
En la edición del domingo de ‘El País’ vino un reportaje, firmado por Natalia Junquera, sobre la historia de Paco y Luz María que es la de una historia de amor en Comisiones Obreras. La pieza es la típica de los diarios para agosto: risueña, de las que levantan una leve sonrisa mientras estás en la playa o tomando un aperitivo en la terraza para llevar lo mejor que se pueda el calor. Paco y Luz María eran ya militantes de Comisiones Obreras en la clandestinidad, durante la lucha contra el franquismo. Eran los años en los que el sindicato aprovechó las rendijas del modelo sindical de la propia dictadura para colarse y atacar al régimen desde dentro, desde sus propias estructuras. Una actividad que tendría su punto álgido durante el ‘proceso 1.001’ en el que franquismo descabezó a la dirección: Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius…
El amor entre aquellos jóvenes en una España gris, agitada por el eco del Mayo francés, era un amor militante, un compromiso político forjado por el sentimiento mutuo en unos jóvenes que entonces tenían toda la vida por delante y, sin embargo, prefirieron complicársela (para bien) en aras de conquistar la libertad y la democracia. Una historia de amor en un sindicato de clase.
Luz María y Paco nos retrotraen a aquella época de implicación política en la que proliferaban los pasquines, los hábitos de la clandestinidad, las multicopistas, las lecturas neomarxistas, las chaquetas de pana… Un halo romántico que poco después de la Transición se esfumó. Pronto vendría el desencanto (¿para esto era la democracia?) pero, sobre todo, el relevo de la política militante por la institucional. Y entonces las coderas de las chaquetas fueron reemplazadas por los vehículos oficiales, los suelos con moqueta, los almuerzos en los reservados…
Muchos de los que corrieron delante de los grises, bienvenida la democracia, se reajustaron en sus trayectorias profesionales. No todos irían en las listas electorales y gozarían de los privilegios del poder. Y aquellos militantes, una parte importante, sacrificaron esfuerzos, estudios no finalizados y demás cuestiones, para una sensación de vacío cuando lo institucional primó en la democracia representativa con su burocracia anodina.
Por eso la foto de Paco Puentes que ayer ilustraba la página, refleja una pareja que aún mantiene la entereza y el compromiso militante en Comisiones Obreras. Ambos atesoran una trayectoria vital de reivindicación, detenciones y estancias en la cárcel, en los que el amor que sentían el uno al otro les ayudaría para superar sinsabores y los momentos más difíciles. Paco y Luz María, sindicalistas de clase, se profesan un amor desde la sólida convicción que ha sorteado inclemencias y disgustos. El amor es espontáneo, se nota, irrumpe con fuerza, es honesto y transparente. Si no es así, no es amor. Es otra cosa. El amor no se pide o suplica, se ofrece (de verdad) en la entrega compartida, como la de Luz María y Paco en las Comisiones Obreras.





















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