
Todas las acciones, en política como en la vida, tienen sus consecuencias. Antes o después, se ponen de manifiesto y, si procede, se vuelven en contra. La soledad parlamentaria del PP hoy por hoy es fruto de su negación de la plurinacionalidad del Estado. Los populares son prácticamente una fuerza extraparlamentaria en el País Vasco y totalmente secundaria en Cataluña. Sin estos territorios, y ante la ausencia de la otrora CiU y el respaldo del PNV, el PP no puede volver a gobernar como hizo antaño con José María Aznar y Mariano Rajoy. Un PP hipotecado a la extrema derecha no dispondrá nunca de socios periféricos.
Con todo, esto no es producto de un día para otro. El nacionalismo español agitado desde Madrid contra el PNV en tiempos del lehendakari Juan José Ibarretxe así como la interposición del recurso de inconstitucionalidad contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña cuando Mariano Rajoy era líder de la oposición, deja la presente onerosa herencia para el PP. La táctica de abanderar el nacionalismo español ha podido darle votos en la meseta pero a costa de ser irrelevante en Euskadi y Cataluña. Y así, al calor del neofascismo presente ya, el PP no podrá gobernar. El tablero no da para más. Y esa es la gran encrucijada que atañe ahora al cuartel general de Génova: mientras Vox exista, tal como concurre en la actualidad, las posibilidades de los populares de alcanzar La Moncloa son tendentes a nulas.
El nacionalismo español tiene un techo electoral. Los votantes de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz el pasado 23J sí sabían ya que era para, si acaso, gobernar con los nacionalismos periféricos y las izquierdas territoriales. El menú se conocía de antemano. La idea de España de las derechas mesetarias tiene sus límites, está acotado sociológicamente. España es plurinacional. Y por mucho que el PP lo niegue, seguirá siendo así. Carles Puigdemont no es decisivo hoy porque sí, sino que en él se refleja la disputa e idea de la nación catalana. El ‘procés’ no era una broma.
El PP del 155 originó la exaltación del nacionalismo español espoleado por el discurso de Felipe VI el 3 de octubre de 2017. Es en ese contexto en el que irrumpe Vox con fuerza. La ultraderecha ha condicionado desde entonces y de manera creciente el margen de maniobra del PP. Y este es muy escaso: solo tiene a la extrema derecha como socio potencial. Hasta el moderado PNV le ha dado un portazo a Alberto Núñez Feijóo.
La plurinacionalidad del Estado y otros elementos cualitativos no son considerados por las casas demoscópicas, ni tienen por qué hacerlo, pero la política es más compleja que la medición de la estimación periódica del voto. La cuestión territorial y el rechazo al neofascismo, claves que por cierto asomaron en 1936, laten en la derrota (material que no formal) de Feijóo, cuyo liderazgo entra en serio cuestionamiento.

























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