
Abundan por toda parte, voraces y destructivos roedores, las ratas. Amantes de las cloacas y seres despreciables que pululan en las venas de una sociedad adormecida que decide mirar hacia otro lado. Ratas, incapaces de sentir la mínima empatía ante el sufrimiento, seres corruptos, amorales y nacidos del mismo poder que los sustenta.
Las últimas noticias sobres las condiciones de los menores inmigrantes en los Centros de Menores, que vivían entre ratas, nos avergüenza como sociedad y nos aflige al comprobar el nivel de deshumanización y maltrato en que dormitamos.
La banalización del mal, lo llamó Hannah Arendt.
Recuerdo a un grupo de vecinos que se manifestó cuando la carga de menores inmigrantes fue tan grande que tuvieron que redirigirlos provisionalmente hacia hoteles turísticos. Salieron airados a quejarse del privilegio que tenían estos chicos. Sin embargo, ahora no veo a ninguno de aquellos manifestantes hacerlo ante las denuncias de los educadores y trabajadores sobre la situación en que malviven los Menores en los Centros gestionados por el Gobierno de Canarias.
El panorama que nos han mostrado los medios informativos sobre las condiciones en estos centros: falta de alimentación, malnutrición, racionamiento, violencia, prostitución es aterrador, máxime cuando se trata de niños y adolescentes que arribaron a nuestras costas desafiando a la muerte y en busca de una esperanza de cambio.
Pero ya se sabe, las ratas pululan donde hay basura, abandono, ratas con corbata, y con vestidos de lujos, señores y señoras respetables y capaces de gastar los fondos que reciben del estado para la manutención de estos chicos en su propio beneficio.
La lista de gastos personales: gasolina, supermercados, arreglos estéticos y faciales, viagra, cenas costosas, es un largo inventario de expendios en los que estas ratas gastaban el dinero que debían servir para la manutención y atención de estos menores.
Centros dependientes de la Consejería de Servicios Sociales, llevado por gestores y directores elegidos a dedo y sin escrúpulos, capaces de aprovecharse de la situación de vulnerabilidad de los chicos y chicas y de derrochar las subvenciones gubernamentales en beneficio propio y para enriquecerse.
Ahora la fiscalía anticorrupción, finalmente, y porque ya esconderlo era demasiado sangrante, investigará la gestión y la supervisión de estos Centros de Menores porque las cuentas no cuadran.
Y a pesar de todo, nos queda un atisbo de esperanza. La seguridad de saber que existen personas, trabajadores de los Centros, aún a riesgo de perder su empleo, que denuncian las situaciones infrahumanas que se vive allí adentro y nos alertan de las agresiones y de la prostitución que se ejerce sobre estos menores.
Todos recordamos el juicio de las “18 lovas” donde empresarios hoteleros de Gran Canarias tuvieron que declarar por estar implicados en una trama de prostitución de chicas tuteladas por el Gobierno de Canarias y provenientes de Centros de menores de Gran Canaria.
Hace tiempo que sabemos que las ratas anidan entre nosotros. Abundan por todos lados, crecen y se multiplican y nos avergüenzan a todos los que creemos que la dignidad y el cuidado de los menores, vengan de donde vengan, es un derecho.
Recientemente ha salido un estudio que demuestra que los errores políticos, la corrupción de los gobernantes son perdonados fácilmente por los votantes y no afecta a la intención del voto. Está claro que somos seres de ideas inamovibles, cegados en nuestros prejuicios, nos negamos a ver lo evidente. Pero no hay que olvidar que, con nuestro silencio, estas ratas despreciables se hacen más voraces. Se alimentan de nuestra desidia y de nuestra imperturbabilidad ante lo que pasa.
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