Ayer y antier, estimado lector, se celebraron las “IX Jornadas del español de Canarias – La divulgación lingüística” organizadas por la Academia Canaria de la Lengua.
Y como se trata de nuestro idioma y nuestra tierra, no está de más recordar que la variante “antier” no es palabra extraña para nosotros: en Gáldar, por ejemplo, se conserva, dominó durante mi infancia y juventud. Su presencia aquí también esta justificada por el mismo Diccionario de la RAE: “Adv. dem. anteayer. U. m. en América”. Y como sabemos de la llegada de canarios a países americanos desde el siglo XVI (a Venezuela emigraron ilegalmente doce mil solo entre 1948 y 1950. Sumemos Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Uruguay… e incluso EE UU, siglo XVIII), la conclusión cae por su peso.
Este reencuentro con grandes especialistas en nuestra modalidad me devolvió a la Universidad lagunera, iniciales años setenta del siglo pasado. Los primeros trabajos de investigación científica, desapasionada y desfolclorizada sobre la variedad dialectal en Canarias (andalucismos-sevillanismos, portuguesismos...) los conocí en la biblioteca universitaria, los leí atentamente bajo la “profesional” mirada de algunos bedeles -sí, bedeles como el señor Sosa, Manuel- capaces de añadir rigurosa información sobre referencias bibliográficas en torno al tema de estudio.
Don Ramón Trujillo Carreño, maestro de generaciones y guía-acompañante-director-prologuista de algunos intervinientes en las “IX Jornadas…” nos había despertado el gusanillo de la curiosidad. Y no hablo solo por mí, recién llegado de una sociedad cerrada en sí misma y alejada de las innovaciones y renovaciones (sociales, de pensamiento, científicas…) que se iban imponiendo a paso de cansino chuchango a pesar de cortapisas, censuras, dogmatismos, dirigismos y otras atrofias medievales. (No obstante, sospecho que Gáldar no era el único pueblo limitado por tales anquilosamientos, barbarie de la dictadura.)
Luego, ya en la especialidad, las clases de Dialectología Española impartidas por don Gregorio Salvador Caja, años después elevado a la vicepresidencia de la Real Academia Española. Su trabajo de investigación en la calle, directo y riguroso, nos fue también influyendo ya no solo en nuestra formación profesional sino, y sobre, en la perspectiva social: ¿habla mal español el andaluz de pueblos y aldeas interiores? ¿Destrozaban nuestra lengua magos tinerfeños y campesinos canarios (generalizo) de tales épocas?
A fin de cuentas don Gregorio era granaíno de Cúllar, filólogo, dialectólogo, lexicógrafo. Y como estudioso de las variantes del español se escabullía (dentro de las posibilidades) ajeno a la tradición normativa de la RAE. Además, no imponía la consideración como vulgarismos de concretas modalidades de habla. Así, por ejemplo, recuerdo su sorpresa cuando descubrió que en Canarias no rompemos -no rompíamos- el grupo -tl- en posición intermedia: “A – tlán – ti – co”, “a – tlé – ti – co”, y no “At – lán – ti – co”, “At – lé – ti - co”. Lo vio como una novedad llamativa y original.
Su libro Noticias del reino de Cervantes (2007), compilación de artículos periodísticos, sigue siendo también como la fuente de Manuel Machado (“No se callaba la fuente, / no se callaba...”) cuando entro en cuestiones lingüísticas relacionadas con el español. (Son, claro, valiosísimos documentos por más que la natural evolución de la lengua y la presencia de variantes impuestas por sus únicos propietarios, los hablantes, permitan hoy ciertas flexibilidades… a treinta y tantos años de los primeros artículos.)
Pues bien, estimado lector. Si Lope de Vega (“Un soneto me manda hacer Violante”) se encuentra “a la mitad de otro cuarteto” en el verso seis, yo ando también por caminos, senderos y veredas a la manera del otro Machado, Antonio, el de “Desdeño las romanzas de los tenores huecos / y el coro de los grillos que cantan a la luna”/... Debo aclarar, pues, que la foto (1998) simboliza nuestros veinticinco años como profesores. Por tanto, y a pesar de ser todos pimpollos, sumémosle hoy un cuarto de siglo... y llegamos al cincuentenario, ¡ditoseadiós!
Sin embargo -¡la puñetera obsesión profesional!- surge un problema de género gramatical nada más empezar: la RAE define el término “pimpollo” como ‘Niño o joven especialmente guapo, agraciado o bien vestido’. Así, ¿excluye como máxima autoridad lingüística a las diez jóvenas damas de “la afoto” o “retracto” caracterizadas por exquisitos aspectos estéticos y primorosos? ¡No, no cofundamos! No se trata de antifeminismo: es la consideración del masculino gramatical como género no marcado; es decir, engloba a todos los individuos de la especie sin distinción de sexos.
También, dicho sea de paso, todos los pimpollescos pollillos de la foto de 1998 -más cercanos como ellas a los profesionales veinticinco años que a las primeras comuniones- lucen edades de juvenil maduración pues, a diferencia de sus maestros, no visten corbata, rigurosa chaqueta y pañuelo multicolor de presumida prestancia en el bolsillo superior.
Eso sí: aun acumulados ya los siete decenios de edad (y poco pico), algunos permanecemos cargados de sabiduría, ciencia y conocimientos… médicos. Estos nos permiten distinguir entre reuma (reúma) - artrosis - artritis, linfocitos – monocitos, glucosa – urea, HDL – LDL, antígenos prostáticos (varones)... Y somos subespecialistas en metabolismos lipídicos, por no hablar (ya sería pedantería) de tendinitis, antidelirios de fémures y rótulas, cuellos fisioterapeutados que tienden a empenarse y cambarse, lumbalgias combinadas con el coñazo del paralís momentáneo (dedo gordo del pie izquierdo o células grises) y muchos nombres de pastillas para recuperar la memoria a pesar de que cuando llegué a la botica el mes pasado... ¡debí llamar a mi mujer para que me recordara al menos uno! (¡Carajooo: se me olvidó el mooooóvil, malrayomeparta, hijo de mala madre!)
Viene a cuento todo lo anterior, estimado lector, porque ya anda próximo el almuerzo pedagógico para celebrar (¡es un decir, carajo!; ¡menos coña y un respetito!) los cinco decenios pasados (uno menos en Canarias) desde nuestro reencuentro con las aulas como profesores (1973). Y pletoriza la reunencia precisamente allá en la Nivaria, a orillas del otrora noctámbulo Puerto de la Cruz, nacimiento a la novísima vida veinteañera. Pero aún más satisfactorio será el reencuentro con quienes-“quienas” o no he visto desde 1998 o en los últimos cincuenta, coleguillas que optaron por otras especialidades (Historia, Inglés…).
No sé si nuestros cuerpos, ya jodelones por naturaleza, nos permitirán aguantar tales mareas fuertes de sentimientos. Por si acaso, como quien no quiere la cosa, llevaré en variados bolsillos píldoras para prever aceleraciones rítmicas, grageas por si el colon se rebela (¡el muy puñetero tiene muy mala leche!), comprimidos capaces de frenar ardores estomacales - acústicos y roncos y rudos ruidos precozmente olorosos…
Y lo más importante: dos rollazos de papel satinado por si debo salir corriendo hacia el evacuatorio a causa de malejones “destógamo” si sobrepaso la papita sancochá y el “goyú”. Quedaría hasta feo dejar licuadas rayitas canelas camino de. (Quousque tandem?, ‘¿hasta cuándo?’)
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