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Primera Plana

Nuestros muertos

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ 1 Jueves, 02 de Noviembre de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 02 de Noviembre de 2023 a las 06:43:47 horas

Dicen que a medida que crecemos hablamos más con los muertos que con los vivos. Como si fuera un anticipo de un desenlace compartido, e insoslayable, que nos viene dado como aperitivo terrenal antes de la partida. Dicen también que los muertos, nuestros muertos, vivieron. Cada uno a su manera. Con sus luces y sus sombras; aunque, a decir verdad, unos con más luces y otros con más sombras. Que cuando esto acaba, no hay infierno ni purgatorio, que todo esto ya lo hubo por el camino. Y que con esa realidad sobrevenida, espiritual, nuestra en todo caso, lidiamos como buenamente podemos en un mientras tanto que se antoja eterno o, para ser exactos, algo que está ahí y que no asumimos en ese mientras tanto.

 

Exclamaba Gustavo Adolfo Bécquer: Qué solos se quedan los muertos. Aquel aroma del romanticismo se disipa solo por unas horas durante el Día de Todos los Santos. Y las lápidas nos arrojan nombres, fechas de nacimiento y la jornada en la que dijeron adiós untados por la solemnidad que provoca el silencio. Cada sepultura fue una postal del cementerio, un visto y no visto que conmocionó a los familiares y allegados. Otros entierros fueron solitarios, acaso por la nula generosidad y alegría que arrojaron al resto. Hay también comitivas fúnebres falsas, repletas de hipocresía; a menudo encaramadas al interés del poder o del dinero que alrededor del ahora finado disfrutaron o que están pendientes de pugnar en herencia. Los hay de todo tipo. Las paredes de los cementerios bien saben cómo fueron, en qué sociedad acontecieron. Por ser testigos, lo han sido incluso de la vestimenta de cada época.

 

La muerte espanta a muchos y a otros les da respeto. En verdad, nadie desea hablar de la muerte. En la barra del bar ninguno se atreve. Está mal visto. Es un tema que anulamos, como si no existiera. Está ahí. Es incómodo. Y optamos por mirar hacia otro lado. Y si un tercero lo saca a relucir, enseguida es tildado de cenizo o que está inmerso en una depresión. Negamos tanto, que por negar nos negamos a nosotros mismos.

 

Antes de la muerte se agolpa un puñado de recuerdos y emociones. Lo demás, se desmorona por completo. Unos sentimientos remotos que evocan aquello que vivimos. El beso que dimos. O aquel beso que tanto quisimos dar y que nunca pudimos. El amor que sentimos tan profundo y que, como sostendría Bécquer, se queda con nosotros en esa soledad, tan personal, tan íntima, tan poca cosa, que nos traslada a la inmensidad vital que nos irrumpe.

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