacciones no son las de antaño y quien dispone hoy de auténtica libertad de prensa son los viñetistas. Claro, no se puede vetar una viñeta de un día para otro y esta no se sustituye sin más. No he sido asiduo seguidor de las tribunas de Vargas Llosa. Y de sus libros prefiero los primeros a los recientes. Su evolución del socialismo al liberalismo ha sido con profundas lagunas. Aunque se agradece la lucidez con la que se ha despedido del columnismo. No obstante, el campo de batalla es distinto al que él conoció.